La pregunta a la salida del concierto de Madonna el pasado 21 de junio en el Palau Sant Jordi (Barcelona) no era: ¿ha sido un buen concierto o un mal concierto? De hecho, incluso hay que eliminar del panorama otras cuestiones como ¿Ha sido espectacular u hortera? ¿Está la Mado en forma o le pesan las arrugas? ¿Nos ha dejado con el culo torcío o más bien frío? Básicamente, es imperioso olvidarse de todo lo dicho porque la única pregunta válida era: ¿habías estado ya en alguna otra gira de Madonna o era este tu bautismo? Si la respuesta era que no, podías inferir directamente que a la persona en cuestión le había agradado (e incluso flipado) la actuación. Si, por el contrario, el interrogado ya había asistido a algún otro tour de la ambición teñida de rubia, bien podías jugar a quitarle la palabra de la boca y apostillar tu mismo: «No ha sido para tanto, ¿no?»
Y es que, mirado en perspectiva, esta gira presentando las canciones de «MDNA» (Interscope, 2012) no fue para tanto. Respondiendo a las preguntas del primer párrafo: sí que fue un buen concierto, fue espectacular, Madonna sigue en forma… Pero sólo te dejaba con el culo torcío en el caso de que no hubieras vibrado con alguna de sus anteriores actuaciones. Porque digámoslo de forma rápida y lo más indolora posible: una gira de la Ciccone vale lo que valen las canciones de su último álbum, y «MDNA» es más que probablemente el momento de más baja forma en toda su discografía. Da igual el chocho que monte sobre el escenario: si las canciones aburren como aburren en este caso temas como (la excesivamente chochi) «Turn Up The Radio» o (la excesivamente sonrojante) «Masterpiece«, no hay espectáculo que las salven del bostezo. No ayuda tampoco el hecho de que Madonna dé la impresión continua de, precisamente, estar «presentando» las canciones, nunca «defendiéndolas» ni apostando por ellas como quien apuesta por un caballo que sabe ganador por mucho que haya arrancado desde la línea de salida con una leve cojera.
De hecho, Madonna sabe cuáles son sus caballos ganadores… y es allá donde sube sus apuestas. Ahí queda la espectacularísima apertura con unos monjes y su botafumeiro que, sin comerlo ni beberlo, acaban bailando a ritmo de «Girls Gone Wild» y disparando sobre el público. No hay que buscar coherencia argumental, señores, porque a continuación la Mado se embarca en una epopeya de ultra-violencia extrema que ríete tú de «Max Payne 3«: «Gang Bang» se convierte en una sangría en la que la diva se va cargando uno tras otro a los miembros de un cuerpo de élite a los que sólo le falta funcionar en bullet time. También son apuestas ganadoras la coreable (aunque algo patillera) «Give Me All Your Luvin’» o la reivindicativa fusión de «Express Yourself» con el «Born This Way» de Lady Gaga, todo bien crujiente en un envoltorio en forma de majorettes buenorras y una marching band en la que incluso cabe un ejército de soldaditos de plomo tamborileros volantes (también conocidos como La Flyin’ Fóquin Batucada). Evidentemente, es inevitable que las apuestas lleguen a su paroxismo con la revisión de los clásicos: «Vogue» y su recreación de un cabaret post-moderno, «Human Nature» con su dulcemente demente juego de espejos y, claro, «Like a Prayer» y su rollito de coro de gospel ultra cool… Esto era darle al público lo que pedía. Sin necesidad de fuegos de artificio.
Por desgracia, también hubo demasiados momentos medianeros, como ese tramo final en el que la Mado mezcla «Tigre y Dragón» (presente en sus giras desde los tiempos del «Music» -Warner, 2000-) con la estética templaria de un «Juego de Tronos» donde todos estén delgadísimos y limpísimos. También hubo decisiones cuestionables, como esa versión a piano de «Like a Virgin» con la diva desnudándose ante la primera fila… Algo que era espectacular si estabas a menos de diez metros de la artista, pero considerando que el 98,73 % de los asistentes nos encontrábamos fuera de ese perímetro, hay que reconocer que muchos ni reconocieron el tema. O, directamente, instantes de vergüenza ajena como la insistencia de la mujer en hacernos creer que toca la guitarra y, sobre todo, las apariciones estelares (es un decir) de Kalakan, una banda vasca-francesa que la Ciccone descubrió durante sus vacaciones y que ha decidido llevarse de gira para poner a prueba nuestros estómagos a ver hasta donde nos creemos a un grupo de gente súper estilosa (¿borrokas de diseño?) bailando al ritmo de la txalaparta como si estuvieran en una block party en pleno Bronx. Delirante (en un sentido bastante peyorativo). Puntos bajos que sólo compensan a los puntos altos dependiendo de la respuesta del primer párrafo de esta crítica… Animalico, ¿ya habías estado en algún otro concierto de Madonna?