¿Segundas partes nunca fueron buenas? Que se lo digan a Dean Wareham y compañía, porque la actuación (de reunión) de Luna en Barcelona lo petó mucho.
“Segundas partes nunca fueron buenas” debe ser una de las frases hechas más proferidas de la historia: ya sea hablando de libros, de películas y hasta de relaciones sentimentales, parece que el dogma es dejar el pasado bien quietecito donde está, huir de la nostalgia de lo que ya fue como si de un horrible monstruo se tratara. Al fin y al cabo, “nostalgia” significa según su propia etimología griega la unión entre regreso (nostos) y sufrimiento (algos): una vuelta idealizada y desgarradora al pasado. Éste se dibuja brillante en nuestros recuerdos solo en cuanto intangible, solo por la inefabilidad de poder regresar a él. Es la sehnsucht alemana, el stesks checo, la saudade portuguesa, el llámesecomodelagana, pero es el querer algo solo por el mismo hecho de no tenerlo. Sin embargo, la realidad siempre golpea más fuerte, y aquella cita con aquel ex después de diez años sin verse nos acaba recordando todo lo que odiábamos -y seguimos odiando- de él. O no. Los años no parecen pasar para algunos, y los regresos no siempre acaban siendo la segunda parte de «Grease«, quizás la peor secuela cinematográfica que este perro mundo ha visto pasearse por sus pantallas. Es este el caso de Luna, quienes el pasado jueves 23 de abril se pasaron por la Sala Bikini de Barcelona dentro del marco de su esperada gira de regreso tras su separación en 2004, seguidamente a la publicación de aquel “Rendezvous” regulero.
En mi caso en particular, ni había visto a Luna antes ni había oído algún disco suyo hasta hará cosa de menos de un año, así que todo el blabla de antes sobre la nostalgia no es particularmente aplicable, pero justo por eso es importante remarcar lo fresca que vi a Dean Wareham y los suyos sobre el escenario. Aunque nunca se haya visto a un grupo -y quizás viéndolos por primera vez aún más, pues no hay término de comparación sino que es una impresión absoluta-, uno se da cuenta de cuando no hay nada de conexión entre sus singulares partes y aquel regreso a los escenarios chirría tan fuerte que no puedes ni oír la música: véase Television en la pasada edición del Primavera Sound. Luna, por el contrario, desde el primer arranque con “Slide” hasta que salieron del escenario una hora y pico después, no dejaron de desbordar energía y ganas de pasárselo bien. Y es sólo cuando un grupo consigue transmitir al público su propia energía cuando nace esa conexión especial entre los que están sobre el escenario y los que están abajo que hace que ver una banda en directo no tenga ni punto de comparación con escuchar su disco… Que anda que no pasa veces lo de pensar “para esto me quedaba en mi casa con el disco girando, menuda pérdida de tiempo y panoja”.
En poco más de una hora de concierto, los de Nueva York ofrecieron una actuación en la que hubo espacio para todo: desde las míticas canciones que no podían faltar (como “Chinatown”, “Bewtiched” o la ultra-coreada “Lost In Space”) a anécdotas que quedarán para siempre en la memoria de los que estuvimos allí, como la sala entera (grupo incluido) cantando el “Feliz Cumpleaños” al batería Lee Wall. Pudimos ver a un Sean Eden desbordado de chispa -en serio, el tío ya no es que bromeara con el público o el grupo, es que a veces bromeaba hasta entre sí y sí-, a un Dean Wareham para el que no parecen haber pasado nunca los años -ni para su voz, que sonó muy correcta aún en los agudos mantenidos de “23 Minutes In Brussels” y ya aún menos para su porte y elegancia tan características, que no perdió ni al tener algunas dificultades con la pedalera que estaba usando- y a una Britta Philips llena de actitud. Nos hicieron saltar, nos hicieron corear los paaapapapapa de “Friendly Advice” (en la que, por cierto, un muy remarcable Sean Eden se embarcó en un solo de guitarra que lo hizo hasta chorrear sudor) sin ni siquiera pensar en lo imbéciles que podíamos parecer desde fuera, y hasta nos sorprendieron con una maravillosa “Super-Freaky Memories” (que hasta el momento no habían tocado en ningún sitio) y una “Still At Home” en la que Eden tomó el protagonismo vocal.
Aunque cuando decimos que hubo espacio para todo, también decimos que hubo espacio para una pequeña decepción. Hubo un gran, gran ausente en la sala: el grande “Bobby Peru”. Eh, un detalle de nada, pero no podíamos sobrevolar el hecho de que se nos fuera dibujando un poco cara de penita a medida que el concierto iba acabando y nadie nos desgarrara el corazón con esa letraza que se gasta la canción. Claro que los primeros acordes de “Indian Summer” nos lo hicieron olvidar todo. Pocas mejores maneras hay de acabar un concierto que con la mejor versión que nadie ha hecho nunca del hit de Beat Happening, y en nuestra cabeza no podíamos dejar de repetirnos lo de “we will never change, no matter what they say” y relacionarlo con Dean y los suyos.
No hemos dicho nada de los teloneros aún porque merecen una mención aparte, en serio, y los dejamos para el final porque siempre hemos sido de celebrar lo nuevo por encima de cualquier pasado. Por mucho que aquel pasado no sepa a añejo, como es el caso de Luna. No vamos a mentir, Flowers llegaron a nuestras manos en forma de papelito con un enlace para descargar su debut “Do What You Want To, It’s What You Should Do” hace ni dos meses, así que no los habíamos escuchado los suficiente para poder disfrutar plenamente de su concierto. El hecho de no ser capaces de saber ni qué canción estaban tocando, si era nueva (que hubo dos, “Ego Loss” y “All At Once”) o no, nos permitió enamorarnos de ellos sin ninguna expectativa preconcebida. Es más, en directo nos parecieron mucho mejores que las veces que escuchamos el disco. Mención especial para Rachel, una especie de animalico con voz angelical… Además, que nunca había visto a nadie a quien le quedaran tan bien los mom jeans, todo hay que decirlo. Nos dijo que este había sido su convierto más divertido de toda la gira y, aunque quizás sea el “lo he pasado muy bien” cortés de las citas llevado a las bandas, nos da la gana creérnoslo por completo. Porque de verdad que hicieron una pedazo de actuación, remarcando la maravillosa “Stuck”: Rachel sola con su bajo, con una sola cuerda y no más que dos o tres acordes en bucle fue capaz de poner los pelos de punta a toda la sala. [FOTOS: Gabri Guerrero]