Madrid es a veces un agujero profundo y oscuro. Una ciudad de plástico que se va tragando a la gente. Incómoda, agresiva, gigantesca, estresante, sufrida y un poco macarra. Una realidad en la que viven dos mundos paralelos: uno de lunes a jueves lleno de tiendas, tiendas, coches y más tiendas, y otro que cambia cada fin de semana, se transforma y el espíritu más crápula y macarra sale a la luz.
Todo empieza un jueves noche en la sala Sol. Luis Brea, camarero de toda la vida del garito malasañero Fotomatón, ahora toca en esa banda que mola tanto en la ciudad. Amigos, gente del mundillo musical, treintañeros y vividores de la noche llenan la sala mientras Luis y su banda, uniformados con gafas de sol y de riguroso negro, comienzan con el show. Todo ocurre despacio por un problema de tráfico.
En sus canciones, Luis Brea pinta toda Madrid. Todas esas noches en las que acabas otra vez de bajona y con ochenta pavos menos, comentando con tu colega que probablemente somos inmortales, estamos vivos después de lo de ayer. Esas semanas interminables camino hacia el curro en las que no te queda saliva suficiente para escupir a todos los pijos.
Y cuentas más taxis, más alcohol, menos dinero. Y es que ya no te queda ni un minuto para pasar por casa y vas toda disparada sólo a base de ensaladas. Otra vez viernes y otra vez esa puta canción de Los Planetas. De nuevo las mil. Ya son menos veinte, pero no te vas a casa porque no te da la gana, básicamente. Y de nuevo lunes. Y miras imágenes de YouTube, en las que salgo pero juro que no estuve.
En toda esa sucesión de historias y recuerdos en la sala Sol solo faltaron las botellas de Mahou. El resto del espíritu loser treintañero, del eterno Peter Pan, estuvo bien dentro de todos los que allí estuvimos.
Pero en todas estas historias hay también un instinto de supervivencia aun más grande que todo Madrid. No puedes explicarlo, pero hay algo dentro de ti que funciona automáticamente. No hemos llegado hasta aquí para bajar los brazos. Y acabas soltando que enseguida me levanto, la caída es lo de menos.
[Alejandro Masferrer]