Viendo el segundo largometraje de Guillem Morales tras la interesante pero fallida “El Habitante Incierto”, nos quedan claras varias cosas. La primera de ellas es que el director ha evolucionado como cineasta, aprendiendo de sus anteriores trabajos y demostrando aquí que, en lo que a técnica cinematográfica se refiere, sabe un rato largo. Es envidiable ver cómo cada secuencia de la película esta matemáticamente bien planificada, cuidando hasta el más mínimo detalle cada fotograma que se proyecta en la pantalla y con un perfecto uso del formato en scope. “Los Ojos de Julia” es una película visualmente poderosa en muchos aspectos, en la que su director sabe aprovechar bien cada uno de sus elementos técnicos para crear alguna emoción en el espectador, jugando con el sonido, el montaje, la música o la fotografía, como si fuera un niño inquieto en una tienda de juguetes.
No deja de sorprender que, sin embargo, ante tanta pericia técnica y portento visual, la película no funcione en algunos de sus aspectos más importantes. Toda la historia se ve lastrada por una pobre construcción de personajes y por un guión en el que, como espectadores, no nos queda claro en ningún momento qué es lo que se nos quiere contar. El punto de partida de la película explica la obsesión de Julia para intentar desmentir el supuesto suicidio de su hermana gemela (con la que también comparte la misma enfermedad degenerativa en la vista) y demostrar que, en el momento de su muerte, había alguien más con ella. A partir de aquí y a medida que va avanzando el metraje, la idea inicial se va desdibujando cada vez más para dar paso a un discurso pretencioso y vacuo que no se corresponde en absoluto con lo planteado en su inicio. Llena de diálogos innecesariamente explicativos (como el discurso final del antagonista hacia Julia) o excesivamente crípticos e intrascendentes como los que mantiene la protagonista con “Créspulo” (interpretado por Joan Dalmau) en el hotel.
Toda la parte final es atropellada y llena de giros que parecen un tanto gratuitos al buscar la sorpresa inmediata en el espectador. Pese a la buena ejecución de cada una de sus secuencias, da la sensación de que no hay unidad entre ellas, ya que parecen inconexas, haciendo que funcionen mejor aisladas que dentro de todo el conjunto. En varios de los momentos en los que aparece Julia, no podemos dejar de cuestionarnos el por qué de ciertas acciones que ejecuta, y nos negamos a compartirlas porque nos parecen del todo inverosímiles. Tampoco ayuda la pobre y poco convincente interpretación de Lluís Homar que, para colmo, luce una peluca tan evidente en todo el metraje que es imposible no reparar en ella cada vez que este sale en pantalla. Dicho esto, no deja de fascinar lo bien que está dirigida Belén Rueda: cada movimiento, gesto y mirada que hace parecen estudiados a la perfección, creando así un efecto hipnótico que a mí, personalmente, me recuerda a la manera en la que Hitckock dirigía (por no decir manipulaba) a sus actores cual titiritero, intentando eliminar todo atisbo de improvisación y naturalidad en pos de una interpretación mucho más técnica y mecánica.
Pese a todos sus errores y a ser una película irregular en muchos sentidos, reconozco que me gusta en varios aspectos. Estamos ante una obra singular, personal y arriesgada, que no oculta en ningún momento unas influencias entre las que no sólo reconocemos a Hitchcock en el manejo del suspense y a Polanski en varios de sus personajes secundarios, sino también al “giallo” italiano en el uso de la violencia e incluso al universo del videojuego donde hay momentos que parecen sacados directamente de “Silent Hill” (como, por ejemplo, el momento en el que Julia sigue el rastro de una cuerda que la llevara hasta uno de los personajes clave del film o la visita a las chicas ciegas en el hospital).
La apuesta narrativa a partir del momento en el que Julia pierde la vista y en la que nunca se nos permite ver el rostro de los personajes que la rodean, me parece interesantísima y valiente. A este respecto hay que hacer una mención especial a la fotografía del gran Óscar Faura («El Orfanato«), quien ejecuta un trabajo sublime de luces y sombras creando contornos alrededor de Julia, tanto en los planos de su rostro como en las de su vista subjetiva, que ayudan a introducirnos mejor en ese universo oscuro, opresivo y asfixiante en el que se sumerge la protagonista.
Quiero pensar que Guillem ha hecho la película que quería hacer, ya que, con todos sus pros y contras, no hay duda de que nos encontramos ante una cinta diferente, memorable y que seguramente, en pocos años, el tiempo le proporcionará la justicia que se merece. Confirmamos entonces a Guillem Morales como uno de los mejores talentos que hay en el panorama cinematográfico español actual, un cineasta que todavía tiene mucho que contarnos ya sea aquí o en otras tierras… Aunque esta vez su juguete le haya venido un poco grande.
[Alex Aviño D’acosta]