La Bella Varsovia publica el quinto poemario de Luna Miguel: «Los Estómagos», un ejercicio magnífico entre el pecho y la vagina, una escritura que dice víscera y no sangra, que canta sangre y huele a hierba.
LA VIDA RESISTIENDO AL ÁCIDO CLORHÍDRICO. En «Uma Menina Está Perdida No Seu Século À Procura Do Pai«, el último libro de Gonçalo M Tavares, para el escritor la boca es el lugar donde ocurre la lucha entre la comida y el lenguaje, la pelea entre el querer comer y el querer hablar, el duelo entre una necesidad, la del alimento, y una posibilidad, la de la palabra. Al pie de la roca de Solutré, en Francia, descansan los restos de 10.000 caballos de la prehistoria que fueron conducidos al precipicio para convertirse en alimento después de la bestial caída. «Tu cabeza separada de tu cuello cortado / Es el comienzo de la eternidad», reza así un poema de Joyce Mansour, como si estuviese en la sala de despiece del matadero, observando el cuchillo del matarife, abriendo las manos, esperando la comida, el alimento que hace posible la vida. Se sabe que son muchísimas las especies de animales que matan a sus crías más débiles, entre otras razones, para asegurar la supervivencia y poder así alimentarse. De nuevo la muerte para el alimento y la vida. La ingesta del otro contra la nuestra.
Los estómagos es un libro valiente. Un manual de supervivencia. Una guía con instrucciones para afrontar lo que viene detrás del luto y del llanto, una plegaria que nos recuerda lo que sí es el hambre, una forma bestial de decir sí a la luz y a la vida en mayúsculas, de mostrarnos las entrañas sin que duela, de enseñarnos que hay otras formas de amor que no tienen el color de la sangre.
Luna Miguel también es lo que come, y lo escribe. Y nos lo cuenta. El amor a la mascota, los poemas de Ted Hughes, la mano tendida al animal que busca la compañía y no golpea, la figura de la madre, los animales que ya no son ofrenda ni alimento, la amistad, lo que esconde en su nevera, el amor y la ternura aquí al fin son arma contra la enfermedad y el cuchillo.
Porque no sólo nos debatimos entre cerebro y corazón. También bailamos en una cuerda entre el estómago y la vagina intentando no perder el equilibrio, y es difícil escribir sobre entrañas sin caer en vísceras abiertas y manos manchadas de sangre. Pero Luna Miguel lo consigue, y «Los Estómagos» es un libro de luz y madurez que ha sabido sobrevivir a la catástrofe. Un libro que muestra una elección que da un portazo al dolor, y que se inunda de pureza. Porque somos lo que comemos, también lo que escribimos, lo que vivimos, lo que leemos. Y ella, como nadie, lo sabe. Y lo escribe.
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SUAVE Y QUEDO (MALA TRADUCCIÓN DE UN VERSO QUE ES EN REALIDAD UNA VERSIÓN PROVISIONAL INFINITA DE ESTE POEMA)
Reconocerse en la blancura de otras patas blancas, en el estruendo de otros llantos blancos
–el gato que llora suena a globo hambriento.
Reconocerse también en la cadencia, pues todo rompe y algunos se marcharon con las ideas a medias
–yo nunca he asistido a un funeral, me dijiste, que la palabra caricia y la palabra fiesta eran sinónimos en todos los diccionarios, que marcharse merece nuestro cariño, me dijiste, dejándolo todo sobre la mesa termina lo que empecé, me dijiste.
Reconocerse en la cirugía, en el verbo, en el sueño entretenido de las olas. Hay vida en el verbo vivir
–su conjugación es un féretro suave y quedo.