«Tiene usted una llamada«, le dicen a Willy Toledo en determinado momento de «Los Amantes Pasajeros«. «¿Una mamada?«, responde él. Chimpún, redoble de tambores. Se hace un silencio mortal en la sala, alguno se remueve en su asiento y otros lamentan que en el cine no haya (de momento) risas enlatadas. Pero, cuidado, porque lo peor de la historia no es que un director como Pedro Almodóvar haya escrito un diálogo que encajaría a la perfección en la más rancia matrimoniada de José Luis Moreno: no, el problema es que este es un ejemplo perfecto del nivel de la película y de su humor. Todo lo demás está a esa misma altura.
Nada que objetar al planteamiento de «Los Amantes Pasajeros«, muy al contrario: director de prestigio que empezó en la comedia y fue virando hacia el melodrama cada vez más torturado decide tomarse un lúdico respiro y hacer una comedia ligera. Suena bien. De hecho, era prácticamente lo mejor que podía hacer en este momento un tipo siempre en permanente riesgo de convertirse en parodia de sí mismo. Pero, claro, no vale sólo con planteárselo: hay que ser capaz y, al llegar a una determinada edad, uno debería ser consciente de sus posibilidades. Por eso sorprende que Almodóvar se haya metido en el jardín de escribir y dirigir una película que simplemente ya no sabe hacer.
Porque ha pasado mucho tiempo de cintas ocurrentes y divertidas como «¿Qué He Hecho Yo Para Merecer Esto?«. Mucho. Ahora tenemos a un señor de 63 años que quiere y no puede, que firma una comedia que quiere ser fresca y está pasada, quiere ser gamberra y es inofensiva, quiere ser popular y resulta simplemente barriobajera. Y, así, en pleno 2013, nos pasamos 90 minutos escuchando una sucesión de chistes de pedos, de gordos, de pollas, de vírgenes, de mariquitas. Personajes que hablan de portadas de Interviú, del destape y de señoras que se acuestan con «personas muy importantes de este país«. Caspa, caspa y caspa. Ángel Garó y Jaimito Borromeo en casa, tomando notas; Álvaro Sáenz de Heredia, sonriendo orgulloso de su legado; Los Morancos, despejando su agenda por si Pedro les llama para la próxima.
Sorprende, además, la pésima ejecución de todo esto. Asombra cómo esos diálogos que piden a gritos ritmo de screwball se hacen tan lentos y dejan espacio para unas silencios matadores, cómo algunos personajes aparecen y desaparecen al tuntún, cómo se aniquila cualquier unidad y ritmo narrativos con esa historia de la novia de Willy Toledo, cómo se pierde en darnos explicaciones que no nos interesan sobre personajes que jamás nos han importado más allá de los chistes que tuvieran que soltar.
Seguro que el reparto salvará los muebles, me dirán ustedes. Y no. Tampoco. Como era de esperar, los actores horribles están horribles (ya sabemos todos cómo son), pero es que los buenos tampoco están a la altura. Ahí tenemos, por ejemplo, a un perdidísimo Antonio de la Torre que no sabe por dónde hincarle el diente a su personaje y no tiene a un director para explicárselo porque ese director, tantos años después, sigue teniendo unos problemas horribles a la hora de dirigir a hombres. Y lo mismo le ocurre a Raúl Arévalo, que ya partía en una posición de desigualdad colocado junto a dos bestias de la comedia como Javier Cámara y Carlos Areces (los únicos capaces de arrancar alguna sonrisa furtiva en medio de todo esto), pero además nadie parece haberse molestado en ayudarle a lucirse mínimamente y, al final, actor y personaje quedan en una situación tan triste como injusta.
«Los Amantes Pasajeros» resulta, en fin, un desastre de tal calibre que te deja como única conclusión posible con la apuntada al principio: Almodóvar simplemente no sabe hacer esto. Ya no sabe. Y te quedas con las ganas de aconsejarle humildemente que siga con lo suyo, que si quiere algo más ligero aplique un enfoque como el de «Volver«, pero que no se desvíe demasiado de la ruta. Porque, con cosas como esta, hace poco más que el ridículo.
[NOTA: 2,00]