Suponemos que larga debe de ser la sombra de Victorio & Lucchino. Lo suponemos, pero no lo compartimos, que nos parece que ya es hora de que nos dejemos del rollo folklore sevillano de una (puñetera) vez. El desfile de Eugenio Loarce venía con la premisa de llamarse «Amado Mío» (sic) y la idea de basarse en cómo la mujer se entrega al amor, a veces de forma pasional, y a veces de forma sumisa. La idea a priori no pintaba mal, el problema es que el desfile degeneró en un ir y venir de clichés sevillanos totalmente demodé, con lo que más que una colección conceptual sobre el amor parecía una propuesta de trajes en versión coktail para la Feria de Abril.
Vayamos por partes. El desfile empezó bien y tuvo sus aciertos en una serie de modelos en las que se enfatizaba al máximo la figura femenina, que se envolvían en telas sugerentes y en las que mandaba el poderoso contraste de los grises, los negros, el blanco y los rojos. La cosa se puso peor cuando entraron en escena los sombreros de rejonería y los modelos masculinos que alguien hizo bien en definir como «un sucedáneo de Rodolfo Langostino«; es decir: zeñoritos andaluces con su sombrero, sus borlas y su chulería que, para más inri, en demasiados casos iban aderezados con pieles rojas.
Está feo decirlo, pero realmente pareció más un desfile de la pasarela grande que no de la emergente. Seguro que a Vicky Martin Berrocal le hubiera encantado, pero a nosotros ná de ná.
[Fotos extraídas de YoDona]