Se podría decir que Custo Barcelona es de esas firmas que no son profetas en su tierra… Pero no sería del todo verdad. Si bien es cierto que don Custo Dalmau lo parte a base de bien allende el Atlántico, especialmente en Nueva York, por aquí sus prendas también son bastante deseadas. Lejos quedan aquellos tiempos en los que tener «un Custo» era como tener «un Prada«, pero la firma aún sabe moverse bien en unos márgenes de comercialidad y trendsettismo bastante apañados. La prueba de esto es la que se lía siempre que viene a presentar sus colecciones en el 080. Custo Barcelona lleva dos temporadas teniendo la deferencia de presentar sus colecciones en exclusiva «en casa» antes de llevárselas a Nueva York, y el público se lo agradece volviéndose loquer y matando por una invitación a su desfile y, sobre todo, a las fiestas de después.
En esta ocasión el catalán presentó una colección que nadaba entre dos tierras: el look deportivo y el rollo sofisticado, todo con bien de estampados de inspiración azteca, geometrías imposibles y colorinchis subidísimos de tono (sus combinaciones de fucsia y turquesa, aunque a priori puedan parecer lo peor, son un ¡bravo! en toda regla). No hubo muchas sorpresas: Custo es Custo y cada colección es una evolución de la anterior, capas sobre capas de una misma idea que se desvelan ante el público como una matrioska vestida de jacquards, algodones y lúrexs que no tiene miedo a combinar flecos con brillibrilli, sudaderas y gorras streeteras. Un batiburrillo que a ratos funciona pero que la mayoría del tiempo deja una sensación de déja vu que le hace poco bien. Un lifting o una buena puesta a punto no le vendría nada mal a la firma. Just saying.