La quinta edición del festival pontevedrés Lolapop, la de su retorno, debía superar dos pruebas primordiales: el efecto del obligatorio barbecho al que tuvo que someterse el año pasado para que se reflexionase sobre su futuro y el cambio de su ubicación, trasladándose de su base clásica, la localidad de Pontecaldelas (donde se venía celebrando desde su arranque, en el 2007), a la villa de Redondela (agitada por encendidos debates sobre la ayuda económica que el consistorio local había aportado al evento).
A pesar de las incertidumbres iniciales y de las dudas en torno al éxito de su desarrollo, el balance final resultó satisfactorio. Dentro de la dimensión modesta pero cuidada que siempre definió al Lolapop, atendieron a su llamada algo más de un millar de personas, reunidas en el espacio privilegiado del muelle del puerto de la parroquia de Cesantes: un enclave que, por situación, belleza y tamaño, fue aprovechado al máximo para que lo asistentes pudieran moverse, relajarse y disfrutar sin problemas de cada uno de los conciertos. De esta manera, se conservó la comodidad, calidez y cercanía (sobre todo entre artistas y público) presentes en los anteriores capítulos del Lolapop, alejados de los esquemas masivos de otros acontecimientos similares.
SÁBADO 1 DE SEPTIEMBRE. Una semana antes de que se llevara a cabo el festival propiamente dicho, se realizó en la Alameda de Redondela la tradicional versión en miniatura del Lolapop dedicada a los niños. Bajo el sol de una mañana típica de verano, perfecta para la ocasión aunque un poco calurosa, se efectuaron varias actividades y actuaciones protagonizadas por algunos de los componentes del cartel oficial a los que se sumaron otros invitados especiales. Sentados sobre un colchón de cojines de colores o ante una mesa en la que dibujaban su visión de lo que estaba sucediendo, los más pequeños (junto a padres, parientes, aficionados y curiosos que pasaban por allí) fijaban sus ojos y oídos con gran atención en los músicos y sus canciones interpretadas en formato familiar.
Rafa de los Arcos (de Manos de Topo) fue el primero en situarse ante la peculiar audiencia para revisar en acústico “Maquillarse un Antifaz”, perteneciente al último disco de su banda, “Escapar con el Anticiclón” (Sones, 2011). Le siguió, entre historias relatadas cual cuentos de hadas, Carlos Rabas (de los vigueses Portrait), para luego unir fuerzas al ritmo de una mini-batería (tal y como puede verse en la foto sobre este párrafo).
Esta cita sirvió, al mismo tiempo, para ver la cara menos visible pero igual de interesante de determinadas bandas: Mvnich (antes Munich) iluminaron su cancionero para demostrar que no viven permanentemente en la oscuridad; y Maryland (con Rafa al mando de la percusión de juguete y capturados en vídeo por los niños; en la foto) se defendieron a las mil maravillas en el terreno de las covers regurgitando el “Dancing In The Dark” de Bruce Springsteen y el “On A Day Like This” de Elbow. Una pieza de radiante optimismo que puso el broche a dos horas matinales divertidas para los pequeños y entretenidas para los adultos.
SÁBADO 8 DE SEPTIEMBRE. A Mvnich les iba a corresponder, otra vez, desplegar su juego a plena luz del día. Y, además, ante un escaso público, como ocurre siempre que se abren las puertas de un festival. La tarde no era, en definitiva, la hora ideal para que los vigueses destapasen el sombrío contenido post-punk de su LP de debut, “INA” (2012), en el que se centraron totalmente. Con todo, su potente sonido (un poco apelmazado al comienzo) contrarrestó las circunstancias adversas, volcando sobre los oyentes toneladas de electricidad bien encauzada y de rock ruidoso, entendido en el mejor sentido del adjetivo. Un ejemplo de ello fue “Silver Rain”, aunque la banda también sacó a pasear su vena más reposada y la más pop, como en “A Bigger Soul Than My Heart”. Si antes había razones suficientes para confiar ciegamente en Mvnich, ahora existen todavía más por las virtudes y la pegada (también en vivo) de las canciones de su primer álbum.
Curiosamente, en el momento en que la noche se iba cerrando apareció la propuesta más reluciente (y, para muchos, más sorprendente) de la jornada. Así se podría describir el pop refrescante y naif de Rusos Blancos, autores de una lírica cotidiana, irónica y desprendida. Tanto como su vocalista, Manu, que aprovechaba las pausas entre tema y tema para soltar alguna píldora de (post)humor negro. Su mordaz simpatía seguía la línea de las letras de “Novia Depresiva”, “Gorka o Cabano”, “Broma Antisemita” o la enorme “Tus Padres, Tu Novio, Tú y Yo”, encajadas en un bubblegum pop cristalino y saltarín pero nada empalagoso que recordaba en ciertas fases a la inocencia sonora del indie patrio primigenio. Como ellos mismos dicen en una de sus canciones, todo fue un poco teenager… pero salió redondo, oiga.
Mayores expectativas previas se habían depositado sobre Bigott, aunque finalmente se cumplieron sólo a medias. Borja Laudo y los suyos entraron en escena con el pie cambiado soltándose con un arranque progresivo, reptante y psicodélico que dejó relativamente descolocados a unos espectadores que se fueron recomponiendo a medida que los zaragozanos (con Paco Loco de estrella convidada a los teclados) iban desgranando su última referencia, “The Orinal Soundtrack” (Grabaciones en el Mar, 2011) a través de “Le Petit Martien”, “Endlessly”, la electropopera “God Is Gay” o, su punto culminante, “Cannibal Dinner”. Entre medias, el barbudo Laudo practicaba sus conocidos movimientos corporales espasmódicos y desacompasados (a veces, exagerados), aunque se reservó para otro momento sus contados cometarios jocosos: no dijo ni mu en todo el concierto. Puede que el maño prefiriera concentrarse en aplicar peso e ímpetu a piezas suaves como “She’s My Man” o en dejar que los instrumentos se desbocaran hasta alcanzar el desenlace estruendoso y seco del show, que se había hecho corto: ¿el grupo maño había tocado menos tiempo del pactado? Nadie estaba seguro…
La mítica fanfarria del tema principal de “Regreso al Futuro” anunciaba la llegada (desde el backstage, no desde una época lejana) de Maryland. Tras ella, principiaron su particular viaje hacia el power-pop acerado a la misma velocidad que el DeLorean DMC-12 conducido por Marty McFly en dicha película. El soundsytem estaba preparado tanto para soportar sus descargas guitarreras punteadas a todo volumen (infalible “What To Do”) como para transmitir con nitidez sus pasajes más melódicos, extremos que hacían pensar unas veces en la influencia de Nada Surf y otras en la de Sexy Sadie. En cualquier caso, el quinteto vigués se acabó adjudicando la medalla de oro al derroche físico y la entrega sobre las tablas.
Niños Mutantes, habituales de los escenarios gallegos (en concreto, de los pontevedreses) y uno de los grupos totémicos de la historia del Lolapop, habían logrado congregar antes de su salida a la mayor cantidad de público de la jornada. Haciendo un guiño a su pasado más reciente, los granadinos decidieron abrir su show desempolvando parte de su disco “Las Noches de Insomnio” (Ernie, 2010), mediante “Días Complicados”, “Mi Mala Memoria” y la homónima “Las Noches de Insomnio”. Posteriormente, el salto en el tiempo aún sería mayor cuando acudieron a sus orígenes para rescatar una rockera “Veneno-Polen” dedicada a Paco Loco, testigo de excepción. Así que sus seguidores más fieles no podían quejarse del repertorio elegido por la banda, que, lógicamente, se iría inclinando progresivamente hacia “Náufragos” (Ernie, 2012). De él, Juan Alberto Martínez aprovechó “Dame Tu Mano” y “La Puerta” para arrojar una lanza a favor de las víctimas de la actual crisis imperante y alguna arenga contra el sistema (un pelín populista, todo hay que decirlo), mientras empezaban a caer unas amenazantes gotas de lluvia sobre las cabezas de los presentes. Pero los granadinos lograron disimular su efecto gracias a la pirotecnia del colofón de su actuación, formado por “Náufragos”, “Errante (Canción Mutante)”, “Te Favorece Tanto Estar Callada” y “Hundir la Flota”. La pulcritud sonora de Niños Mutantes no estuvo reñida con la rabia de su discurso decepcionado por la cruda realidad que nos rodea.
Otra clase de furia, la hormonal, es la que parecen saber domesticar Supersubmarina, a juzgar por cómo manejaron la excitación juvenil que emanaba de las primeras filas del foso durante su espectáculo. Su nuevo trabajo, “Santacruz” (Sony Music, 2012), les ha permitido acercarse a las posiciones de acceso a la liga donde juegan, por ejemplo, Love Of Lesbian o Vetusta Morla, y donde se encuentra el pastel de la muchachada que aún busca a su grupo nacional favorito (mainstream, alternativo o ¿post-indie?) Hecho que se notó en la algarabía montada entre los asistentes (especialmente la facción femenina) y la forma en que seguían al dedillo las estrofas de “Supersubmarina” o “Tecnicolor”. Ni la lluvia, que volvería durante unos minutos para mostrarse con relativa fuerza, impedía que aflorase el nervio pop-rockero (muy a lo Two Door Cinema Club y derivados) de los de Jaén en “Kevin McAlister”, “Hermética” o “XXI”. Al igual que sucede en los directos de los referentes mencionados más arriba, los textos de Supersubmarina necesitaban ser descifrados, a veces, con un buen diccionario de metáforas modernas entre manos, un ejercicio inútil en comparación con el esfuerzo que parte del gentío realizaba con sus gargantas para gritar al alimón la final “Cientocero”.
Tal esfuerzo había dejado prácticamente sin oxígeno la explanada del muelle del puerto de Cesantes, aunque quedaba cantidad suficiente para tomar aire, exhalarlo y desear en voz alta, en plena madrugada, larga vida al Lolapop… en Redondela.
[Fotos: Iria Muíños + David Ramírez]