Les preguntamos a algunos de lo más ilustres miembros de la escena musical española qué tal llevan la muerte (y cómo gozaron la vida) de Leonard Cohen.
Leonard Cohen moría el pasado 7 de noviembre y, por mucho que ya nos había anunciado en su último disco que así ocurriría, nos pilló a todos por sorpresa. Al fin y al cabo, este hombre se había convertido en una versión célebre de esa abuela que todos tenemos que lleva diciendo que se va a morir desde que tenemos siete años… Pero nunca se muere. Como si su continua mención de la muerte fuera un mantra que la protegiera contra La Parca.
Así lo dice Leonard Cohen en la primera canción de su último disco, «You Want It Darker» (Columbia, 2016), publicado escasos días antes de su fallecimiento. «I’m ready, my lord«, repetía el poeta una y otra vez. Y, aun así, nadie quiso creérselo. ¿Cómo vas a dejarnos ahora que por fin has editado un disco al nivel de los mejores de tu carrera?, nos preguntábamos la gran mayoría. Pero, sí, Leonard Cohen estaba listo, y Su Señor se lo llevó el 7 de noviembre por mucho que todos ya hubiéramos empezado a salivar pensando en volver a verle sobre el escenario. Una vez más. Sólo una vez más.
Pero no pudo ser. Y, ahora que casi hace un mes de la muerte de Leonard Cohen, una vez ha pasado el tiempo de duelo y los corazones están más sosegados, hemos querido preguntarles a todo un conjunto de buenos representantes de la escena musical española cómo llevan una pérdida tan grande como esta… ¿Para qué seguir hablando cuando lo que viene a continuación os va a romper el corazón? [Más información en la web de Leonard Cohen]
NACHO CASADO (La Familia del Árbol). Esta es la pequeña historia de cómo la música de Leonard Cohen entró en mi vida.
Fue un frío mes de diciembre de hace ya algunos años, unos meses antes de que el amor llamara a mi puerta como un huracán. Buscábamos cualquier momento para estar juntos y la intensidad era propia de la edad. En aquel momento todavía cada uno vivía con sus padres, así que siempre buscábamos una excusa para salir de la ciudad y pasar un tiempo fuera juntos, así que Nochevieja y una fiesta en otra ciudad con amigos era la excusa perfecta. Emocionado desde la noche anterior, salí temprano para vernos en la estación de tren destino a ese plan genial. Llegamos temprano al hotel para dejar las bolsas, había preparado una velada increíble, hasta tenía una radio con CD para tener la música perfecta, bebidas y alguna sustancia ilegal. Intentaba disimular, pero por dentro estaba tan emocionado de estar con ella ese dia que casi me temblaban las piernas. Con las prisas y los nervios, me dejé olvidados todos los CDs, hasta los que había grabado con mimo la semana antes. Una tragedia, la verdad.
No tuve más remedio que confesarlo. Pero, como ella es una chica de recursos, me dijo que no pasaba nada, que luego daríamos una vuelta y podríamos comprar algunos discos. Y así fue, bajamos del hotel a dar una vuelta y tomar el último café del año, por el camino pasamos por una tienda de discos y cada uno cogió alguno, me fijé que ella llevaba uno con la portada toda negra y una tipografía chula, no sabia cuál era. Regresamos a la habitación para prepararnos para salir, sacamos la radioCD y ella puso ese disco. Era «Songs of Love and Hate«. De repente comenzó a sonar el arpegio de guitarra y llenó la habitación, ella se lió un cigarro de esos que eran para la fiesta y nos sentamos en la cama sin hablar.
Yo estaba completamente hipnotizado por la música, la situación y el momento. Aquellas cuerdas y la voz de Cohen cantando para los dos… Comenzamos a besarnos y a dejarnos llevar por toda esa tensión acumulada de los últimos días. Cuando nos dimos cuenta ya eran las dos de la mañana, no tomamos las uvas ni fuimos a la fiesta, nos quedamos en la habitación toda la noche escuchando a Cohen en la cama y hablando de cualquier cosa. Para mi, Leonard siempre estará en esa habitación de hotel cantando para nosotros. Gracias, Leonard Cohen. [Web de La Familia del Árbol]
[/nextpage][nextpage title=»Hazte Lapón + Neleonard» ]LOLO GONZÁLEZ MOLINIER (Hazte Lapón). Antes de empezar, una confesión: no soy un gran conocedor de la obra de Leonard Cohen, lo que no quiere decir que no haya pasado muchas veces por algunos de sus discos y muchas de sus canciones. Esto no debe interesar mucho a quien lee; más bien es un tic personal, declararme diletante antes que farsante. Una vez dicho esto, y quedando excluido por tanto el tono elegíaco, me autorizo a decir alguna cosa a propósito de su muerte.
Acepto la propuesta de escribir porque sí me interesa aportar algo personal; una reflexión que me ha sobrevenido tras su muerte, cuando repasaba su discografía, y volvía a escuchar discos que escuché muchas veces durante un tiempo, o revisaba otros que, por distintas circunstancias, nunca había escuchado. Justo esos días tras su muerte, y sin relación aparente con ella, tuve una conversación acerca de la cuestión de la novedad, de lo que en el arte viene a ser llamado lo Nuevo. La pregunta venía a ser, ¿cómo posicionarse, según uno va cumpliendo años, respecto a los nuevos sonidos que surgen? El MacGuffin que puso en marcha el debate era, en este caso, el uso del autotune como recurso estético en el tratamiento de la voz, algo que había puesto en boga el hip hop, con Kanye West como abanderado; que se había convertido en un rasgo reconocible del pujante trap; y que había acabado empapando a músicos de estilos tradicionalmente alejados del tratamiento de voces, como el folk, con Bon Iver a la cabeza. Pero no sólo a él; para sorpresa de todos, y contra todo pronóstico, incluso Lambchop habían acabado contagiados. En la conversación, el autotune acabó quedando en un segundo plano para abordar algo más general: la cuestión de las brechas generacionales, la música cuyo cambio formal o discursivo marca una frontera a partir de la cual una generación la hace propia y la generación anterior queda, en cierto modo, excluida.
Durante la conversación estuve a punto de soltar la boutade de que a mí, en realidad, lo nuevo me importaba un pimiento. Y no era, creo, una cuestión de conservadurismo, envejecimiento precoz o pura desconexión. Yo no tengo hambre de novedad porque lo que me interesa es, precisamente, lo que sobrevive al paso de tiempo, y lo único que separa ese grano de la paja es, precisamente, el tiempo. Me interesa lo que logra, digamos, cabalgar entre décadas, y sobrevivir a los vaivenes formales y al zeitgeist. Tengo incluso la manía de abstenerme de escuchar insistentemente los grupos del momento y hacerlo varios años después. Es sorprendente el lugar que reserva el tiempo a cada cosa, y cómo algunas se desinflan hasta hacerse insoportables a la luz del presente, mientras otras permanecen sólidas y robustas o incluso reverdecen.
Volvamos a Cohen, no daré más rodeo. Revisando (o revisitando) su discografía, quedé impresionado por la presencia de este rasgo en casi todos sus discos. Desde los inicios de desnudez folk hasta sus coqueteos con los ritmos programados en los 80, pasando por la producción de Phil Spector, hay algo que los atravesaba, y permanecía siempre sólido como una roca. La impresión general fue mucho mejor que cuando hice el mismo ejercicio con Dylan, tras el Nobel. ¿Por qué? Quizá tiene que ver con esa búsqueda de lo esencial, la palabra justa, el desbroce de lo innecesario. Los discos permanecen sólo ligeramente atados a su tiempo, mientras las palabras, las melodías y la interpretación parecen reducidas a su esencia y, por tanto, cazan algo de esta intemporalidad (que no eternidad, lo eterno en realidad no sé si está reservado a nadie que haga pop). Parece que Cohen sólo dedicó palabras a los temas importantes: la angustia de existir, la imposibilidad del amor, el paso irremediable del tiempo, lo inabordable de la muerte.
Escuchando su último disco, a todas luces un estremecedor ejercicio de autoconciencia, explica entre líneas que va a morir y que está preparado. Lo hace de un modo muy distinto al de Bowie, por ejemplo; no se afana en intentar ser moderno por última vez, más bien intenta de forma reposada, con una voz clara, natural y en primer plano, dejar caer las últimas palabras. Y las palabras caen al suelo pesadas como losas, dejan huella.
Si uno sabe que va a morir, cabe preguntarse cuál es la necesidad de un disco más, de unas pocas palabras más. Entonces, habrá que pensar qué uso ha dado alguien a las palabras, para soportar lo insoportable de vivir. Como explicaba en su discurso en los premios Príncipe de Asturias, desde antes de coger una guitarra él buscaba una voz. Luego aprendió seis acordes, y eso fue suficiente para hacer andar las palabras. La importancia de las palabras, de sus palabras, su capacidad para darles peso y que no se las lleve el viento del tiempo y de las modas, quizá se trate de eso. La posibilidad de hacerlas sobrevivir incluso a su propia muerte. [Facebook de Hazte Lapón]
MANUEL NAVÍO, ‘NELE’ (Neleonard)
HALLELUJAH MR. COHEN!
Es viernes 11, algo más de las 10.
Rompo a llorar por algo que no debería suceder.
No hay otra forma de decir adiós…
Esta vez el que se va para siempre
es mi pasado, Mr. Cohen.
Cada verso que pude escribir,
cuando todo era verdad, hoy se ha marchado.
Con sus canciones, con sus melodías y arpegios.
Con su voz, sobre todo con su voz…
Y con todas las cosas que decía
y que no era capaz de comprender.
Mas, si las pude sentir entonces,
¿por qué me atraviesan ahora?
Si ahora sé qué es un ángel
y quién no dejará de rezar por nosotros…
No olvidaré rezar por usted, por si acaso.
Hallelujah Mr. Cohen!
NACHO RUIZ (Nine Stories). Recuerdo escuchar a Cohen desde que era un niño. Mi padre ponía sus discos en casa y yo curioseaba las portadas y las fotografías que incluían los vinilos: él parecía siempre un tipo serio, mayor. Su voz era grave y sus canciones, bellas y lentas. Era muy distinto a otros artistas que sonaban en el salón o en el coche. Más grave y un poco misterioso.
De pronto, llegó la preadolescencia, y ese Cohen mitológico de la infancia se convirtió en carne de lecturas precoces (leí «Los Hermosos Vencidos» y no lo entendí bien, fue como un viaje de peyote para aquel quinceañero intenso) y de escuchas intensivas de sus primeros discos. Era la época en la que empezaba a tocar la guitarra, y sus canciones siempre tenían acordes fáciles. Uno se sentía muy molón pudiendo tocar «Is This What You Wanted?» o «Avalanche«. Quedaría muy bien decir que con ello pude ligar con unas cuantas chicas, pero sería faltar gravemente a la verdad.
Con los años, he seguido escuchando a Leonard. Cuando un artista de su categoría se muere, se tiende a destacar su figura, su impacto, sus premios… En mi caso, lo que verdaderamente define mi relación con el canadiense es que no he parado de darle al «play» -en vinilo, en CD y en plataformas de streaming-. Me he ido comprando los álbumes que me faltaban, he esperado con avidez los discos que nos ha regalado y que casi no esperábamos, y he hecho playlists digitales constantes.
Le vi tres veces en directo. La primera, en Lisboa, fue la que me impactó más. Pero fueron mejores los dos conciertos a los que asistí en Madrid. Tocó todos los clásicos (los recientes y los antiguos) y se despidió dando saltos sobre el escenario, como si fuera un niño pequeño. Lo curioso es que, en los últimos años, hubo una sensación de despedida en toda su obra. Sin embargo, nos ha pillado desprevenidos y en fuera de juego. [Web de Nine Stories]
ALONDRA BENTLEY. Su música ha estado presente en mi vida desde que era una niña, ya que mis padres la ponían sin parar. Sus discos tienen la capacidad de teletransportarme a esos momentos cuando eres pequeño y sientes melancolía o tristeza; las primeras veces son emociones muy puras.
Recuerdo que le decía a mi madre -que se llamaba Susan– que pusiera su canción. Me refería a “Suzanne”, claro. Pensaba que este señor que cantaba la había escrito para ella.
Es extraño cómo alguien al que no conoces personalmente puede hacerte sentir algo tan familiar. Hay pocas cosas en el mundo que me parezcan tan acogedoras como los discos de Leonard Cohen. [Web de Alondra Bentley]
[/nextpage][nextpage title=»Seward + Hans Laguna» ]ADRIANO GALANTE (Seward). THE REST IS DROSS. Muchos escritores dedican su vida a leer y no a escribir. Estos lectores en primera línea de fuego suelen confesar con normalidad que no pueden ni podrán leer todo lo que quisieran antes de morir. Lejos de alimentar leyendas -porque leer y escribir es aceptar estar solo y eso tiene muy poco de mito y menos de leyenda- los que asumen esa responsabilidad como suya, aun abrumadas y abrumados por siglos de tradición literaria, cargados de páginas a sus espaldas, escriben pobres o no y escriben como si fueran los primeros en hacerlo. Abrazan el paso del tiempo como una virtud, como una ventaja, y algunos acaban encontrando tierras fértiles allí donde el mapa no indicaba, e incluso cosiendo el mapa con sus propias manos. En ocasiones, hasta el dinosaurio de las letras da un paso más con ellos cuando son generación, gimiendo levemente hasta que llegue el paso siguiente.
En la música moderna occidental ocurre lo contrario desde mediados del siglo pasado. A la mayoría de los músicos no les suele interesar la música porque desde que nacen les dicen que todo está hecho. Aprenden que a los 27 van a morir famosos, o que a los 30 dejarán los escenarios por las clases, como los deportistas… “¿Qué esperas? ¿Publicar tu mejor disco a los 70? Olvídalo”. A estas alturas del metraje, se han gastado cientos de cartuchos en esquelas a todo mármol y metal sobre Leonard Cohen, y más todavía sobre sus infinitos bastardos: la versión soporífera de «Hallelujah» de Jeff Buckley o el «Omega«, aquelarre intocable de un Enrique Morente inspirado en Lorca y Cohen, un disco sublime si se hubiera tocado, grabado y producido -que no cantado- de otra manera, y sin Lagartija Nick. La música de Cohen quería ser igual de profunda que sus letras, pero era monótona, previsible, hortera y torpe, como la gran mayoría de las versiones que le rindieron tributo. Meshell Ndegeocello tocando «Chelsea Hotel» es una excepción preciosa.
Leonard Cohen era un escritor de fondo. «Flowers For Hitler» es uno de los mejores libros de poesía de la década de los 60. Se podría leer una vez al mes y ser nuevo en cada ocasión: «We do what only lovers can. Make a gift out of necessity. Looking at our clothes folded over the chair, I see we no longer follow fashion and we own our own skins. God, I’m happy we’ve forgotten nothing and can love each other for years in the world«. Dentro de un par de décadas, esta misma noche o mañana, Cohen volverá a sonar sobre cualquier formato y una pareja cualquiera, extraviada en su propia habitación, enfrentando pantallas, hablando poco y trabajando a deshoras; tarareará una de sus canciones cursis, quizás sin saber que lo que les hace moverse del sitio tímidamente y cantar es eso que Leonard Cohen cultivó con detalle y tesón hasta la muerte: cada palabra y cada silencio. Las canciones de Leonard Cohen fueron una excusa fácil que le puso al mundo para sobrevivir al lujo de no dejar de leer, hablar y escribir. [Web de Seward]
HANS LAGUNA. ¿Qué ha significado para mí Cohen? Para responder debo contar unos recuerdos de infancia. Cuando era niño, iba cada verano a Zarautz a casa de mis tíos, y allí había un vinilo de «I’m Your Man». La portada me llamaba mucho la atención: un señor vestido con traje que estaba comiéndose un plátano. Aquel abuelo elegante cantaba con una voz extremadamente grave que lo inundaba todo. Lo veía como una especie de cuentacuentos ancestral, alguien que explicaba historias que yo no entendía pero que parecían muy importantes. Se acompañaba de mujeres, y de algún modo me parecía que las voces ligeras y angelicales de ellas contrastaban a la perfección con la profundidad de él.
Con los años supe que el hombre del traje tenía muchos otros discos. Descubrí que no siempre había cantado igual, de joven había tenido una voz aguda y nasal. Empecé a entender sus letras y aprendí que la poesía puede ser sensual y además elevada, que es posible ser a la vez dandi y sacerdote. Intenté imitar sus arpegios de guitarra y poco a poco conseguí reproducir los movimientos de su mano derecha. También me di cuenta de que «I’m Your Man» tenía unos arreglos ochenteros muy horteras, la verdad. Incluso viajé a Valencia para verlo en directo, pero se derrumbó en mitad de la tercera canción y se acabó el concierto, y todos creímos que había muerto.
Hoy Leonard Cohen es para mí mucho más que aquel tipo del plátano que conocí en casa de mis tíos. Es mucho más y, sin embargo, su esencia ya estaba allí contenida. Un hombre maduro y elegante que transmite una extraña paz. Un hombre capaz de crear intimidad al tiempo que nos señala un lugar remoto. Un hombre que demuestra, nos guste o no, que la belleza y la tristeza van de la mano. [Facebook de Hans Laguna]
[/nextpage][nextpage title=»Rusos Blancos + Os Amigos Dos Músicos» ]MANU (Rusos Blancos). El pasado viernes 11 de noviembre, Rusos Blancos editamos nuestro tercer disco. La noche anterior me había puesto el despertador prontito, a eso de las ocho de la mañana, para encargarme desde bien temprano de las cosas de promo (tampoco es que fuéramos a ir a visitar a la BBC, pero siempre hay que poner alguna cosa en redes sociales, responder alguna entrevista, etc.).
Sonó la alarma del móvil y, al cogerlo, lo primero que vi es que se había muerto Leonard Cohen. Realmente me quedé muy sorprendido. Había oído hablar de que este era su disco de despedida y leído entrevistas en las que aseguraba sentirse listo para la muerte. No imaginaba que se tratase de algo tan literal e inminente. Atrasé la alarma un par de horas y me volví a acostar. Estaba claro que ese día no íbamos a promocionar nada. Hubiera sido como pedir a tus familiares dinero prestado el día del funeral del abuelo.
A eso de las once me desperté por segunda vez. Desayuné y bajé a la calle por el pan. Me puse los cascos y busqué un disco de Cohen que escuchar durante el paseo. La necesidad de escuchar las canciones de un músico que acaba de morir, por mucho que llevases meses sin hacerlo, se parece a la de ojear fotos de un familiar fallecido a quien llevabas años sin ver: una rara intimidad que, a la vez, subraya la cercanía y el alejamiento. Escogí “Death Of A Ladies’ Man”, el disco de Cohen al que le tengo más cariño a pesar de que tenga fama de disco fallido. No es tan raro encariñarse más con aquello que falla que con lo que funciona.
A la salida de la panadería empezó a sonar “I Left A Woman Waiting”, y justo entonces me encontré con una ex-novia a la que llevaba años sin ver:
“She said, I see your eyes are dead
What happened to you, lover?”
Charlamos brevemente de manera fría y educada: primero nos dijimos que todo nos iba bien, luego confesamos que había alguna cosa en la que no nos iba tan bien y evitamos entrar en detalles.
Nos despedimos, me puse de nuevo los cascos y escuché a Cohen cantar:
“Whatever happened to my eyes
Happened to your beauty”
DANIEL ALONSO (Os Amigos Dos Músicos). Gran parte de mi adolescencia se curtió vuelta y vuelta con un single de un joven Leonard Cohen que hablaba de ‘el guerrillero’ y una chica llamada Suzanne. Volvía siempre a ese vinilo en mis momentos bajos y nunca me fallaba. Años después, el “Hallelujah”, de las manos y voz de Jeff Buckley, solía cerrar las borracheras casi diarias de mis días en Dublín, donde Leonard Cohen seguía funcionando a la perfección. De él exprimía lo que necesitaba para después quedarme tumbado en la moqueta de cualquier domicilio dublinés, con suerte abrazado a alguien.
La última vez que Leonard Cohen entró como una bala en mi vida fue el día después del nacimiento de mi hijo, cuando nos montamos en el coche y dejamos atrás el hospital camino del nuevo hogar de Alán, junto a su madre y su abuela, un maravilloso y soleado 26 de julio. Poco después de encenderse el motor, empezó a sonar un directo de Leonard Cohen en Dublín y el recitado de “If It Be Your Will” dio entrada a la voz de The Webb Sisters. Aquel coche se convirtió en un baño de lágrimas de felicidad, y cada vez que escuchamos esa canción es imposible no acordarnos de aquel día.
El pasado 7 de noviembre volví a llorar, esta vez por dentro, abrazado a mi mujer, y volveré a llorar todas las veces que sea necesario.
Gracias, Sr. Cohen. [Facebook de Os Amigos Dos Músicos][/nextpage]