Beyoncé ha lanzado «Lemonade» totalmente por sorpresa… Pero tenemos que reconocer que el disco nos inquieta, nos atormenta y nos perturba.
Hace un par de meses, los habituales blogs de descarga (ilegal) recibieron la visita inesperada de un inesperado disco de Beyoncé titulado «Back To Basic» con un portadón muy tremendo en el que la diva aparecía luciendo un rollito así como hindú y con el título reconvertido en «Back To Bey-Sic«. Al final, todo el tinglado resultó ser una recopilación no oficial de caras-B, colaboraciones y rarezas de Queen B, pero hay que reconocer que el impacto inicial fue demasiado guay como para no soñar con que la artista había vuelto a metérnosla doblada y entregar otro nuevo disco por sorpresa y sin preaviso, tal y como ocurrió con el magnífico «Beyoncé» (Columbia, 2013).
La decepción, entonces, fue mayúscula… Y es que el mencionado recopilatorio era una mierda de cuidado, un disco heterogéneo hasta la esquizofrenia y con tan sólo un par de temas que se pudieran salvar de la quema, «Formation» entre ellos. Sea como sea, tocó respirar aliviados y susurrar «joder, qué suerte que esta puta mierda no sea el nuevo disco de Beyoncé«. Y chao. O, por lo menos, chao hasta que la semana pasada se filtró que este pasado domingo algo de Beyoncé llegaría hasta el canal de televisión HBO bajo el nombre de «Lemonade«. Los rumores empezaron a correr: si «Beyoncé» ya fue un «visual album» estrenado directamente en iTunes, ¿por qué no iba a repetir La Beyon la jugada, esta vez en un canal tan reputado como HBO?
Y eso es lo que tuvimos: el pasado domingo 24 de abril, Beyoncé estrenaba «Lemonade» (Columbia, 2016), el que ya es su segundo «visual album» por eso de que directamente viene acompañado de una pieza visual para cada uno de los cortes. «Lemonade«, sin embargo, también viene acompañado de otra cosa mucho más jugosa: la polémica. Al fin y al cabo, este disco viene a ser el clímax del tomateo que hace ya un par de años que corre por los patios de vecinas de medio mundo, específicamente desde el incidente del ascensor que también le dio su ratio de protagonismo a la hermanísima Solange.
Que sí: que Jay-Z tuvo los santos cojones de ponerle los cuernacos del quince a una de las mujeres más deseadas del globo terráqueo y quedarse tan pichi. Pero La Béyon, que es de esas que perdona pero no olvida, de las que ahoga pero no aprieta, también de las que sabe que la venganza es un plato que se sirve frío, decidió seguir siendo hermética, no concediendo entrevistas, hacer como si no pasara nada y, cuando menos lo esperábamos…. ¡Zas! ¡En toda la boca! En la nuestra y, sobre todo, en la de Jay-Z, porque «Lemonade» es un disco que básicamente trata de cómo este Muy Poco Santo Barón mojó el churro en el chocolate (supongo que) negro de otra tiparraca y de cómo Beyoncé le perdonó porque, al fin y al cabo, su matrimonio es más importante y fuerte que este tipo de chochás mundanas. Y ella, además, fue educada en una moral cristiana de resignación y trabajo duro en la pareja. ¿Pero qué nos hemos creído?
Beyoncé being Beyoncé: en vez de dar la exclusiva a los medios y meterse en el fango de TMZ y otras webs mamarrachas, la chica se lo guarda para ella y lo vomita todo en un disco, asegurándose así que se ve y se escucha lo que ella quiere que se vea y se escuche, manteniendo el mito de la Queen B inmaculado e intacto. Hasta aquí, bien… Pero, entonces, ¿dónde está el truco? Pues en que, básicamente, el disco te deja con cara «¿quién se ha tirado un pedo en la sala porque Beyoncé no puede haber sido porque Beyoncé es muy monis y Beyoncé no se tira pedos?«. Pues, oye, resulta que la diva sí que tiene ano como cualquier hijo de vecino, y puede que «Lemonade» sea un pedete de esos que no horrorizan, pero que te hacen pensar que el tracto digestivo de la amiga no está demasiado bien. Que está más bien regular. Y lo chungo es que esta vez es oficial y no podemos sentir alivio como con «Back to Basic«.
Ojo, que no estoy diciendo que sea un mal disco. Si lo fuera, no lo habría escuchado unas quince veces en los últimos tres días. Supongo. Pero sí que es cierto, y aquí entro ya en el terreno de lo profundamente íntimo y personal (es decir: todo eso que me inhabilita como periodista y crítico), que hay varias cosas en «Lemonade» que, como diría Esperanza Gracia, me inquietan, me atormentan y me perturban. Aun así, en vez de llamar a la astróloga con mejor juego de manos de la historia, prefiero compartir con vosotros estas cosas que no me acaban de cuadrar en el último «visual album» de Beyoncé. Vamos allá.
LA PORTADA. Empecemos por el principio: la portada. Si «Beyoncé» ya fue una declaración de intenciones al no incluir foto alguna en una portada negra en la que sólo constaba el nombre de la artista, en «Lemonade» la ídola decide esconder la cara y mostrar solamente el cogote. La cuestión es que, tal y como alguien que no recuerdo decía en una red social que no recuerdo, las trencitas no le quedan bien a absolutamente nadie. Ni a Beyoncé. ¿Soy el único que cada vez que ve la portada de «Lemonade» piensa en un fóquin armadillo a lomos de un oso grizzly?
Además, si Queen B nos está vendiendo la moto de que esto es un disco de empoderamiento, de perdonar a su marido pero hacerlo en sus propios términos, ¿a qué viene la actitud rollo avestruz de meter la cabeza bajo tierra y no dar la cara? No sé. Ya sé que me estoy viniendo demasiado arriba con la portada cuando seguro que no es tan importante. Pero, oye, siendo este un «visual album», la imagen que se nos va a quedar a todos en la cabeza es esta, ¿no?
LA HORTERADA ROCKER DE «DON’T HURT YOURSELF». Venga. A ver. Pongámonos serios… ¿Qué carajo es esta mierda? Y, sobre todo, ¿por qué es la tercera canción del álbum? Al fin y al cabo, su posición en el track list hace que te quedes con cara de Keanu Reeves desde bien prontito y que, en consecuencia, todo lo que viene detrás vaya a ser evaluado con una ceja arqueada.
Cierto es que aquí habrá que echarle la culpa a Jack White, copropietario de Tidal junto a Bey y Jay-Z. Pero tengamos en cuenta que esto es un disco de Beyoncé y que ella ha sido la que, en último término, ha decidido incluir en la versión final del disco esta puta mierda de rock rancio e intensamente hortera. Una canción que no sólo canta como una almeja al ser comparado con el sonido habitual de la artista, sino que también canta como una almeja en el conjunto de «Lemonade«. Aunque espera un momento… Porque resulta que en el disco hay otras canteadas un poco preocupantes.
LA CHOCHÁ COUNTRY / NUEVA ORLEANS DE «DADDY LESSONS». La excusa aquí es que esta canción es la que pone en relación la infidelidad de Jay-Z con otra infidelidad que ya marcó a Beyoncé en su tierna infancia: la de su padre. De ahí ese toque viejuno, como de country revenido mezclado con orquesta callejera de Nueva Orleans… Pero, oye, que el sonido Nueva Orleans aparecer rozando la puta genialidad en «Formation«, así que este aroma viejuno y ramplón no tiene ningún tipo de justificación, Bey. Para nada.
Puede que «Daddy Lessons» tenga su sentido como pequeña pieza del engranaje narrativo de «Lemonade«, pero tampoco deberíamos olvidar que, por encima de la temática narrativa, esto sigue siendo un disco. Un disco que, por cierto, va a ser escuchado por todo un conjunto de fans cuyo nivel de inglés no pasa del «Hi, my name is…» («Hi, my name is… Hi, my name is… ¡Slim Shady!«) y que, por lo tanto, van a sentir la misma conexión hacia la historia de su marido infiel que hacia una peli de Aki Kaurismaki. En finés. Y sin subtítulos. Lo peor de todo es que, además, aquí no tenemos a Jack White como cabeza de turco. ¿A quién culpamos?
TENER A JAMES BLAKE Y DESAPROVECHARLO DE ESTA FORMA. Esto tiene mucho pero que mucho delito. Para empezar, todos sabemos que Beyoncé canta objetivamente bien. Eso no lo puede negar absolutamente nadie. Tiene una voz privilegiada y con ella llega a lugares inalcanzables para el común de los mortales y para gran parte de los y las cantantes actuales. Y también es de entender que La Béyon está de bajuna, que está hecha mierda, que está jodida, vale. Incluso es de entender que quiera volcar ese sentimiento en una canción. Pero, mira, Bey, chiqui, es que resulta que tus gallos de dolor en «Sandcastles» causan precisamente eso, dolor, en los oídos de cualquiera.
Por no considerar que, además, «Sandcastles» es realmente la mitad de una canción más grande cuya otra mitad es «Forward«, la tan cacareada colaboración con James Blake que se solventa sin pena ni gloria en ni más ni menos que 1 minuto y 19 segundos. ¿En serio? Hay que tenerlos muy grandes, B. Muy grandes.
UN PASO ATRÁS. Y aquí llegamos al corazón de todo lo que me inquieta, me atormenta y me perturba de «Lemonade«: que, al fin y al cabo, supone un paso atrás en lo que representó «Beyoncé«. Aquel fue el disco que consiguió que la renovación del r&b por la vía de los future beats se hiciera accesible para el gran público. Éxitos posteriores como el de The Weeknd, por ejemplo, no hubieran sido posibles sin el éxito masivo del anterior disco de Queen B, que además era un ejemplo a seguir en lo que a coherencia interna de sonido se refiere.
«Lemonade» no es coherente y, de hecho, por momentos no es ni verosímil. Su variedad genérica y su subeybaja de calidad te acerca y te aleja continuamente a un cancionero que sigue teniendo aciertos como la genial «6 Inch» (con colaboración de The Weeknd y el fusilamiento con infinita gracia no sólo de Isaac Hayes, sino también de Animal Collective) o las revisiones de la negritud clásica en temazos como «Formation» o «Freedom» (junto a Kendrick Lamar). Pero, al final, lo que queda no es sólo la sensación de que «Lemonade» es un paso atrás con respecto a «Beyoncé«, sino sobre todo con respecto a los logros de Beyoncé como motor de cambio en la música popular contemporánea. Y eso sí que es una pena.