El documental «Leaving Neverland» no aporta nada a la polémica sobre acusaciones de pederastía a Michael Jackson… Pero el debate que genera es necesario.
Cualquier análisis del documental «Leaving Neverland» puede (y debe) centrarse en las dos caras de esta moneda que lleva años girando y que ahora nos parece cara y ahora nos parece cruz y ahora nos parece cara y al final ya no sabemos qué pensar. Por un lado está el debate en torno al caso de Michael Jackson y las acusaciones de pedofilia… Algo que voy a dejar para el final porque es donde realmente está la chicha de todo esto. Y por el otro lado está la valoración del documental per se, que es lo que voy a atacar primero y que, básicamente, es lo más atacable. Porque vaya desastre.
Para empezar, resulta que el documental dirigido por Dan Reed adolece de una duración excesiva que se ve agravada por una agonizante falta de ritmo interno. «Leaving Neverland» dura cuatro horas divididas en dos partes. Algo que podría acercarlo a un clásico documental como «Paradise Lost«… Pero no. La decisión de forzar este doble capítulo es totalmente utilitaria, porque soportarlo del tirón es totalmente insufrible. ¿Podría haber sido una mini-serie documental de cuatro capítulos? Tampoco, porque es que dentro no hay twists ni cliffhangers ni giros narrativos ni nada de nada: solo hay un metraje alargadísimo innecesariamente que te deja con la sensación de que has perdido cuatro horas de tu vida delante de una historia que podría haber sido explicada en dos. Incluso en hora y media.
Y luego está el problema de base de «Leaving Neverland«: que nos lo han vendido un poco como un abordaje de las acusaciones de pedofilia a Michael Jackson… Y para nada. El documental de Reed es, fundamentalmente, una doble y larguísima -y unilateral- declaración por parte de Wade Robson y Jimmy Safechuck a la que se le añaden las deposiciones paralelas de familia y parejas actuales. El caso de los dos hombres es exactamente el mismo (aunque diametralmente opuesto): ambos afirman que mantuvieron relaciones sexuales con Jackson cuando eran niños por mucho que en los dos juicios que hubieron en los que se acusó al artista de pedofilia declararon que Michael nunca tuvo ningún tipo de comportamiento inapropiado con ellos.
Los motivos que llevaron a Robson y a Safechuch a mantener silencio hasta la edad adulta es lo que los convierte en casos diferentes… Y no me corresponde explicarlos y desarrollarlos aquí y ahora porque ese es, en última instancia, el único interés que puede suscitar este «Leaving Neverland» que, sin embargo, pierde precisamente eso, interés, al conformarse con esta versión de los hechos. No hay réplica posible por parte de nadie cercano a Michael Jackson. Y, bueno, eso podría ser aceptable porque esto no va de Michael Jackson, sino de Wade Robson y Jimmy Safechuck. Pero lo que no es aceptable es que las versiones de ambos hombres queden sostenidas sobre sus palabras y no se apoyen en otros expertos que podrían arrojar algo de claridad a todo lo sucedido.
Esto me lleva directamente a la otra cara de la moneda de «Leaving Neverland«: el debate en torno a todo lo que explica. Porque lo más probable, hayas visto o no el documental de Dan Reed, es que te hayas visto enzarzado en alguna de las conversaciones al respecto que han tenido lugar a millones en las últimas semanas. Conversaciones que van más allá del típico «yo creo que es inocente«, «a mí siempre me dio mala espina«, «haciendo esas canciones no podía ser mala gente» e incluso «mira qué mirada de loco tiene, mirada de perturbado capaz de hacer cualquier cosa«. Cada uno tiene su opinión al respecto, y todas son válidas porque nadie sabrá nunca la verdad de todo este tinglado.
El debate interesante, necesario y positivo que está levantando «Leaving Neverland«, sin embargo, es otro muy diferente. Y es que, en los casos concretos de Robson y Safechuck, resulta totalmente relevante poner sobre la mesa muchas otras preguntas: ¿hasta dónde se puede culpar a los padres, especialmente a las madres, cuando ocurre algo así? ¿Por qué, entonces, parece que la madre de Robson nunca dejará de flagelarse por lo ocurrido mientras que la de Safechuck, después de permitir que Jackson le pagara el casoplón en el que vive (y muchas otras cosas), prefiere centrarse en culpar a Michael para evadir su propia culpa?
Los padres siempre se encuentran ante la disyuntiva de dar libertad a sus hijos para que vivan sus vidas o atarlos cortos. Y en un caso como este, es normal que se vuelva a abrir este debate… Aunque lo cierto es que, a mí, personalmente, me interesa mucho más otro debate que también se está generando a tenor de «Leaving Neverland«. Y es un debate que está mal apuntado y peor solucionado en el documental de Reed. Aunque, de entrada, sí que está bien representado: tanto Robson como Safechuck viven una montaña rusa emocional al respecto de todo lo que ocurrió. Ambos culpan a Jackson de abusar de ellos, pero Robson nunca esconde que sintió verdadero amor por el artista, mientras que la postura de Safechuch se puede resumir en esa escena en la que enseña todas las joyas que le regaló Michael a cambio de -presuntos- favores sexuales. Joyas de incalculable valor que conserva igual que su madre conserva la casa que pagó Jackson.
No es mi intención emitir juicio alguno… Tan solo apuntar que el caso de Robson me resulta más conmovedor y sincero porque en cierto momento admite que sigue sin ver nada malo en lo que ocurrió porque amó a Michael Jackson y sabe que Michael Jackson le amó de vuelta. Por mucho que hubiera muchos claroscuros en aquella relación, con más oscuros que claro, Robson parece admitir que eso es precisamente lo que fue: una relación. Y esto, en mi caso, después de varias conversaciones en las que me he visto involucrado después de ver el documental, me lleva directamente a poner encima de la mesa todo un conjunto de preguntas que no son mías, sino que están ahí, flotando por encima del film de Reed: ¿sigue siendo punible si en verdad fue una relación amorosa? ¿No se puede dar una relación amorosa entre un adulto y un niño? ¿No ocurren cada día casos heterosexuales (más o menos) escandalosos dependiendo de mil y un factores? ¿Por qué a veces tengo la sensación de que Robson admite que amó a Michael Jackson y ve normal haber tenido relaciones sexuales con él y en otras ocasiones le condena de forma dura?
Repito: estas preguntas no llevan implícita mi opinión, pero recogen un debate que se ha levantado que, en su carácter exploratorio de temas actuales, es necesario y positivo. Y esto es lo que hace de «Leaving Neverland» un documental más desastroso: que, pudiendo atacar estas preguntas, su único interés es la visión unilateral de la psicología de Wade Robson y Jimmy Safechuck… Pero en ningún momento se esfuerza en explicar en esas psicologías. Habrían bastado un buen puñado de expertos que hablaran de otros casos de pederastía desde un punto de vista psicológico y jurídico para responder muchas de las preguntas que se acumulan en los párrafos de más arriba y hacernos entender cómo funciona la mente de un hombre adulto que ha sufrido abusos en la infancia. Pero «Leaving Neverland» no profundiza en nada: es una dilatadísima divagación de dos hombres que merecían ser explicados en mejores términos. [Más información en la web de «Leaving Neverland» en Movistar+]