Cualquiera podría pensar que «Las Ganas» de Santiago Lorenzo es una oda a la gente fea… Pero al final resulta ser algo más sofisticado y divertido.
Todos tenemos algún amigo (o conocido) que es así, que habla así, que se comporta como Benito, el protagonista de «Las Ganas» (Blackie Books) de Santiago Lorenzo. Son esas personas a las que les cuesta integrarse en grupos grandes, que tienen tendencia a una invisibilidad transitoria que sólo abandonan para interaccionar en su entorno en un idioma repleto de extrañeza, de casi enajenamiento. Esos personajes que, puede que por falta de experiencia a la hora de comunicarse con humanos reales, puede que por un ostracismo al que se ven condenados debido a su falta de pericia dialogante (¿qué fue antes, el huevo o la gallina?), acaban desarrollando una especie de lenguaje propio, un código cifrado con una tendencia hacia el uso de términos arcaicos como supuesto rasgo de humor que debería acercarles a los demás cuando en realidad les está alejando. Gente que, como el Benito de «Las Ganas«, cree que lo más normal del mundo es inventarse palabras como «porlar» (término en el que se enmascara un miedo infinito al concepto «follar«) o «tremedal» (dícese de unas ganas de chuscar tan tremendas que cualquier cosa que ves por la calle te parece un posible compañero de cama). Seres a los que les parecen lo más normal del mundo oraciones como «Benito no pudo más y se echó a derramar caldo de ojo delante de todo el Cercanías«. Sabes el tipo de gente del que estoy hablando, ¿verdad?
Pues precisamente porque todos conocemos a alguien así, «Las Ganas» es un libro tan disfrutable: la prosa de Santiago Lorenzo se goza como quien disfrutaba en su momento de los tramos más sociópatas de «El Diario de Patricia«. El libro supone un vistazo a un tipo de gente que existe, pero en quien no solemos pensar demasiado… Y, ojo, porque lo que hace el escritor no es esforzarse en hacer visible lo invisible por la vía de la denuncia social o la prosa hiperrealista: lo suyo es el cachondeo padre, y eso se transmite en un libro como «Las Ganas«, que sólo puede ser leído con una sonrisa imperturbable que nunca se borra del rostro. Será que, al fin y al cabo, el argumento se construye alrededor de un armazón humorístico tan simple que resulta desarmante: el libro narra la historia de cómo Benito, un hombre como los descritos en el anterior párrafo al que hay que añadir que es feo como él solo y que no folla (o no «porla») desde hace tres años, se enamora de María y de cómo tira por la borda esta relación al obsesionarse con que su novia y su hermana se parecen como dos gotas de agua, lo que imposibilita de cualquier modo cualquier tipo de interacción sexual.
De entrada, cualquiera podría pensar que Lorenzo aprovecha «Las Ganas» para diseccionar la cuestión de la fealdad. Y la verdad es que, al fin y al cabo, en el libro abundan las reflexiones en torno al antónimo de la belleza, siempre poniéndolo en tela de juicio: «Nunca he entendido por qué a la gente le importa lo de ser feo o guapo. Si luego todo el mundo se besa con los ojos cerrados«, afirma María en un arranque de pensamiento poético; o, en otro momento, es la hermana de Benito la que pone sobre la mesa la inoperancia de hablar en estos términos con un pensamiento como «No tenía que haber utilizado la palabra feo. Sabía que el infierno en el que debía de estar metido su hermano no tenía nada que ver con guapuras ni con feúras. Que no se liga con la belleza, que de otra forma no seríamos en la Tierra ni la décima parte de lo que somos. Pero feo, mejor no haberlo mentado«. Pero sería totalmente erróneo quedarse con la idea de que el autor ha firmado una justificación apologética de la fealdad. Ni mucho menos.
Lo que le interesa al escritor parece ser más bien buscarle nuevos pliegues a los resortes habituales de la tragicomedia: sabiendo que este es un género que crece a partir de los detalles (los detalles que hacen que los personajes sean únicos y perdurables a ojos del lector, los detalles que hacen brotar la comicidad en una trama que, de no ser así, se percibiría como mil y una veces vivida), Lorenzo plantea una de las comedias más originales de los últimos tiempos, al nivel de otros autores como Steve Tesich o Shalom Auslander, todos expertos en construir personajes que crecen a partir de sus extrañezas. Pero Santiago Lorenzo tiene algo diferente: lo suyo es el goce borderline, las zonas limítrofes entre la ternura, el desprecio, el extrañamiento y la vergüenza ajena. Es este un terreno que, a priori, puede parece árido e inhóspito… Pero es un terreno en el que «Las Ganas» consigue hacer crecer vergeles de humor exuberante.