Nos habían vendido «Las Campos» como una reinvención del reality y el documental… Pero al final es otra cosa diferente. Es un formato para vendernos algo.
Puede que esté de vacaciones, alejado del ordenador portátil y de la parafernalia tecnológica habitual… Pero, aun así, hay una cosa que tenía bien clara: ayer jueves 18 de agosto por la noche debía marcar un paréntesis en mi desparrame estival para ponerme delante de la televisión. «Las Campos» se perfilaba como el evento televisivo del mes, y por eso mismo envié a mi madre un WhatsApp desde la distancia preguntándole si vería el programa. Al fin y al cabo, ella es más especialista que yo en estos tinglados.
Su respuesta fue una jodida maravilla: «Me importan una 💩 las Campos / Perdón / Por la expresión / Veré una peli / Hay gente que me la pela / No las soporto / Viven de sus miserias«. Y ojito, porque mi madre es básicamente el target ideal del presunto docureality de las Campos: entre 50 y 60 años, clase social media, televidente activa, interesada en el mundo del corazón… y criticona máxima del reino. Ahora comparemos ese perfil con el mío: entre 30 y 40 años, clase social media (o eso quiero pensar), televidente medio-bajo (veo más cine que tele, y cuando veo tele lo hago a través de Internet y cuando me da a mi la gana), interés medio-bajo en el mundo del corazón… y, vale, criticón máximo del reino. De casta le viene al galgo.
¿Conclusión? Tendría que haberle hecho caso a mi madre. O, por lo menos, tendría que haberme acordado de sus palabras cuando el arranque de «Las Campos» estaba programado a las 10 de la noche pero a aquella hora lo único que podías ver en Tele 5 era un debate previo a la emisión… Espera: ¿pero qué invento es esto? ¿Un debate antes de haber visto el programa? ¿Se puede ser más cutre? ¿Se puede ser más desalmado en la búsqueda de audiencia y pelártela más grandilucuentemente que el mundo entero lo perciba? Más todavía: ¿se puede ser más imbécil a la hora de configurar la mesa de debate y decidir que el representante de la audiencia «joven» va a ser un hectoplasma mamarracho como Aless Gibaja?
En ese debate, sin embargo, hubo un momento particularmente revelador. Dando continuidad a la gilipollez supina generalizada que destiló todo el tinglado de «Las Campos«, se emitió una pieza en la que diferentes críticos televisivos ofrecían su opinión de lo que veríamos a continuación. De esta forma, era inevitable observar cómo en el interior de tu televisor aterrizaba la primera sombra de sospecha, sobre todo debido a la fama de control freak que tiene María Teresa Campos (y entendamos aquí «tener fama de control freak» como «tener fama de personaje apoltronado en su trono viejuno capaz de joderle la PUTA BIDA a cualquiera que cometa el error de criticarla delante de alguien que después le haga llegar la crítica a La Jefa«… Algo que luego se vio ratificado cuando, durante el debate posterior a la emisión, un colaborador tuvo la mala suerte de hacerle a MariTere una pregunta que a ella no le apetecía demasiado responder). Así las cosas, ¿nos querían hacer creer que las declaraciones de los críticos televisivos no habían sido cuidadosamente seleccionadas por Campos Mother para mostrar la imagen del reality que ella misma quería mostrar?
Y resulta que esa era sólo la primera cosa que nos quería vender «Las Campos«. Cuando por fin empezó la emisión del programa, todo se hizo mucho más sospechoso… Para empezar, si desde múltiples flancos nos estaban vendiendo que esto venía a ser una translación (in)directa de «Keeping Up With The Kardashians» pero en versión (rancia) española, ¿cómo puede ser que sólo existan dos episodios? ¿Dónde queda la realidad del reality? Las dos Campos han crecido y envejecido literalmente delante de una cámara, así que, si hay alguien en este país consciente de qué puede y debe hacerse mientras es filmado, son ellas mismas.
De esta forma, desde el minuto cero resultaba completamente imposible creer lo que se nos mostraba en la pantalla del televisor. ¿MariTere y Terelu Campos tratando súper bien a su servicio? Sí, claro. Como si pudiéramos obviar que por debajo de su actuación se intuía un clasismo de nobleza baturra (y absurda). ¿Ambas haciendo ver que salen a cara lavada cuando se les nota un kilo de maquillaje para fabular la ilusión del no maquillaje? ¿Campos madre que utiliza una Thermomix que vale un pastizal sólo para hacer cremas pero que es incapaz de comprar una pieza de recambio de mierda? ¿Las dos con el día libre justamente cuando se graba el programa?
A partir de ese momento del programa, se revela de qué va exactamente «Las Campos«. Ya en el debate previo se nos advertía que lo más interesante iba a ser cómo Terelu se abría en canal al respecto de su mayor preocupación: el sobrepeso que la ha alejado de la imagen de buenorra juvenil con la que aterrizó en la televisión junto a su madre. Ahora bien, una cosa es que ese tema vaya a ser lo más interesante y otra muy diferente es que vaya a ser el único tema alrededor del que giren «Las Campos«.
De repente, todas las declaraciones a cámara de madre e hija giran en torno a si Terelu está gorda o no, cuándo se engordó Terelu y por qué, si Terelu come como una guarrins o no, si Terelu se pone tibia a vino tinto o a Panteras Rosas. De repente, todo el programa se estructura en base a dos comidas, una celebrada por la madre para hablar de los hábitos alimenticios de Carlota Correderas, que corre el peligro de caer peor que Jesús Vázquez por eso de querer estar en todos los programas desde que se adelgazó cincuenta quilos; y otra en la que la hija invita a sus amiguis ex-gordis o semi-gordis a una comida planificada por un chef especialista en vegetales para disertar sobre si el test genético es útil o no a la hora de definir la forma en la que adelgazar.
Ahí hemos tocado hueso. A partir de los diez minutos de programa, juro y perjuro que todos los que estaban viendo «Las Campos» en mi compañía empezaron a hacer comentarios del tipo «joder, cómo se nota que han hecho esto para que luego Terelu se adelgace y venda un libro como método para perder kilos«. Poco a poco, la cosa se iba clarificando: de repente, una conversación a hurtadillas durante un «Sálvame» con una doctora de tres al cuarto sugiere la posibilidad mágica de adelgazar con el test de marras. ¿Y qué seduce más a una maruja con cartucheras surgidas como sedimento de sofá y muchas bolsas de Ruffles Yorkeso que la posibilidad de adelgazar milgrosamente?
El objetivo nada oculto de «Las Campos» acababa por revelarse del todo cuando la Correderas condujo el debate posterior a la emisión en torno a la gordura de Terelu e incluso se permitía introducir noticias que buscaban la empatía sensacionalista, como esa que explicaba que en Egipto (o yo qué sé dónde) habían suspendido a varias presentadoras televisivas hasta que hubieran perdido sus kilos de más. Lo dicho: el objetivo ya no estaba para nada oculto y, de hecho, el público objetivo al que iba dirigido (al que se quería y quiere lobotomizar) estaba mucho más que claro.
Poco importan entonces los logros del programa. Poco importa el agradecido humor con el que se abordan las contradicciones de las dos protagonistas: MariTere diciendo que le encanta poner la mesa para los invitados y, a continuación, diciéndole a la criada cómo tiene que hacerlo; Terelu afirmando que no entiende por qué está gorda porque tampoco come tanto y con nada se sacia y, a continuación, rellenando los siguientes 50 minutos de programa con algo en la boca. Poco importan los gozosos ecos que han reverberado en Internet a partir de la emisión del primer episodio de «Las Campos«, sobre todo la cuenta de Twitter de María La Criada. Poco importa lo mejor de todo: MariTere en la piscina tal y como se retrata en el siguiente gif.
Y todo ello no importa porque, al fin y al cabo, lo que nos han intentado colar aquí es una especie de reinvención de esos habituales telecomerciales en los que MariTere vuelve a su programa desde la publicidad intentando venderle un colchón a las abuelas moribundas o Vaginesil a las menopáusicas- to-be. Ya lo decía nosequé crítico en el debate: las Campos han reinventado un formato televisivo. Pero no es el documental. Tampoco el reality. Lo que han hecho las Campos es reinventar la Teletienda.
La principal herramienta para venderle un producto a una espectador es que te crea, que te vea real, sencilla, accesible, honesta. Y «Las Campos«, zorros que saben más por zorros que por viejos, hace precisamente eso: exponer una calculadísima e irreal visión de la vida de las presentadoras de televisión para formalizar una ilusión de cercanía con su target y, una vez conseguido, venderles algo. Todavía no sé qué. Todavía no sé si será un libro o las bondades del test genético como varita mágica para pasar de ser una foca a una sílfide. Pero es que ya no me interesa.
Mi madre tenía razón: estas tías me importan un 💩. Estas tías viven de sus miserias. Pero nunca había sido tan ostentosamente bochornoso.