«La Visita» lo tenía todo para que M. Night Shyamalan volviera a provocarnos gritos de terror. Pero ¿acaban convirtiéndose esos gritos en bostezos?
M. Night Shyamalan lo ha visto claro. Después de sus dos últimos castañazos tanto en taquilla como con la crítica (aunque un servidor sigue pensando que «After Earth» es más bien un naufragio parcial «gracias» y no «a pesar» del buen hacer del director), «La Visita» se configura como un reset, un pequeño pasito atrás en busca de un back to basics más destinado a recuperar fuelle que a empacar un producto totalmente consistente.
En cierta manera, esta pequeña película de serie B no engaña en su despliegue de intenciones. Está todo en el qué y en el cómo. En su formato de found footage y en su combinación de lo humorístico y de lo creepy. Ssin embargo, y a pesar de que las herramientas están ahí, bien dispuestas junto a los materiales adecuados, el invento nunca acaba de funcionar.
«La Visita» podría ser un film notable en manos de un debutante: en manos de Shyamalan se queda en rutina artesanal. Una lástima.
Posiblemente la sensación de estar haciendo una película menos inteligente de lo que ella misma se cree perjudica el conjunto, le resta credibilidad y humor. Es la sensación de déjà vu constante, de cosas que ya hemos visto hasta la saciedad. Pero más incluso que ese concepto del ya visto antes, está la idea del llegar tarde. Efectivamente, hay cosas en «La Visita» que podrían haber funcionado muy bien tal como están plasmados en la película… si se hubiera hecho diez años antes.
El discurso metacinematográfico, el sonido como gatillo del espanto, el twist final… Todo se nos antoja más que sobado, más que repetido e incluso parodiado, y por ello mismo nada en «La Visita» acaba de cuajar del todo. Sí, algo de miedito da, pero no el necesario. Sí, algo de risa produce, pero esa risa casi acaba por hastiar antes que ser auténticamente potente. Y, claro, el conjunto acaba resintiéndose de todo ello. Es como esa pizza grasienta que apetece a primera vista y que acabas dejando en el plato cuando la muerdes y descubres que lleva piña.
La mano de Shyamalan se nota, sobre todo en la búsqueda de los ángulos muertos, del susto dentro del susto, de la imprevisibilidad del espanto. Una vez más, no obstante, hay también una falta de equilibrio evidente entre los crescendos del suspense y los climax resultantes. Se juega demasiado a la descompresión humorística, y eso acaba haciendo un flaco favor a la atmósfera, que nunca termina de ser todo lo agobiante y malrollera que debiera.
En definitiva, «La Visita» es un producto visible, por su puesto, e incluso podría pasar por una matinée simpática de William Castle. Lo malo de este caso en concreto es que no estamos en los años 50 y los gustos del público han (digamos) evolucionado a otros niveles. ¿Nuevo traspies de Shyamalan? Definitivamente no, pero sigue estando muy lejos del nivel exhibido en sus primeras producciones. «La Visita» podría ser un film notable en manos de un debutante: en manos de Shyamalan se queda en rutina artesanal. Una lástima.
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