«La Tierra Yerma» no es nada yerma… sino todo lo contrario: es una novela gráfica exuberante con la que Carla Berrocal insemina fertilidad al western.
Lo primero que hago al toparme con el título de «La Tierra Yerma«, la nueva novela gráfica de Carla Berrocal publicada por Reservoir Books, es rendirme ante el impulso de que mi mente corra rauda hacia la «Yerma» de Federico García Lorca. Y establecer paralelismos y asunciones totalmente gratuitas en el mismo instante en el que abro este cómic totalmente impreso en tinta negra sobre un papel amarillo dorado y desértico. Abrasado. Casi cegador.
Lo primero que pienso es: ¿de qué iba «Yerma«? Tiro de la (cada vez más débil) memoria del Raül de instituto para recordar que aquella obra de teatro iba de la esterilidad femenina. Una esterilidad para nada real, ya que en el caso de la protagonista de Lorca el estéril era el marido, sino impuesta. Al fin y al cabo, en aquellos tiempos, una mujer con marido estéril estaba condenada a ser una mujer estéril para el resto de su vida, porque la fidelidad era algo que se asumía incluso en la viudedad. En resumen: infertilidad biológica, aridez humana y social.
¿Y qué tiene que ver esto con el cómic de Berrocal? Pues que, partiendo de ciertas constantes igualmente femeninas y áridas, acaba siendo lo contrario a la infertilidad. Para explicarme, antes es necesario explicar que «La Tierra Yerma» aborda la historia de amor entre Leonor e Isabel, las herederas de dos familias enfrentadas: la casa de Salvatierra y la de Isla Perdida. El amor nace cuando Leonor pisa la tierra prohibida de Isla Perdida, donde un árbol blanco brilla incluso en las noches más oscuras, y se le impone como castigo ayudar en las tareas de la casa enemiga.
La pasión nace, eso sí, abriéndose paso a través de la animadversión de las sangres enfrentadas y contra las tradiciones que pesan en una sociedad extremadamente apegada a sus ritos. Esta sociedad, por cierto, es uno de los grandes logros de «La Tierra Yerma«: una comunidad perfectamente representada sin necesidad de sobreexplicación, a través de los detalles justos. Bastan un buen puñado de gestos y comentarios secos, también una sucesión de acontecimientos sabiamente seleccionados, para que el lector se haga una idea certera de esta sociedad de charras que sobreviven en tierras de escasez.
Y con «charras» me refiero exclusivamente a «charras». Sin mayor explicación, porque no es necesaria, Carla Berrocal retrata una sociedad matriarcal en la que no hay hombres. De forma similar a como hace Tilly Walden en sus obras pero con una paleta emocional diametralmente opuesta (allá donde Tilly es colores pastel, Carla es amarillo intenso), la autora despliega una apasionante saga de mujeres que lucha contra la insidiosa presencia de los bandoleros que vienen de fuera y, sobre todo, de los misteriosos Los Ellos, seres que encarnan masculinidad mayestática desde su propio nombre.
No voy a indagar más en el argumento de «La Tierra Yerma» por temor en incurrir en spoilers que arruinarían la lectura de una novela gráfica que se lee de una sentada por eso de que, en cuanto empiezas, ya no puedes parar. Carla Berrocal practica la viñeta como un pentagrama musical que avanza de forma siempre harmónica e hipnotizante. Sus composiciones parten de la síntesis para arrancarle un expresionismo extremo a la geometría a veces mínima. El suyo es un estilo tan reconocible en sus constantes como, por ejemplo, el de Maria Medem en las suyas. Pero sobran las comparaciones en un caso como este, que destaca precisamente por su capacidad para delimitar un imaginario visual y emocional que Berrocal distingue como suyo y solo suyo.
Lo que me lleva de vuelta precisamente a la «Yerma» de Lorca. Entonces, ¿tenían algo que ver o no? Pues depende de cómo te lo tomes. Hay que pensar «Yerma» era un retrato naturalista hasta el dolor de una realidad femenina de la que absolutamente nadie se atrevía a hablar en aquellos tiempos. Es por eso por lo que se le considera un precursor si no feminista, por lo menos sí a la hora de desplazar el punto de vista desde el masculino imperante hacia un femenino urgente.
«La Tierra Yerma» ya no necesita desplazar el punto de vista ni abordar ninguna realidad oculta de la que nadie habla. Pero sí que sublima su propia revolución al inseminar una historia puramente femenina en un paisaje tradicionalmente masculino como el del western. Y, sobre todo, hacerlo para dinamitar el hecho de que el western fue el mayor inoculador social de una idea tan rancia y heteropatriarcal como «la ley del más fuerte«. Mientras que lo de Carla Berrocal es un canto de amor a una hermandad y una transmisión de herencia que prevalece incluso por encima de la historia de amor.
Porque la historia de amor es la excusa. Pero lo que importa es, como dice cierto personaje en «La Tierra Yerma«, que «Tu fuerza, aquella que habita en ti pero que no es tuya, reside en todas las que han sido, las que son y las que serán. Por las que dejaron su sangre desde los primeros tiempos. Por aquellas con las que has luchado hoy y por las hijas que vendrán. Todas son tus hermanas. Ellas empuñan la garrocha. Y a ellas te debes. Despierta… Y lucha«.
Dicho de otra forma: «Yerma» era un retrato de infertilidad, pero «La Tierra Yerma» convierte en fértil el terreno estéril de un género como el western. Da igual cómo acaben las historias de amor, porque la sororidad está por encima de todas ellas. Es así como se escriben las grandes leyendas y no con asaltos al tren y duelos de vaqueros al atardecer. [Más información en la web de Carla Berrocal y en la de Reservoir Books]