El ensayo de Agamben se centra en la misteriosa indeterminación de la figura de Kore / Perséfone. Definida por los griegos como «la muchacha indecible», es hija de Deméter y Zeus, fue raptada por Hades y proclamada reina del inframundo. Mujer y niña al mismo tiempo, virgen y madre, Kore y su historia dan lugar al misterioso culto de Eleusis, donde Deméter lloró a su hija perdida. Apoyándose en los escritos de Jung y Kerényi, Agamben sostiene que la diosa simboliza “el regreso de la vida ancestral, (…) la supervivencia del individuo en sus descendientes, (…) una figura que cuestiona todo lo que (…) creemos saber de la femineidad y, en general, del hombre y de la mujer” (págs. 14 y 15).
El mito y el misterio de Kore a los que alude el subtítulo de este libro es el pretexto mediante el cual el filósofo italiano aborda su tradicional división entre la palabra y el silencio, lo sagrado y lo profano, lo animal y lo humano, lo mortal y lo divino. Se sirve para ello de la etimología (“Myein, “iniciar”, significa etimológicamente “cerrar”, (…) los ojos pero sobre todo, la boca” -p. 11-); las citas clásicas («mega gar ti theon sebas ischanei auden«, “un gran estupor frente a los dioses impide la voz”: Homeri Hymnus in Cererem, v. 479 -p. 21-); los saltos espacio-temporales (se pasa de la irreverencia de Diógenes en la p. 32 al monje benedictino Odo Casel y su «La Liturgia como Fiesta Mistérica» -1921- en la p. 35) y el humor (“Démeter, inconsolable, lo rechaza. Entonces Baubo se pone frente a ella con las piernas obscenamente abiertas y le muestra el sexo, en el cual aparece el rostro del niño Iaco (…). La diosa se echa a reír y acepta la bebida” -p. 32-).
Según Agamben, la “muchacha indecible” es el símbolo “de una existencia alegre e intransigentemente infantil” (p. 221). El italiano parece sugerir que la búsqueda de la sabiduría siempre está condenada al fracaso (“no era posible divulgar el misterio, porque no había nada que divulgar” -p.21-). La literatura al respecto se refiere a una infancia feliz e imaginaria previa a la adquisición del lenguaje, mientras que la ilusión de entrar en contacto con lo vivido sin que medie el lenguaje no es sino nostalgia de un paraíso perdido que jamás se podrá recuperar, porque nunca ha existido (“Que una joven muchacha que juega se vuelva la cifra perfecta de la iniciación suprema y de la consumación de la filosofía -que sea, de hecho, ella misma iniciación y pensamiento, y sea, por eso, indecibl -, he ahí el “misterio”” -p. 27-). La ciencia moderna, en su búsqueda de certezas, ha hecho de la experiencia el lugar, del método una forma de conocimiento. Pero para ello vuelve a ser necesario el lenguaje, sostiene Agamben, de ahí que toda explicitación esté destinada a chocar con dificultades casi insuperables. Por lo tanto, el mito de Kore ilustra la oposición entre racionalismo e irracionalismo en nuestra cultura: “No hay ahí ninguna certeza, sino un proceder titubeante en la oscuridad o en la penumbra, sobre un sendero suspendido entre los dioses inferiores y los superiores” (p. 36).
Casi al final de su ensayo, Agamben alude a Hegel y su «Fenomenología del Espíritu» para ilustrar la escisión entre deseo y realidad y la aparición del concepto de inconsciente, así como el rechazo a las razones del conocimiento: “A los que afirman la verdad y la realidad de los objetos sensibles, hay que decirles que deben volver a la escuela primaria de la sabiduría, (…) el misterio de comer el pan y beber el vino, porque el que ha sido iniciado en esos misterios no sólo llega a dudar de la realidad de las cosas sensibles, sino también a desesperar de ella” (p. 46). En la antigüedad clásica, la imaginación media entre el sentido y el intelecto, mientras que en la ciencia moderna la imaginación ha sido expulsada del conocimiento por irreal. No es irreal, afirma el filósofo romano citando a Platón, porque encuentra su realidad en el mundo de lo inteligible y el mundo de lo sensible. Es, sin duda, la condición en que ambos mundos se unen. “[Diotima] afirma que no habrá en los misterios amorosos “ni discurso ni ciencia” (…), y que la belleza se volverá visible por sí misma y consigo misma, en una sola, eterna visión” (p. 27).
En todas las secciones de este libro, el lector puede disfrutar de las ilustraciones de la artista Monica Ferrando, así como de la traducción de los documentos de origen griego y latino que tratan de “la muchacha indecible”. La artista italiana domina diversas disciplinas, entre otras la tinta sumi sobre papel reciclado, óleo y pastel sobre distintos soportes (papel de seda, Ingres, nepalés). Experimentación encaminada, al igual que en el caso de Agamben y el resto de autores citados, a reflexionar en torno al lenguaje (gráfico o no) y el silencio. Al contemplar sus dibujos, uno no puede evitar pensar en “los misterios que los iniciados contemplaban [en la noche eleusina], (…) una especie de “cuadros vivientes” que implicaban gestos (dromena), palabras (legomena) y exhibición de objetos (deiknymena)” (p. 38) a los que Agamben alude al principio del libro. Las reproducciones de paisajes y figuras parecen anularse a sí mismas para alcanzar, más allá de la imagen, la oscura sustancia de su esencia. O, para decirlo en palabras de la propia Monica Ferrando, “lo invisible y lo visible se convocan el uno al otro: es verdad para el ojo, que se abre y se cierra; es verdad para el mundo” (p. 57). En sus ilustraciones, racionalismo e irracionalismo se unen: expresan a la perfección el misterio por el cual la fantasía pasa de la esfera del conocimiento (el texto de Agamben) al plano de la irrealidad.
“Una sola figura de múltiples transformaciones y rostros, Kore, pupila indecible. Kore es la pintura que emerge de la oscuridad de Hades”, afirma Monica Ferrando en la p. 57. Su pintura rechaza las razones de la experiencia y viaja desde lo cotidiano hacia lo extraordinario. Agamben lo resume de forma magistral en la p. 42, aunque refiriéndose a las alegorías de Lotto o de Tiziano: “Forma y contenido coinciden no porque el contenido aparezca sin velos, sino porque, según el significado literal del verbo latín cocidere, “caen juntos”, se reducen y se mantienen en reposo. Lo que ahora contemplamos es una apariencia pura. La muchacha indecible se muestra”.
Giorgio Agamben (Roma, 1942) se graduó en Derecho en la Universidad de Roma en 1965, y asistió en Alemania a los seminarios de Martin Heidegger sobre Heráclito y Hegel. Ha realizado un arduo trabajo para editar las obras completas de Walter Benjamin en lengua italiana. Es el autor de más de quince libros sobre temas que van desde la estética a la poética, la ontología y la filosofía política. Se ha jubilado recientemente de la Universita IUAV di Venezia. Monica Ferrando, por su parte, es una artista contemporánea que estudió Filosofía y Arte en Turín y Berlín.