¿Qué pasa si juntas a Hunter S. Thompson y las locuras habituales de un lugar como Hawaii? La respuesta está dentro de «La Maldición de Lono».
A principios de 1980, siendo una personalidad del periodismo ya consagrada y justo a punto de empezar su declive como tal debido al enfriamiento de sus relaciones con Rolling Stone, Hunter S. Thompson recibe una alentadora propuesta de una revista estadounidense de poca monta llamada Running: viajar a Hawaii en Navidades para cubrir la tradicional maratón de Honolulú con todos los gastos pagados. Un paradisíaco y apacible respiro del característico y helado invierno del continente a cambio de un par de líneas sobre 8.000 personas haciéndose papilla las rodillas por toda la costa. ¿Qué podría salir mal?
Todo. Todo salió total, completa y absolutamente mal. Olvídense así de todo lo que la premisa pueda haberles sugerido: no esperen ni una crónica deportiva en la que brillan historias de superación y apologías del cuerpo humano como máquina perfecta, ni crean que van a encontrarse con la narración de unas sosegadas vacaciones de un Thompson que, adornada su característica calva con una corona de flores, se dedica a bailar el hula por las níveas orillas de la isla. Y es que «La Maldición de Lono» -texto publicado en EEUU por primera vez en 1983 y que Sexto Piso recupera ahora para ofrecernos su primera traducción al castellano de la mano de Jesús Gómes Gutiérrez– no es más (y parecerá poco) que un vórtice destructivo e insaciable que cada vez va haciéndose más y más y más grande, tragando todo lo que cae a su alrededor y catapultándolo hacia La Catástrofe.
Volviendo nuevamente a los antecedentes del texto que tenemos entre manos, cabrá apuntar aquí una enorme obra literaria cuyo pistoletazo de salida es también la crónica de un evento deportivo y que de igual manera termina por convertirse en algo de alcance mucho más mayor e universal, pues serán sus puntos de encuentro y diferencia con el texto de Thompson los que ayuden a remarcar la particular idiosincrasia de éste último. Hablo de los artículos que Dino Buzzati escribiese para cubrir el Giro d’Italia de 1949 bajo el encargo de un Corriere della Sera que podía fardar en aquellos entonces de contar con los mismísimos Eugenio Montale y Curzio Malaparte entre sus filas.
Buzzati, quien poco o nada sabía de ciclismo, empleó su maestría literaria -jamás dejaré de recomendar ese precedente de «Esperando a Godot» (1952) que es su novela «El desierto de los Tártaros» (1940)- para hacer de aquel Giro d’Italia no sólo una batalla épica entre los legendarios Fausto Coppi y Gino Bartoli -representantes de «las dos Italias»: uno cristiano, el otro áteo; uno comunista, el otro conservador-, sino que fue incluso más allá y retrató en sus apenas 25 artículos todo lo que significaba ese Giro para una nación rota y maltrecha. La noche previa a la primera salida «Palermo duerme, pero con un ojo abierto»: por primera vez en 20 años, el Giro dejaba de abrirse y cerrarse en Milán para volver a hacer de la ciudad sícula su punto de partida. Un gesto simbólico de una Italia posbélica volcada en curar los estragos causados por la guerra con este canto a la unidad nacional en forma de evento deportivo masivo del que Buzzati supo ver y retratar aciertos e contradicciones con un estilo único e inolvidable. La célebre frase que D’Azeglio pronunció en 1860, «hecha a Italia, ahora tenemos que hacer a los italianos» seguía tan vigente como lo sigue ahora.
Claro que Hunter S. Thompson no es Buzzati -así como Buzzati no fue Kafka a pesar de que muchos se limiten a definirle como tal-, ni la Italia del 49 es la América de 1980.
- «Dios mío… ¿Ahora eres fotógrafo?»
«Estamos en los ochenta, Doc. Soy lo que haga falta.«
Este breve intercambio de frases entre Thompson y uno de los numerosos y excéntricos personajes que pueblan «La maldición de Lono» es una síntesis tan concisa como afilada de la crucial época que fue la transición hacia los 80 para los States: las ensoñaciones de fraternidad y revolución del Verano del Amor dejaron paso al tenso aire de la Guerra Fría, el escándalo Watergate reforzó la presencia de los media como un ancla en la que el ciudadano podía confiar incluso más que en el Gobierno, Alemania y Japón empezaron a hacerse un considerable hueco en el mercado automovilístico para llorera de Ford y, en noviembre de 1980, el republicano Ronald Reagan se haría con la Presidencia junto a sus célebres reaganomics (y fue justamente Hawaii el único Estado de la Unión que se mantuvo fiel al partido demócrata en las urnas). Aunque todo esto se resume con Jerry Rubin dejando las pancartas para hacerse broker en Wall Street.
Doc nos brinda en sus diarios hawaiianos intuiciones magistrales sobre la década que está por venir, hilándolas con mucha agudeza y pertinencia con la maratón de Honolulu: «¿Qué es lo que empuja a ocho mil personas supuestamente inteligentes a levantarse a las cuatro de la madrugada y recorrer cuarenta y dos kilómetros rompepelotas por las calles de Waikiki, dando tumbos a toda pastilla, en una carrera donde menos de una docena tiene alguna posibilidad remota de ganar?.
El título de «La Maldición de Lono» remite al momento cúlmen de esta disparatada sarta de anécdotas en la que Hunter se entrega completamente a la bomba de demencia que es Hawaii.
Buzzati también se preguntaba en la última de sus crónicas para el Giro del 49 si servía de algo una cosa tan estrafalaria y absurda como dar la vuelta a Italia en bicicleta pero, a diferencia del idealista italiano -para el que esa carrera «es una de las últimas provincias de la fantasía, un baluarte del romanticismo, que, sitiado por las sórdidas fuerzas del progreso, se niega a darse por vencido.”- para Thompson la maratón de Honolulu no tiene más o menos razones que cualquier otra chorrada que se plante en tu existencia. Italia necesitaba creer en algo después de la dura guerra, necesitaba recuperar su espíritu Épico nacional; y necesitaba dinero. Pero con el estallido público de Nixon, la desacreditación de Jimmy Carter, la constatación de lo panoli que era en realidad Ted Kennedy y ahora el aplauso multitudinario a un Reagan nada prometedor…»corre por tu vida, colega, porque es lo último que te queda«. La pregunta no es por qué correr, sino por qué no hacerlo.
Cabe decir, sin embargo, que al mismo Thompson le queda, si no nada, al menos poco: las páginas en las que discurre sobre lo antes mentado, en las que extrapola con pertinencia algo que podría ser tan anecdótico como cuatromil japos (por alguna razón que ni Thompson estando allí comprendió, les flipa tanto la maratón que son la nación con más participantes en toda su historia) haciendo el imbécil por la costa junto a otros tantos samoanos y estadounidenses en el aniversario de Pearl Harbour hasta sintetizar perfectamente la idiosincrasia del pueblo estadounidense son apenas ocho. En ellas el autor diserta (nuevamente con carácter visionario) sobre el futuro del periodismo -y quien más indicado que él, a quien se le llama padre del periodismo gonzo y a quien pocas etiquetas le podían parecer tan estúpidas- y sobre cómo sólo quede la adicción a la acción, pues escribir para ser pagado poco y mal y siendo la única persona a la que le interesa lo escrito o a veces siquiera eso es una enorme tontada…pero su brevedad sabe a poco.
Thompson demuestra una capacidad de síntesis brutal que libra al libro de ser un coñazo; un libro que, desde apenas la página 76, cae en picado. O, mejor dicho y como ya advertíamos en las primeras líneas de la reseña, cae hacia El Vacío, El Sinrazón Absoluto. Que tampoco es tan mal lugar. El ritmo narrativo se acelera y uno termina el libro casi sin darse cuenta, pero el interés de la materia recae en un mero compendio de anécdotas y aventuras psicotrópicas de nuestro Gonzo bailando el hula.
Terminada la carrera, Hunter y su comitiva (su prometida, su hijo Juan, su íntimo amigo e colaborador, Ralph, y la familia de éste) deciden pasar unos agradables días en el pueblito de Kona pescando y buceando en la felicidad. A partir de allí, bombas caseras, paredes infestadas de cucarachas, peces espada de veinte metros, turistas que clavan arpones en marineros travestis, baseball con cabezas de perro, sillones arrastrados por la marea, capitanes de barco farloperos y primeros de bordo asesinos, viajes de mescalina y espídicas carreras de coche por las montañas. Mientras, toda vía de escape de esta locura hawaiiana que cada vez se hace más grande queda borrada por un temporal que de paso le borra al Pacífico hasta su mismo nombre.
¿ Y por qué todo esto? Por ninguna maldita razón. Las disparatadas vacaciones navideñas de Thompson en las que fueren las islas Sándwich, que se prolongan finalmente hasta julio del año siguiente por no querer marcharse de allí sin pescar un pez espada -el libro incluye foto, y uno no puede evitar sonreír e imaginarse al retratado en todas esas dementes anécdotas que nos han sido relatadas hasta la fecha y ya no importa qué hay de verdad en ellas, qué hay de ficción, si es gonzo o no- son un divertido homenaje a la Sin Razón. Y, si recuerdan ustedes el monólogo que abre «Rubber»(Quentin Dupieux, 2010),»the no reason is the most powerful element of style».
«La Maldición de Lono«, título que remite el momento cúlmen de esta disparatada sarta de anécdotas, en el que un Hunter ya totalmente entregado a la bomba de demencia que es esta Hawaii consigue pescar al fin su durante siete meses ansiado pez espada y vuelve al muelle aullando totalmente convencido de ser la reencarnación del dios boxeador Lono, es, finalmente, un libro sobre el que no hay que esperar nada.
Yo lo leí con Buzzati en mente y por ello aprecié en mayor medida esas ocho páginas sobre las que he dado tanto el coñazo, pero el consejo que puedo dar (si es que se puede dar algún consejo en algo tan personal como la lectura) es dejarse llevar al corazón más oscuro y brutal del Pacífico sin oponer resistencia alguna al caos. No sólo será Hunter S. Thompson quien te acompañe, sino también estarán Mark Twain, Richard Hough y el Capitán Hook, de quien el autor inserta a lo largo de todo el libro capítulos desordenados y descontextualizados con un efecto que ensalza aún más este diario sin sentido o razón alguna que es,en última instancia, «La Maldición de Lono«. [Más información en la web de Sexto Piso]