Ya hace cien años que Victor Margueritte escribió «La Garçonne»… Y sorprende que sigan vigentes los mismos prejuicios contra las mujeres.
Tras los estragos de la Primera Guerra Mundial, los países que salieron victoriosos conocieron una desenfrenada y rica época de hedonismo y felicidad en la que el alcohol y los bailes corrían a mares. Los locos años 20 estuvieron particularmente vivos en las más grandes metrópolis de Estados Unidos y en París, capital cultural europea del momento y no por casualidad rebautizada como «la Ville lumière«: las luces de las farolas y de los locales de la ciudad inundaban la oscuridad de las travesías de las almas nocturnas y artísticas. Los años 20 también fueron aquella década en la que las mujeres iniciaron su camino hacia la emancipación sexual y vital… Una elección, sin embargo, que las catapultaba directamente a los márgenes más sucios y oscuros de la sociedad.
Si en los Estados Unidos nacieron las «flappers«, jóvenes enfundadas en faldas cortas y ya no en corsés, la asimilación del término análogo (cambiando el aspecto muy femenino por una elegante androginia) francés se debe a Victor Margueritte y su novela de 1922 «La Garçonne«, que Gallo Nero traduce y reedita ahora al castellano. En ella se narra la travesía de Monique, joven francesa perteneciente a una de aquellas familias ricas y tradicionales de la París de los años 20, quien una noche descubre a su prometido entre los brazos de otra mujer. A partir de ese momento, todas las ilusiones sobre la vida matrimonial y familiar regida solamente por el amor puro de Monique se harán irremediablemente añicos, y la mujer se lanzará hacia un hedonismo total y liberatorio en cuyo nombre probará sobre sí misma todo tipo de experiencias sexuales, artísticas y alteradoras del estado de conciencia.
En su recorrido por los márgenes de la sociedad y sus pozos más negros y olvidados, la Monique de Margueritte traza una importantísima y lúcida reflexión sobre la búsqueda de la identidad femenina, aportando luz sobre unas cuestiones que aún un siglo después siguen siendo terriblemente vigentes. Cien años han pasado desde que Victor Margueritte pintara en «La Garçonne» aquellas mujeres que buscaban la libertad sexual y vital de no tener que seguir las cadenas impuestas por la vida matrimonial y familiar por las que, al fin y al cabo, eran consideradas un mero objeto y cuyo valor se reducía o bien a la dote monetaria que poseían o a la capacidad de criar hijos que la genética les había otorgado. Cien años y aún nos siguen llamando putas por llevar la falda por donde nos de la gana o por acostarnos con quien nos de la gana cuando nos de la gana. Cien años y, tristemente, este libro sigue tan vigente como el primer día.