ODISEA / La Familia del Árbol [75%]. Hojas ocres cubriendo las baldosas, cielo gris y encapotado, humedad que tiñe de verde los muros de piedra, lluvia que va y viene golpeando los cristales de la ventana… Parece el escenario ideal para recibir con los oídos bien atentos y el corazón abierto de par en par las nuevas composiciones de La Familia del Árbol tras su ya lejano debut en largo, “La Montaña y el Río” (Mushroom Pillow, 2011).
Pero, por una vez, dejemos de lado el tópico del disco estacional, ya que el segundo trabajo de Nacho Casado y Pilar Guillén, “Odisea” (Cydonia Records, 2015), avanza unos cuantos pasos adelante con respecto a su antecesor en cuanto a su aspecto formal: si en aquel caso predominaba el pop transparente, introspectivo y ribeteado por cenefas folk que lo acercaban al subgénero pastoral, en este se conserva la base pop pero se electrifica su envoltorio hasta insertarlo en tramas de dulce psicodelia y pasajes que coquetean tanto con el blues más reposado como con el alt-folk-rock de una manera natural. La materialización de este provechosa evolución se advierte desde la inicial “Olas”, que tiende un puente hacia el corte titular que cerraba “La Montaña y el Río”, canción-río (valga la redundancia) que avanzaba entre meandros folk-pop y que aquí se transforma en una canción-mar en la que el oleaje primero se mueve con suavidad y después se agita por acordes eléctricos, armonías corales y arreglos de viento.
En «Odisea» se conserva la base pop pero se electrifica su envoltorio hasta insertarlo en tramas de dulce psicodelia y pasajes tanto de blues como de alt-folk-rock.
Del segundo segmento de dicho tema se desprende el tono general de “Odisea”, bajo el cual Casado desgrana pensamientos sobre el amor y el deseo y plantea dudas existenciales. Aunque, a medida que se despliega su contenido, se aprecia cómo sus límites se expanden hacia el pop cósmico (“Vulcano”), brillantemente adornado (“Canto XI”) y brioso (“1984” y “Una Roca Necesita a Alguien”, que remiten a la luminosidad de maestros del ramo como Tachenko) y el rock espacial de progresión comatosa (“Caballo”). En medio y al final, dos piezas actúan como espina dorsal del álbum: “Ulysses”, ejemplo de pop pluscuamperfecto; y “El Viaje (Ulysses II)”, que repite el texto de la anterior pero sobre una estructura acústica de folk desnudo interpretado cual nana, como si La Familia del Árbol quisieran completar el ciclo de “Odisea” volviendo a sus orígenes musicales, de igual modo que Ulises regresó a Ítaca tras su mítica travesía.
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EL COMPORTAMIENTO PRIVADO / Tachenko [76%]. Suenan los primeros acordes de “Los Festivales de la Fe”, suculento festín pop de aires clasicistas y ritmo variable que abre “El Comportamiento Privado” (Limbo Starr, 2015), y comienza a recorrer todo el cuerpo una sensación de gozo y optimismo que, por suerte, se alarga más allá del final de la pieza gracias a un proceso en el que el hipotálamo bombea endorfinas a borbotones en respuesta a las positivas señales acústicas recibidas. Estos placenteros efectos secundarios que genera la apertura del sexto disco de Tachenko son, en realidad, los que ha producido el cancionero del grupo de Zaragoza desde el mismo día en que decidieron entregar al mundo su álbum de debut, el reluciente “Nieves y Rescates” (Grabaciones en el Mar, 2004). Y en esa tarea continúan enfrascados Sergio Vinadé, Sebas Puente y familia, expertos en hacer de sus discos fuentes de alegría que, aunque quizá no cambien vidas, sí al menos consiguen iluminarlas y convertirlas en travesías agradables.
Una vez más, pese a la deriva del mundo que nos rodea, mientras haya un disco de Tachenko que llevarse a los oídos, habrá esperanza.
“El Comportamiento Privado” enciende sus focos vitalistas, según el habitual libro de estilo de Tachenko, alimentado por la electricidad cristalina de referencias del pop de los 60 tanto anglosajón como patrio, a los cuales los zaragozanos siempre han dado lustre con el máximo respeto para alcanzar la perfección melódica y elaborar los estribillos más redondos posibles. En el álbum que nos ocupa, la fase que incluye “Más Madera”, “Las Claves” y “Otras Vidas” recupera el acierto de la banda a la hora de regurgitar sonidos tradicionales puramente pop que parecía haber quedado arrinconado en el anterior “El Amor y las Mayorías” (Limbo Starr, 2013). Pero el último tema citado también sugiere, en su fibrosa segunda parte, una aproximación al power-pop de trazas rock de coetáneos como León Benavente -analogía nada baladí habida cuenta de la salida de la alineación del bajista Edu Baos para centrarse exclusivamente en la banda de Abraham Boba– que se prolonga en “Mentes Maravillosas” y “Declaración Universal”.
Con todo, la energización del discurso de Tachenko hay que tomarla como una decisión lógica dentro del permanente ensanchamiento de su visión pop-rock, que no rechaza introducir elementos bailables en “Midas”, aires de trompeta en “No Tenemos Nombre” y arreglos de teclado que enriquecen el repertorio de “El Comportamiento Privado” de arriba abajo. Una vez más, pese a la deriva del mundo que nos rodea, mientras haya un disco de Tachenko que llevarse a los oídos, habrá esperanza.
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SOUVENIRS / The Birkins [78%]. The Birkins, por su ilustre denominación de arrebatadora fragancia anglo-francesa y su cuidada discografía -a veces injustamente situada en un plano secundario e, incluso, infravalorada-, se podrían definir como un grupo exquisito dentro del panorama alternativo patrio. Pero, sobre todo, por el trato que la banda formada por Cristina Santana (voz y percusiones), Daniel Machín (voz y guitarra acústica), Alby Ramírez (guitarras y coros) y Sergio Miró (batería y coros) dan a la materia pop-rock, que en sus manos se mueve a través de pasajes de épica bien interpretada, atmósferas crepusculares, melodías seductoras, ritmos poderosos y ensoñaciones hechizantes.
Justamente los ingredientes que componen la primera cara de su tercer álbum, “Souvenirs” (El Genio Equivocado, 2015), que se podría escuchar una y otra vez en bucle debido a todas las virtudes que atesora: “Arabian Nights” crece como una rosa solitaria en un suelo yermo y ennegrecido aupada por la profunda voz de Daniel, los coros de Cristina y una progresión guitarrera entre suave e implacable; después, ambos se intercambian los papeles en “Lying On My Bed”, dechado de pop eléctrico repleto de pellizcos emocionales que se reproduce en la afrancesada “Portrair d’un Couple”; “Sofa” cae como una catarata de vitaminas y se culmina por una sección de metales que multiplican sus efectos euforizantes; y “Rève d’hiver” funciona como onírico interludio que cierra este apartado de “Souvenirs”.
Pasajes de épica bien interpretada, atmósferas crepusculares, melodías seductoras, ritmos poderosos y ensoñaciones hechizantes… Esos son los elementos de «Souvenirs».
Si en este punto a un servidor le hubieran dicho que todo se acaba aquí, habría sentenciado que este sería uno de los mejores mini-LPs nacionales del año. Y que The Birkins son la perfecta versión española de The Dears, con los que comparten pasión por el pop noir que mezcla sangre británica y chanson francesa, una habilidad innata para construir ambientes magnéticos y una enorme capacidad para remover el alma con los recursos necesarios aunque sin artificios desbordantes. Pero “Souvenirs” prosigue con dos cortes que mantienen el nivel anterior de poética grandiosidad pop en la titular “Souvenirs” y en “Fly Away, Fly High”, oda al anhelo de evasión cuya melodía causa un cosquilleo en el pecho. A continuación, The Birkins cambian de tercio y exhiben su versatilidad grupal otorgando mayor peso a las guitarras acústicas (“What If They Come?”), combinando texturas sonoras (“Parthénope”) y mostrando alma blues (“For Comfort”, súmmum del trabajo de Rami Jaffee -colaborador estelar entre la pléyade de músicos invitados por la banda- en los teclados y sintetizadores, fundamentales para la creación del decorado de fondo de todo el disco).
The Birkins ponen la guinda a este delicioso pastel pop que es “Souvenirs” mediante su elegante versión de “Ne Dis Rien”, original de Serge Gainsbourg y sólo disponible en su edición en vinilo, para que quede claro cuál es uno de sus ascendentes más importantes y, de paso, una de las razones estilísticas de su selecta propuesta.
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