Les preguntamos a diversos artistas de la escena musical española cómo han vivido la muerte de David Bowie… Y este es su homenaje particular.
David Bowie fallecía el pasado 10 de enero a los 69 años de edad después de haber estado 18 meses luchando contra un cáncer. Tan sólo hacía tres días que había lanzado su último disco, «Blackstar» (Columbia, 2016), y su muerte le daba una nueva y sorprendente dimensión a esta trabajo que, de repente, revelaba un subtexto de legado, herencia, despedida… De artista mirando directamente en lo más profundo de los ojos de la muerte y dejando su impronta en el mundo que abandona.
Mucho se ha dicho desde entonces y múltiples han sido los homenajes. Desde Fantastic Plastic Mag, sin embargo, no queríamos reducirlo todo a un apresurarse a recopilar twits de famosos y colegas de Bowie para facturar un post que generase visitas aprovechándose de calor del momento. Por el contrario, queríamos fraguar un homenaje profundo y meditado, así que le pedimos a todo un conjunto de artistas de la escena musical española que nos explicaran cómo han vivido esta desaparición tan trágica y, en consecuencia, que hablaran también de la relevancia de Bowie en sus propias trayectorias.
Sobran las palabras porque, al fin y al cabo, lo importante aquí es lo que se dice a continuación…
APENINO. En el mundo del cine se valora que los actores no estén encasillados, que puedan vestir mil pieles y resultar, al menos, creíbles. En el mundo de la música, sin embargo, estamos más acostumbrados a ver artistas triunfar repitiendo patrones o que, para cambiar de estilo, cambien también de nombre. Por eso David Bowie ha sido alguien tan especial. Se ha inventado y se ha reinventado tantas veces como ocasiones ha tenido de aparecer y reaparecer en nuestras vidas… hasta “Blackstar”.
David Bowie nos hizo creer en la magia. Él, brillante ilusionista con tendencias escapistas. Las mil caras. La fantasía revelada a través de mutaciones tan enfermizas como contagiosas. Su atracción y su seducción te arrastraban, casi caprichosamente, al terreno fantástico que solía inventar para sus canciones. Unas producciones exquisitas, adornadas con cuidados sonidos y detalles, de las que nunca nos cansaremos de rescatar nuevas sorpresas. Hilos de los que tirar para tejer nuestros propios sonidos. Él nunca dudó en inspirarse en otros e incluso vampirizar nuevas corrientes, y eso debe quedarnos como enseñanza, como recuerdo… más allá de “Blackstar”.
Para mí, Bowie llegó como lo hacían la mayoría de las grandes estrellas en los 80: la televisión, la radio… Se asomó a mi vida como uno de tantos, pero de repente un amigo te pasa un disco y descubres que antes hubo otro Bowie y molaba. Y profundizas. Y resulta que antes de ese otro Bowie hubo otro Bowie más… Distinto, pero parecido… Y también molaba. Hasta “Blackstar”.
Entonces, pasa que un día despiertas y alguien te avisa de su muerte (física). Notas tus piernas temblar porque tu mundo, ese mundo que has levantado como un muro contra el mundo real, se tambalea… Hasta ese justo momento, no habías sido consciente de la influencia que alguien como Bowie podía tener en tu vida. Porque, sí: Bowie me ha hecho ver (y sentir) cosas que vosotros no creeríais… más allá de “Blackstar”. [web de Apenino]
[/nextpage][nextpage title=»Brunetto + Ghost Transmission» ]BRUNETTO (Bruno Garca). A muchos les resultará extraño que me encuentre por aquí asomando las narices, pero este calvorotas que se educó y creció entre ritmos urbanos y electrónica siempre tuvo la antena conectada a la búsqueda de nuevos inputs, y David Bowie me lo puso fácil. Desde el primer momento me fascinó su teatralidad, su dualidad, la manera de fantasear con la música y, encima, esa voz… oscura, profunda y refinada. Y desde ya, como bien sabemos, ¡inmortal!
No he dicho que esa primera toma de contacto fue cuando yo era un enano y me zampé la peli “Labyrinth” (“Dentro del Laberinto”). Al día siguiente llamé a la radio -sí, entonces se hacía mucho, para colmo recuerdo que fue a la humilde emisora de San Juan de Aznalfarache, Sevilla- para que por favor me pusiesen la banda sonora de la peli, concretamente el “Magic Dance”. Y lo conseguí tras un rato contando a todo el mundo de qué iba la película, spoilers incluidos. Jajaja.
Obviamente, con el tiempo seguí interesándome en sus canciones, en sus apariciones en cine, en sus mutaciones como artista. Qué señor más absorbente, por Dios. Me quedé entusiasmado -más aún-, cuando conspiró a mitad de los 90 con otro de mis artistas fetiche: Nine Inch Nails. Hace unos tres años me acordé de ese momento cuando oí la canción de Bowie “I’m Afraid of Americans«. También me quedé prendado cuando gente como Aphex Twin o Photek juguetearon con su música, convirtiéndolo en algo aún más histriónico si cabe. No menos curioso me resultó cuando los ‘rappers’ Puff Daddy junto a Notorious B.I.G. en el “Been Around the World” o los K7 en el “Let’s Bang” samplearon por la cara fragmentos del “Let’s Dance”. Ojo con el ‘mashaquito’ que se montaron The Kleptones con ese mismo tema y el «Papa Was a Rollin’ Stone» de The Temptations. Se ve que no fui el único bicho viviente que creció entre beats y negritudes que se pirró por el ‘Duque Blanco’.
Y termino. Considero que se nos ha ido de la faz de la Tierra un innovador como la copa de un pino. Pero que no se nos baje la moral: su legado seguirá sonando mientras los talibanes nos lo permitan. Su estrella brillando eternamente en el cielo. Y lo sabes. [Facebook de Brunetto]
GHOST TRANSMISSION (Tatxo y Mimi). ¿Qué es o qué significa David Bowie para nosotros? Es complicado transformar en poco tiempo sentimientos tan complejos en unas cuantas palabras.
Hablaríamos más bien de qué fue Bowie para el mundo. David Bowie se hizo un hueco en todas las casas, bien por su faceta como actor o por su carrera musical. Todos, a lo largo de nuestra vida, hemos sido o somos fans de Bowie o de alguno de los Bowies que hubo durante su vida profesional. Él rompió los muros generacionales, no había ni hay un rango de edad concreto dentro de su enorme universo. Fue un referente en todas las modas que se han sucedido desde sus inicios, pero, a la vez, resultando siempre reconocible al instante. Nunca pasó desapercibido, absolutamente para nadie.
Perder a Bowie es perder a un padre artístico y estamos convencidos de que todos hemos sentido el vacío que nos deja. Ya nunca oiremos eso de “¿has escuchado lo nuevo de Bowie?”. Nos toca ver cómo nuestros ídolos van marchando hacía la eternidad. Y nosotros sólo podemos seguir honrándolos no dejando que sus enseñanzas categóricas sobre cómo se hace la música verdadera caigan en saco roto. Solamente nos queda desearle al ‘señor de las estrellas’ un feliz retorno.
“Ahora seré libre”, decía en su último disco. [Bandcamp de Ghost Transmission]
[/nextpage][nextpage title=»Linda Mirada + Odio París» ]LINDA MIRADA. “It’s not often I truly cry at the loss of an artist but I’m devastated. He meant so much. Goodbye David Bowie and our youth. We loved you.”
Si con algún mensaje póstumo me sentí en sintonía la mañana de la noticia del fallecimiento de David Bowie fue con este de Marc Almond en Twitter. Un aviso de que nos hacemos mayores al decir adiós a gran parte de nuestra juventud con la muerte de alguien cuya presencia era constante, sobre todo para una generación que crecimos con una televisión de gran contenido musical. A los que se quejaban en las redes sociales de que mucha gente lamentara la muerte de David Bowie sin tener un disco en sus estanterías, les deberían explicar que Bowie trasciende como personaje por encima del horizonte musical, y no lo digo sólo porque saliera en la portada del Hola o protagonizara películas: Bowie podría ser el máximo referente vivo de la cultura pop, un personaje que por su música e imagen se convierte con el paso de los años en un desconocido con quien todo el mundo se siente inevitablemente familiarizado. Y es que la música puede que sea ahora algo marginal, pero hubo una época que hasta mi abuela sabía quién era Madonna.
Pienso en Bowie como si siempre hubiera estado presente debido a sus múltiples facetas. Cada ídolo que he tenido o grupo que he ido descubriendo lo mencionan como referente: David Gahan interpretaba “Heroes” cuando conoció al resto de Depeche Mode; Steve Strange y sus amigos no serían lo que fueron sin Bowie; en mi habitación había una foto que no se distinguía si se trataba de John Foxx o “El Duque Blanco”. Sin Bowie no hay Madonna. Jim Henson no paró hasta que Bowie accedió a ser el rey de los Goblin en “Dentro del Laberinto” (para mí, una de las cosas que más le dignifica…).
El primer recuerdo que creo tener de Bowie es del video de “Ashes to Ashes”, ese payaso que daba miedo… Luego “Let’s Dance” o «Blue Jeans«, que intercalaban con videos del pasado mientras yo no entendía nada. Con Depeche Mode descubro “Heroes”; en los 90, algunas bandas me llevan a la etapa de Ziggy Stardust, más guitarrera (por aquella época salía el recopilatorio de singles que todo el mundo tenía en casa). Nile Rodgers me ha hecho amar cada detalle del “Let’s Dance”. Mi locura por la cultura británica de los 60 me lleva a indagar en su primera época (“Here Is a Happy Land”, “Did You Ever Have a Dream”, ”When I Live my Dream” y la madre de todas “In the Heat of the Morning”).
Es imposible resumir en tan poco espacio cómo creo que Bowie ha influido en cada cosa que me gusta, o que ha supuesto una inspiración para mí: no puedo siquiera elegir una época ni un disco. Hay canciones favoritas que se encuentran desde en el «Young Americans» (“Win”), el «Low» (“Sound and Vision”), «Station to Station» (“Wild Is the Win”), «Scary Monster» (“Ashes to Ashes”) o «Let’s Dance» (todas). Y, después, hay canciones que parece que siempre estuvieron ahí: “I’m Only Dancing”, “Under Pressure” “Changes” , “Starman” , “Rebel Rebel”, “Fame”, “Blue Jeans”, “Day In Day Out”, “Fashion”…
Leía unas palabras de Chris Stein sobre Bowie el otro día en el que decía que subestimamos a las masas, puesto que la gente está preparada para las cosas que amplían los límites y que Bowie siempre estaba empujándolos. Es curioso cómo alguien que no contaba con una voz de pop estándar y que construía canciones con estructuras y armonías raras, llegara a tanta gente. Quizá sea por su versatilidad y, desde luego, su gran sentido del espectáculo. Lo que está claro es lo mucho que le debemos. Por eso Bowie es patrimonio de todos y todos. Hasta el culo gordo de David Cameron tiene derecho estos días a lamentar su pérdida. [Bandcamp de Linda Mirada]
ODIO PARÍS (Marcel Molina). Casualmente, dos días antes de la muerte de Bowie estaba escuchando un recopilatorio suyo y pensaba: “Qué cabrón, ¿habrá otro músico que se haya mantenido durante tanto tiempo haciendo tantos temazos?”. Y luego pensé: “Qué raro va a ser el día que muera: a estas alturas, ya se me hace inmortal”.
Cuando muere uno de los grandes, todos se muestran afligidos en las redes sociales y, generalmente, me parece todo muy exagerado y hasta siento un poco de vergüenza ajena… Pero esta vez confieso que se me hizo un nudo en la garganta. [Facebook de Odio París]
[/nextpage][nextpage title=»Pshycotic Beats» ]PSHYCOTIC BEATS (Andrés Costureras). David Bowie ha muerto y el mundo se ha paralizado. Por primera vez, en la era Facebook reina el silencio, el aplauso es unánime, el respeto demoledor. Los trolls se han refugiado en su guarida, su mini-cerebro no está a la altura de criticar al Duque Blanco. Quizá porque, al igual que su muerte, vivió su vida con discreción máxima. Bowie era un caballero de educación intachable. No hablaba mal de nadie y sus defectos o sus bajezas las vivía de puertas para dentro. No tenía cuenta de Twitter, no necesitaba llamar la atención a cada minuto. La discreción era su seña de identidad, el silencio su bandera, y el misterio su principal arma. Por eso en ningún obituario o reportaje que he leído en estos días se ha hablado de otra cosa que no sea su música y su arte. Se recoge lo que se siembra.
Si echo la vista atrás, la historia de mi vida es haber estado siempre en el lugar equivocado, con la gente equivocada y en el momento equivocado. Hace 10 años, las piezas del puzzle encajaron, encontré mi sitio, mi lugar, mis almas gemelas, y mis amigos verdaderos. Seres peculiares, especiales todos ellos, mitómanos, melómanos, diferentes. Teníamos las mismas taras, las mismas referencias culturales y los mismos gustos a todos los niveles. Y, por supuesto, amábamos a David Bowie. Somos esa clase de personas que se sienten huérfanos ante la muerte de sus ídolos (Lou Reed, Amy Winehouse, Lemmy o Amparo Soler Leal, da igual). Hasta los 30 años, yo no entendí que mi mayor virtud era ser diferente. Estaba tan perdido que, cuando descubrí a Bowie y a todos mis referentes (Siouxsie, Iggy Pop, Steve Strange, Scott Walker, Marc Bolan, Kraftwerk) no les percibí como mis héroes. Fueron mis salvadores, pero nunca entendí que tuviésemos el nexo común de ser diferentes. ¿Cómo iba yo a medirme con Bowie? Aquellos seres inalcanzables no podían estar en mi mismo plano ni planeta y, por lo tanto, yo no podía permitirme la osadía de compararme con ellos.
Yo nunca quise dedicarme a la música. Nunca fue mi sueño. Nunca lo perseguí. Yo era un melómano que jugaba sin pretensiones a hacer una copia barata del «Moon Safari» de Air en su habitación. Pero, de repente, eso cambió el día que murió mi amigo Nacho. Él fue quien me enseñó a valorar a los grandes duques del buen gusto, a Scott Walker, a David Sylvian, a Marc Almond, a Nick Cave, al Bowie más oscuro. Su muerte intenté superarla escuchando incesantemente a esos crooners de ultratumba que tanto le gustaban y, por supuesto, al David Bowie de «Station to Station» y la trilogía berlinesa («Low«, «Heroes«, «Lodger«), el más negro, el más vanguardista y etéreo. Mientras hacía el duelo, me volqué en terminar lo que fue mi primer disco, «Rexer Flash» (2011). Me lancé a por todas, monté mi propio sello, lo auto-edité, me hice mi propia prensa, y todo salió de lujo. Tuvo cierto éxito. Cuando finalmente llegó el momento de hacer un segundo disco («Dormihcum» -2013-), decidí que quería olvidarme de los instrumentales y ponerme a cantar y hacer un disco de canciones emulando a todos esos señores de la canción que me habían salvado la vida durante esos meses tan chungos. Pensé que la gente iba a pensar que canto fatal y que soy un imbécil pretencioso, pero parece que pasé el examen de lo primero, lo segundo ya…
Una semana antes de la salida de mi disco, el Duque Blanco anunciaba la salida de un nuevo álbum, «The Next Day» (2013), tras diez años de ausencia. Su vuelta fue ejemplar porque demostró que, en pleno siglo XXI, se puede grabar un disco en secreto, sin filtraciones, sin dar la nota y sin crear falsas expectativas a tus fans, estrategias vigentes que me parecen una ordinariez como un theremin de grande, propia de gente insegura y vende-champús que no saben si van o vienen. Cuando en octubre del año pasado se anunció nuevo disco de Bowie, yo quise creer que los rumores acerca de su salud eran falsos y que, después de unos años de sequía artística, teníamos Bowie para rato.
Y, de repente, como un meteorito que se estrella por sorpresa en la Tierra, se lanza el video de «Blackstar«, el single de adelanto del nuevo álbum de David. La canción resulta ser un precipicio por el que da gusto dejarse caer, un lamento sublime, una sinfonía perfecta con pinceladas de kraut, electrónica, arreglos de cuerda, con uno de los cambios compositivos más apabullantes que recuerdo haber visto nunca en una canción y en la cual brilla la sombra alargada del Scott Walker de «Tilt» a lo largo y ancho de sus disfrutables diez minutos de angustia, oscuridad, belleza, calma, y sosiego. La mezcla perfecta.
Para mí, «Blackstar» fue la reafirmación de que Bowie había vuelto para quedarse, que es un GENIO capaz de parir obras tan poliédricas y complejas como fascinantes. Los videos clips eran aterradores, sobre todo vistos ahora. La portada resultaba una compleja composición disfrazada de simpleza, escribiendo el nombre de Bowie con esa estrella negra fragmentada en cinco trozos. Todo era y es el ejemplo de cómo y por qué se deben hacer las cosas en el pop, un ZAS en toda la boca muy necesario en estos tiempos de mediocridad reinante, megustas, palo selfie, líderes de opinión baratos y, sobre todo, esos descartes del club Disney reciclados en yonquis atormentados de manual que pretenden que aceptemos como las “estrellas” de este nueva era tan tecnológicamente molona.
Los que me conocen saben que no me gusta nada el siglo XXI, que la música y los artistas de ahora (los últimos cinco años), me incitan a sacarme los ojos con una cuchara de madera de las de cocinar. La música pop se ha ido degradando paulatinamente, hasta convertirse en un mero entretenimiento con el que la gente se limpia el culo, porque la mayoría de los que se dedican a ella no se enfrentan a su tarea como personas que están haciendo arte. No da respeto hacer música pop, ya no es algo importante, ya no da pasta, ¿para qué esforzarse?
Aunque el pop pretenda ser efímero, su historia se ha escrito a través de obras efímeras que se tradujeron en eternas. El pop es ARTE. Y hace un tiempo que ya no lo parece tanto. El pop no se puede ejecutar de cualquier manera, no puedes ponerle a tu disco una portada que parezca un anuncio de colonia para proxenetas, ni te puedes hacer unas fotos de promo tópicas, en un descampado, como si se tratase de un mero tramite por el que hay que pasar tapándose la nariz. No puedes enfrentarte a la tarea de componer una canción sin intentar hacer algo digno, o incluso grande, algo inalcanzable como «Space Oddity«. Esa es la actitud necesaria para que, algún día, tal vez hagas algo que merezca la pena. Eso es el espíritu BOWIE. Ese es su legado, tratar de elevar el listón de tu trabajo tan alto que nadie pueda llegar a rozarlo nunca con la punta de los dedos. Bowie es, ha sido y debe ser la barra de medir. La piedra angular de la cultura del entretenimiento.
Llevo meses pensando en dejar la música. La típica crisis de “ yo no valgo para esto”. Pero «Blackstar» ha sido un disco capital en mi vida. Escucharlo en bucle me ha dado fuerzas para seguir en esto de hacer discos un ratito más. El pasado domingo 10 de enero, la estrella negra de Bowie, su cáncer, le ganó la batalla y le apagó para siempre. Yo no me lo esperaba. Por primera vez en muchos años, algo me hizo llorar como un niño. Me sentí estúpido, ridículo, y furioso. Lloré de rabia al darme cuenta de que todo el dolor, la inquietud, y la angustia que hay en esta última obra maestra, esas letras, esa manera sobrenatural de cantar, no era simplemente fruto del destello de otro gran momento creativo de un genio. Era todo real. No hay ficción, autocomplacencia o sensiblería. «Blackstar» te machaca porque nace de una agonía verdadera, emocional y física. Y descubrirlo ha sido un palo. Qué coño, esto es una hijoputada bien gorda, porque un tío capaz de crear tanta felicidad a su alrededor no se merece morir con ese sufrimiento cuando el mundo está lleno de gentuza que no merece vivir. Esperaba un final más dulce para él. Pero, por lo menos, ha sido la mejor muerte de la historia del pop, un punto y final perfecto. Bowie ha brillado con maestría incluso para orquestar una despedida a la altura del que se sabe genio, icono y leyenda. Qué honestidad. Qué ejemplo.
Querido héroe, interpreto tu muerte como una señal más, una de las muchas que me has enviado cuando estoy perdido, una señal para no rendirme jamás. Ojalá algún día, dentro de muchos años, pueda llegar a ser una pálida sombra de lo que eres. Hasta siempre Duque Blanco. [Facebook de Pshycotic Beats]
[/nextpage][nextpage title=»Sagrado Corazón de Jesús» ]SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. Mi historia sentimental con David se remonta a 1993. Aunque el vídeo de «Jump They Say» me hubiese dejado patas arriba a pesar de no ser consciente del juego de autorreferencias que suponía en ese momento (hello, «Lodger«, «Boys Keep Swinging«), yo no tenía el cuerpo para algo que no me parecía más que un Raphael británico. Ah, locuras de juventud. Yo quería el ahora, y en ese momento el ahora eran Suede. Pero Brett era fan de Bowie, y algo debía tener el agua para que me la bendijese el señor Anderson. Llegaron los años de la electrónica, y se me olvidó que había música hecha con guitarras. De modo que el primer disco que compré de este hombre fue el single de remixes de, precisamente, «Jump They Say«, en La Metralleta (Madrid), pero diría que por las remezclas de Leftfield, por ver a qué sonaban. No recuerdo las remezclas ahora mismo, pero sí reenamorarme de la canción original. Ahí comenzó todo. «The Singles Collection«, adquirido en un Pryca de Salamanca, me acompañó dos años con mucha virulencia hasta que comencé a hacerme poco a poco con todos sus discos.
Me resulta curioso haber soslayado en esa época toda su faceta visual. No era muy sencillo ver sus vídeos, pero cuando llegó Internet a mi vida fueron horas repasando la imagen que acompañaba a esas canciones, y ya pude comprender hasta qué punto Bowie había sido importante. Siempre se le menciona como pionero del movimiento gay, pero no puedo estar más en desacuerdo. Lo de Bowie siempre fue mucho más profundo. Lo gay ya estaba superado (para él, bendito sea), él quiso desmantelar el género a través del adorno. Los que le acusen de superficial no dejan de tener razón: era un lector y espectador compulsivo, no generaba contenidos sino que los canalizaba. Pero chicos y chicas, con referentes como Lindsay Kemp, Alastair Crowley, George Orwell o Friedrich Nietzsche es bien sencillo construir personajes fascinantes, aunque no haya que quitarle mérito: siempre agradeceré a Gaga que haya reivindicado a Leigh Bowery. Y tener buen gusto también es importante. Pues eso.
El caso es que él fue siempre un mitómano del working class hero. Su fascinación por Iggy Pop, incluso en su momento por Springsteen, indicaba que a él lo que le gustaba era travestirse, aunque fuese de hombre. Que todo esto se fraguase mientras consumía solo leche, pimientos verdes y cocaína en los suburbios de Los Ángeles (en una casa pintada de negro y plagada de símbolos cabalistas) y se sumergía en las profundidades del Delgado Duque Blanco (un movimiento mágico de Kether a Malkut, con un chacachá del tren de Kraftwerk de fondo) es prodigioso.
No voy a hacer análisis musical. Sus logros y fracasos son tan evidentes que huelga repetirlos, ya hemos leído más de lo que necesitábamos sobre él. Pasó de referenciar a terceros a autorreferenciarse, con todo el derecho, y «Scary Monsters» es para mí una maravillosa sublimación de sí mismo, aunque presagió unos discos en mi opinión muy grises («Never Let Me Down» es el único del canon oficial que no poseo… de momento).
Todo esto que he narrado en los párrafos anteriores son recuerdos de un pasado no vivido. Pero «Outside» y «Earthling» sí que los viví (está pasando ahora, está pasando ahí fuera, ¡eso quería yo!). NIN, jungle, Eno y McQueen. Irresistible. Su siguiente reconciliación consigo mismo coincidió con un decrecimiento de mi interés. Pero «The Next Day» fue el disco que tenía pendiente, autoconsciente, sosegado aunque soberbio. Eres Bowie, coño, puedes serlo.
Estaba convencido de que con ese disco terminaría su carrera, que opinaba que ya podía retirarse con la dignidad que una enfermedad no le permitió. Y entonces le atacó otra. Quiero imaginármelo enfadado, pensando que cómo se atreve el cáncer a decirle qué es lo que va a pasar. «Blackstar» me ha conmovido como nada en años, porque no puedo dejar de ver la despedida de todos esos personajes una y otra vez. Es un epílogo. Y aunque hay epílogos que pueden arruinarte el día (J. K. Rowling, no te lo perdonaré jamás), este es como un levantar la cortina tras acabar la función. «Blackstar» es para ponerse en pie y aplaudir a Ziggy, a Aladdin, al Duque, a la Dama, al maduro resultón, al anciano sabio y poder despedirse de ellos con lágrimas en los ojos y alegría en el corazón. Gracias por tanto placer. [Facebook de Sagrado Corazón de Jesús]
[/nextpage][nextpage title=»Sethler + The Birkins» ]SETHLER. Bowie ha sido siempre un modelo ejemplar de composición en nuestra banda.
A veces, en medio de una grabación, nos hemos enviado temas para intentar desentrañar cómo era tan capaz de combinar altos niveles de experimentación con verdaderas melodías-himno. O cambios armónicos arriesgados con letras brillantes y que aun así estuviera al alcance de todo el mundo.
Muchas veces, cuando me he enfrentado al papel en blanco, me he querido imaginar a David Robert Jones sentado al borde de su cama, componiendo una obra como «Life On Mars?». Es una imagen fascinante. Además, personalmente, siempre me ha fascinado esa capacidad que tienen algunos (pocos mejor que él) para convertirse en un personaje más allá de la persona, de transgredir todas las barreras humanas para ser un mito desde el primer día. Y el mejor ejemplo es crear a Ziggy Stardust.
La baja de un artista total de este calibre tiene difícil suplencia en nuestro panorama. Le echaremos de menos. [web de Sethler]
THE BIRKINS. Aunque se suelen lanzar otros referentes cuando se define nuestra música, Bowie ha sido y sigue siendo uno de los músicos que más han marcado el rumbo de muchas de nuestras composiciones y arreglos. Nos guía e inspira su capacidad para trasladar el lenguaje rockero a otros campos, sin perder nunca sus señas de identidad.
Por muy camaleónico que se diga que fue, Bowie siempre mantuvo un sello personal que lo convertía en inmediatamente identificable, ya envolviera sus canciones en mantos de krautrock, glam o drum ‘n’ bass. En cierta manera, es a lo que aspiramos cuando abordamos diferentes formas de encarar nuestras canciones.
Era un lujo saber que compartíamos tiempo en este mundo al lado de este genio, máxime cuando en los últimos dos años le habíamos recuperado artísticamente con la publicación de sus últimos dos discos. En ese sentido, al sentir que estaba tan pletórico creativamente, su pérdida es más dolorosa aún si cabe. [Bandcamp de The Birkins] [/nextpage]