En «Finisterrae«, el anterior film de Sergio Caballero, dos fantasmas emprendían un largo viaje a través del Camino de Santiago para, una vez en el fin del mundo, empezar una existencia terrenal alejada de su mundo de espectros. Y, ahora, en «La Distancia» seguimos las peripecias de tres enanos contratados por un performer austriaco atrapado en una nave secundaria de un central térmica siberiana abandonada: el performer quiere que burlen al vigilante de la central y que roben «La Distancia» que este guarda celosamente en la sala de turbinas. La estrategia se revela con una claridad transparente: si en «Finisterrae» el director acudía a un patrón de pura road movie para darle un toque fantasmático, en su nueva cinta coge el cine de robos imposibles para buscarle las costuras (y las cosquillas).
Y, sin embargo, lo que un realizador audiovisual recién aterrizado en el cine se tomaría como una oportunidad única para «hacer la mejor peli de robos de la historia» es acometido por Sergio Caballero como la estimulante posibilidad de vaciar de significado el género para ver hasta dónde puede llevar este aligeramiento narrativo y formal sin dejar de ser reconocible. En «La Distancia» tenemos tres ladrones, pero en vez de los seductores (y clicheteros) «Ocean’s Eleven» encontramos a tres enanos traperos que se comunican de forma telepática y que tienen poderes de dudoso buen gusto (el más normal es telequinético, pero luego encontramos al enano capaz de comunicarse con personas lejanas agitando ante su nariz los dedos después de haber metido las manos en un lugar que no voy a spoilear y a otro enano que se toca las orejas para ver más allá de donde su vista alcanza). Aquí hay un villano, pero es un pobre hombre desnortado que se masturba poniéndose unos taconazos rojos. Tenemos secundarios, pero son secundarios tan surrealistas como el cubo humeante que canta haikus en japonés y que está enamorado de una chimenea. Y tenemos un plan maestro, claro… Pero es que el plan maestro es lo que menos importa.
Lo que importa en «La Distancia» es cómo Caballero consigue vaciar de sentido el cine de robos y llenarlo con un surrealismo subyugante en lo visual y con un fondo de cachondeo puro y duro. Es este un juego más que un film: una invitación al espectador para que olvide el cine convencional (total, para películas de robos siempre tendrá las trescientas que Hollywood produce cada temporada) y para que se deje llevar por la magia de las imágenes. Aquí no importa la ejecución final del plan maestro (de hecho, no importa ni qué es «La Distancia» ansiada y enigmática), sino todo el proceso: los cinco días que los enanos utilizan para explorar el terreno circundante y la propia central térmica son en verdad la excusa pluscuamperfecta para que el director convierta el lugar en el verdadero personaje protagonista de su película.
Una exploración de un espacio que en verdad es una exploración de un ambiente: ni la central es siberiana (está en Aliaga) ni los paisajes son rusos, pero sirven de forma magistral para que Caballero dibuje un sublime relato de la idealización de un panorama tan poco ideal como un comunismo ya no en época de descomposición, sino en pletóricas ruinas de una belleza gris y pétrea, paralizadas en un éxtasis tan estático como el de unos encuadres que ralentizan el movimiento tanto en el interior como en el exterior del plano. Puede que «La Distancia» no vaya a ser un blockbuster, pero es sin lugar a dudas la peli de robos más estimulante que ha visto el cine de este nuevo siglo.