Definir la peculiaridad de un artista y su obra hoy en día se ha convertido en una tarea harto complicada. Sobre todo, si tenemos en cuenta la debacle a la que nos arrastra la continua renovación de modas, la constante presentación de tendencias y las más abigarradas propuestas a las que ha ido dando cobijo ese membrete surgido como sustituto posmoderno para nombrar al último grito merecedor de ser tenido en cuenta. Hasta tal punto llegamos a confundirnos que, en ciertas ocasiones, la mejor forma de llamar la atención para diferenciarnos del resto en este complicado escenario artístico (en el que los productos se mueven con mayor dificultad, ya sea por problemas de acceso, distribución o permanencia) es dando una patina de la tan manida originalidad a las diferentes obras y creadores que se presentan como aspirantes a obtener cierta repercusión por efímera que esta sea. Como se habrán dado cuenta, la solución acaba por reforzar el problema, convirtiéndose en un callejón sin salida.
Con ello, no es mi intención poner como ejemplo de esta dinámica al primer libro de Sam Pink publicado en nuestro país por Alpha Decay, «La Dieta De Los No Hola«, aunque sí me sirve para introducir este tema y no de manera casual. Es cierto que la extravagancia hasta cierto punto calculada en la forma de presentarse el propio escritor -sus tan comentadas fotos en la bañera, su blog, su alegre nombre-, hacen pensar en maniobras que, desde lo extraliterario, nos hablan más del contexto general y las preferencias estéticas del momento que de la obra y su contenido en sí. En cualquier caso, repito que no es mi intención asociar una cosa a la otra, ni evaluar desde una perspectiva que puede resultar ciertamente moralista la inclinación por el uso de estas tácticas. Lo que sí me parece importante destacar es la deriva general de estos hechos que acaban provocando ciertos prejuicios en ocasiones difíciles de sortear cuando uno presenta una obra de este tipo. Por tanto, mi propósito con esta reseña será el intentar evitar el prejuicio existente en mi campo de visión -las bañeras, los desnudos, los blogs, las generaciones, la anomia, Tao Lin, el postcapitalismo y la hiperrealidad de última querencia- en la medida de lo posible, para centrarme en la propuesta literaria que nos ofrece el escritor Sam Pink.
Desde el punto de vista del contenido, la obra de Pink no se aleja mucho de una de las preocupaciones constantes en el arte de los Estados Unidos desde principios de siglo XX: la realidad del americano medio en su contexto, en la mediocridad de su vida, dirigiendo especialmente la mirada hacia el mundo de los jóvenes. Por ejemplo, si echamos un vistazo a proyectos fotográficos como «In the American West 1979-1984» de Richard Avedon o «The Ballad of Sexual Dependency» de Nan Goldin, observamos cómo la mirada de estos artistas se centra en aquellos que ocupan las áreas marginales del sueño de prosperidad económica y social en Estados Unidos por su papel en la sociedad, ya sea por motivos de índole étnica, económica, de género u orientación sexual. Estos trabajos enfocados desde el reportaje histórico y el acontecer cotidiano, respectivamente, se convirtieron en retratos del sentir de una época, mostrando a través de los cuerpos de sus sujetos, sus rostros y contextos los estrechos márgenes en los que acontece su devenir y las inclemencias de la realidad que les rodea. Desde el punto de vista de la literatura, esta inquietud también ha sido una constante. Desde Arthur Miller hasta Jonathan Franzen, podemos encontrar multitud de ejemplos donde, sobre todo a partir de personajes jóvenes, se pone en cuestión el empleo como medio de bienestar y éxito social, mostrando las contradicciones que genera un modelo donde las expectativas de trabajo y la felicidad personal no van en paralelo.
En este sentido, Sam Pink conecta con esa preocupación en este libro. El personaje central de «La Dieta De Los No Hola» es un joven de 27 años de los arrabales de Chicago en su primer día de trabajo como mozo de unos grandes almacenes. El libro, a modo de diario, recorrerá un día de cada mes durante un año de su vida en los que los márgenes de su devenir serán su barrio y su empleo, convirtiéndose en los contenedores de una existencia pesada y tediosa donde los días pasan de forma idéntica y paralela. La nota actualizada la pone Pink con la introducción de elementos que describen el contexto y las relaciones del protagonista, siendo aquí donde emerge una conexión mayor con las tendencias estéticas actuales y un apego directo con el imaginario cultural de la segunda década del siglo XXI: bolsas de plástico, zapatillas con velcro, videojuegos de coches, tiendas de segunda mano y gorras con coletas postizas que disimulan calvas; una postura naive frente a la vida con notas de nihilismo; o la violencia generalizada contra todo y contra todos como única salida a esa realidad cíclica y enervante.
Desde el punto de vista de la forma literaria, irrumpe una literatura diferente y una visión aún más renovada, conectando forma y fondo. El recurso más sobresaliente en este sentido, por llamativo, es el uso de la segunda persona del singular por parte del narrador. Debido a él, el efecto de extrañeza en la lectura es absoluto desde la primera página y brota un ángulo nuevo en relación al objeto de análisis que manifiesta y subraya las peculiaridades de este otro joven americano redundando en: primero, una visión de la vida como programada de antemano, sin margen a la aspiración personal y al desarrollo individual -con el uso de esa segunda persona que aparenta un imperativo- ; y segundo, el carácter generacional de esa situación -en la medida en que el lector se siente interpelado, como si el narrador se dirigiera a él o hablará de él-.
«Cuando los otros trabajadores se quejan de que tienen que trabajar sabes que simplemente intentan apelar a una sensación compartida.
Pero también sabes que da igual.
Es imposible preocuparse por el trabajo.
Porque nunca tienes nada que hacer, así que es imposible estar enfadado por no poder hacer otras cosas.
Sería hipócrita.» (60-61)
Y quizá sea en este punto donde la obra encuentra también su mayor contra… Por un lado, ese recurso formal llama la atención del lector, incomodándolo pero, al mismo tiempo, apelando a su esfuerzo e introduciéndolo en la desavenencia de este joven arquetipo del no future del siglo XXI. Pero, por otro, también reduce la visión del propio personaje que se convierte en ocasiones en un mero testigo de su devenir diario orientado en exceso por la mirada del narrador, convirtiéndolo en víctima tanto de este como de su contexto, y jugando peligrosamente con los límites del pacto de ficción entre narrador, personaje y lector, que acaban potenciando estructuras de corte más poético que narrativo. La era del post-, la hibridación, el anything goes… en fin, ya saben.
[Daniel López García]