Esta crónica del concierto de La Casa Azul en Barcelona el pasado 20 de enero te habla de la actuación, claro… Pero también de cómo la vivió alguien que ya tiene casi 40 años.
The struggle is real… Eso el lo que yo mismo diría si esto no fuera la crónica de un concierto sino un meme. Pero no es un meme. Es una crónica. Así que esperad varias parrafadas en las que os explique cosas como que, sí, la lucha fue dura y conseguir una entrada para el concierto de La Casa Azul en la Sala Apolo de Barcelona el pasado 20 de enero no era cosa fácil: los tiquets estaban agotados desde hacía meses, lo que significa que los rezagados habituales tuvieron que recurrir a la herramienta básica del siglo 21 en estos menesteres. No me refiero a la reventa, no. Me refiero a preguntar en redes sociales y esperar que alguien (o el amigo de alguien… o el amigo del amigo del amigo del amigo del amigo de alguien) decida vender su entrada por los motivos que sean. Da igual que sean motivos catastróficos para la persona que la pone a la venta: la alegría de dar con tu entrada eclipsa cualquier tipo de desgracia ajena y, sobre todo, aniquila cualquier tipo de empatía humana.
Sea como sea, explico todo esto porque, en mi caso personal, aunque yo ya tenía mi entrada asegurada, nos la vimos y las deseamos a la hora de dar con un tíquet para que mi mejor amiga pudiera asistir a nuestra tradición puntual de ver a Guille Milkyway en directo cada vez que pasa por nuestra ciudad. Al final tuvimos suerte la misma mañana del concierto. (Gracias, virus de la gripe, por ser una ruleta rusa que obligó a alguien a vender su entrada a última hora.) Pero, incluso con la entrada en la mano, no dejábamos de cagarnos en las hordas de fans de «Operación Triunfo» post-adolescentes que seguro que habían sido los culpables de tan prematuro «sold out«.
Era la explicación lógica, ¿no? El hecho de que Milkyway se haya convertido en uno de los profesores más adorados de la Academia de «OT» es motivo suficiente para que, de repente, el cambio generacional de fans de una banda se fuerce de la noche a la mañana… Y, sin embargo, cuando llegamos a la Sala Apolo, la cola estaba a rebosar de los de siempre. De nosotros y nuestros colegas. De gente de 30 y 40 años que estamos hartos de vernos los unos a los otros en todos los conciertos. Bueno, en «todos» tampoco. Solo en los buenos. Cada vez más, solo en los mejores. Y este iba a ser uno de los mejores, eso ya lo sabíamos.
«Bueno, seguro que los adolescentes habrán llegado dos horas antes y ya estarán en primer fila«, dijimos. Pero, entonces, superamos la cola, el guardarropa, accedimos a la sala, nos pedimos la primera birra… Y, no. Resulta que no. Los de dentro también éramos los de siempre. La sensación era la de regresar al hogar para una gran ocasión: volver con la familia por Navidad. Algo así. De hecho, como cuando te juntas con la familia después de mucho tiempo sin verla, lo primero que aborda todo el mundo son las novedades: ¿qúe ha pasado desde la última vez que nos vimos?
Y lo que ha pasado es «Podría Ser Peor«, el nuevo himno absoluto de La Casa Azul que abrió el concierto de forma pletórica e hizo que la gente, literalmente, se viniera arriba. Mirad, os explico una cosa: en este tipo de conciertos, suelo tener la sensación de que soy un notas, de que bailo y canto y me entrego y lo siento todo demasiado cuando la gente a mi alrededor se debe estar preguntando si no soy ya mayorcito para esta mandanga. En «Podría Ser Peor«, sin embargo, a nuestro lado teníamos un señor de unos 50 años que bailó y cantó y se entregó y lo sintió todo incluso más que yo. Y, en serio, es que a mi «Podría Ser Peor» me gusta mucho. Me alucina. Ya es una de las grandes canciones de mi vida… Aun así, allá estaba aquel tipo, mucho más arriba que yo.
Segunda canción (y aquí es hacia donde os he estado dirigiendo desde el principio de la crónica aunque no os lo creáis o no lo hayáis notado): «Chicle Cosmos«. Sí, el jodido «Chicle Cosmos«. Una canción que cumple mayoría de edad en este 2018. Una canción que, en un movimiento sutil pero elegantísimo por parte de Guille Miklyway, en menos de 10 minutos acababa de tender un puente de 18 años, el que va desde «Podría Ser Peor» hasta «El Sonido Efervescente De La Casa Azul» (Elefant, 2000). Una canción que hizo que, de nuevo, la Sala Apolo al completo se volviera loca en una bola de euforia y alegría difícil de explicar con palabras si no eres fan de la música de esta banda.
Entonces, justo en este momento, mi mejor amiga me dice: «¿Te das cuenta de que somos fans viejos viendo a los Rolling Stones?«. Yo digo que sí. Sigo bailando. Pero en verdad estoy pensando. Así que paro de bailar y le respondo que, sí, somos viejos entregados a cosas que nos enamoraron hace veinte años en ese tipo de ejercicios de indolente melancolía que tanto nos gusta criticar en la peña que se queda totalmente colgada en lo que escuchaba en su juventud… Pero que, al fin y al cabo, hay una diferencia muy básica. Los fans de los Rollings, por su parte, estarían cantando alguna machirulada súper rancia de follar y de tías y de esas cosas que solo pueden representar a alguien nacido en el siglo XIX. Mientras que, por nuestra parte, ¿no es maravilloso que seamos unas dos mil personas en torno a los 40 años bailando este pop pluscuamperfecto y cantando algo tan cándido como «quiero que me des un Chicle Cosmos«?
No, no es algo ridículo. Es una opción de vida. Y, sobre todo, es una opción de vida que puede ser malinterpretada por todos aquellos que suelen ver (y criticar) el fenómeno de La Casa Azul desde fuera. En la superficie está esa candidez, ese sonido efervescente, ese mundo multicolor… Pero en las letras habita todo un universo de oscuridad, frustraciones, filias y fobias que han envejecido perfectamente. Las canciones que Guille Milkyway escribió hace casi 20 años siguen retratándonos igual de bien. Pero es que, además, cada nuevo disco ha ido empujando los límites de esos retratos hacia neuras y paranoias propias de la edad que el artista tenía cuando los compuso. Neuras y paranoias propias de la edad que los fans teníamos cuando los recibimos y abrazamos e hicimos nuestros.
Así que olvídate de eso de que un concierto de La Casa Azul en pleno año 2018 va de melancolía del pop español de principios de siglos. Ni mucho menos. Milkyway sigue facturando temas igual de fascinantes y redondos a día de hoy, y de eso quedó constancia cuando, en el concierto del 20 de enero en la Sala Apolo, consiguió que la gente enloqueciera con temas que escuchaban por vez primera. Eran los temas de «La Gran Esfera«, disco que en breve debería salir a la luz. Ahí estábamos, por ejemplo, mi mejor amiga y yo peleándonos al escuchar una canción nueva: «esta va a ser mi preferida del nuevo disco«, «no, ya es la mía«, «que no, que es mía«, «¡mía!«, «¡mía!«, «¡mía!«, «¡mía!«… y así hasta el infinito y el más allá de las gaviotas de «Buscando a Nemo«.
Me doy cuenta, sin embargo, de que he hablado poco de lo que suele hablarse en crónicas de conciertos, ¿no? Pues, a ver, el setlist fue muy equilibrado entre pasado, presente y futuro, y consiguió que las dos horas y cuarto de actuación volaran en un suspiro. Os lo digo yo, que últimamente me aburro en conciertos de una hora. Pues, aquí, no. Aquí, lo contrario. Milkyway y compañía podrían haber seguido una hora más y me hubiera parecido fetén. Ayudaba, supongo, una producción fascinante: la banda tocando en primera fila del escenario delante de un muro de monitores que van dándole cera continuamente al imaginario visual de Guille. Sobre el muro, otro de los miembros de la banda se ocupaba de tareas diversas (coros, xilófono, etc.) y, de vez en cuando, dos trompetas sacudían algunas de las canciones allá, desde lo alto.
Al final, claro, lo que todo el mundo quería: «La Revolución Sexual» (que hubiera enloquecido a los fans de «Operación Triunfo» que, sin embargo, debieron quedarse en casa), pausa, y ese final de lloros continuos que ya es tradición en los conciertos de La Casa Azul cuando Guille Milkyway ataca «Como Un Fan» a piano y en solitario. Bueno, en verdad esto no fue el final del concierto. El final fue abrazarte a tu mejor amiga de pura emoción. El final fue salir de la Sala Apolo e ir encontrándote con todo el mundo para comentar cómo se ha superado Guille; para dejar constancia de que, si somos los de siempre, es porque La Casa Azul nunca nos falla. [Más información en el Facebook de La Casa Azul] [FOTOS: El Perfil de la Tostada / El Periódico]