«La Canción de la Bolsa para el Mareo» es un fascinante e hipnótico viaje al infierno más íntimo de Nick Cave: un infierno poblado de espectros y fantasmas.
«La canción de la bolsa para el mareo es las sobras.
La canción de la bolsa para el mareo es las peladuras.
La canción de la bolsa para el mareo es las virutas.
La canción de la bolsa para el mareo es los últimos vestigios.
La canción de la bolsa para el mareo es la bilis y las tripas.
La canción de la bolsa para el mareo es los restos y los residuos.
La canción de la bolsa para el mareo es la escoria y lo devuelto.
La canción de la bolsa para el mareo es la hez en el fondo del barril.
La canción de la bolsa para el mareo es lo rechazado, vomitado.«
Así es como Nick Cave describe «La Canción de la Bolsa para el Mareo» al principio de este tomo editado en nuestro país de la mano de la editorial Sexto Piso. Pero lo cierto es que «La Canción de la Bolsa para el Mareo» es eso… y mucho más. Es, para empezar, un libro de formato libre -casi libérrimo- que ni se circunscribe ni se deja encorsetar en ninguno de los dos grandes formatos clásicos. ¿Prosa? Sí. En ocasiones el autor se desliza por la dulce pendiente de una prosa ágil y con un brío agresivo, violento. ¿Poesía? También. Es evidente que, para un cantautor como Cave, era inevitable que el virus de la poesía acabara infectando el cuerpo sano de la prosa.
Pero quedarse con esta visión reduccionista no le haría ningún favor a «La Canción de la Bolsa para el Mareo«, ya que en este libro la prosa se ve bañada por las aguas cálidas de la poesía, añadiendo colorido a través de recursos poéticos, introduciendo una musicalidad que cercena a los párrafos del peso específico de la narrativa argumental y les deja volar de forma digresiva y bella a la vez. Al mismo tiempo, la poesía de Cave tampoco es que sea excesivamente formalista: como puede verse en el pasaje que abre este texto, el autor muchas veces practica la poesía como mera enumeración (y, ojo, porque Nick adora las enumeraciones), como lista de la compra desprovista de cualquier tipo de glamour o de búsqueda de la belleza primigenia.
Al fin y al cabo, si por algo se distingue esta «La Canción de la Bolsa para el Mareo» es precisamente porque, como en toda la obra (literaria y lírica) de Nick Cave, la búsqueda de la belleza primigenia está ahí, como un pulso débil en el horizonte que, sin embargo, es capaz de exudar pletóricos rayos de luz que llegan hasta nuestros ojos como promesa, como posibilidad, pero también como lejanía inalcanzable. Esta belleza primigenia, sin embargo, en la obra del artista siempre libra una sangrienta batalla contra las sombras, la sangre, el semen… Y así ocurre de nuevo en esta obra que, desde un buen principio, responde a unos parámetros auto-impuestos realmente sugerentes.
La idea es sencilla: en una gira a través de Estados Unidos que le mantiene lejos de su casa, su mujer, su familia, Nick Cave usa las bolsas para el mareo de todos los aviones a los que sube no sólo para ir escribiendo el diario de su viaje (un diario subterráneo que hay que leer básicamente en los lugares desde los que el autor escribe, conectándolos en un mapa mental de tránsito), sino sobre todo para ir dejando constancia de sus estados de ánimos, de sus delirios y ensoñaciones, de su torbellino de emociones enterradas bajo la vorágine propia de cualquier tour de un artista de una magnitud tan grande como la suya.
Evidentemente, Cave no escribe de forma descriptiva ni narrativa, sino más bien digresiva y metafórica. Las suyas son metáforas recurrentes (las musas, el dragón, etc.) a las que el lector puede y debe dar sentido, aunque también es cierto que pueden disfrutarse perfecta y exclusivamente por su forma y en su estética. Las imágenes que el artista pone debajo de los morros del lector son poderosas y beligerantes, fantasmáticas y espectrales, comúnmente malolientes, proclives a lo sexual… De hecho, muchas de estas imágenes y metáforas van evolucionando a lo largo de «La Canción de la Bolsa para el Mareo«: acompañan a Cave en su viaje, interactúan con él, le ponen la zancadilla, le ayudan a levantarse.
Precisamente por ello, este no es un libro precisamente indicado para todos aquellos fans que quieran acercarse al artista de forma frontal para conocer algo más de su biografía. Más allá de algunas anécdotas, «La Canción de la Bolsa para el Mareo» llega a su punto final sin explicar casi nada del propio Nick Cave… Tan sólo algunos desbarres como, por ejemplo (un ejemplo realmente impactante), el pasaje en el que el autor retrata su encuentro con Bob Dylan en Glastonbury: es este un relato de vampiros en el que, según Cave, Dylan vampiriza su creatividad en un apretón de manos que hará que el siguiente disco de Bob sea un éxito pero el de Nick sea uno de sus fracasos más sonados.
Más allá de estas pequeñas concesiones a los delirios de grandeza de sobras conocidos en este autor tan tendente a la construcción de su identidad como la de un personaje mítico destinado a pasar a la historia, «La Canción de la Bolsa para el Mareo» acaba siendo una lectura subyugante en la que Nick Cave te coge de la mano, te lleva corriendo a lo más profundo de su infierno personal y te devuelve a la superficie para dejarte allá, desamparado, sin ayuda alguna para asimilar lo que has vivido… Con una bolsa llena de vómito entre tus manos.
«La bolsa para el mareo de las líneas aéreas Delta instruye amablemente:
«Llame a la azafata para que se lleve la bolsa».
«La Canción de la Bolsa para el Mareo» está llena de todo lo que amo y odio,
y todo está en mi interior. ¡Ya está tan llena que va a explotar!
¡Llame a la azafata para que se lleve la bolsa!
¡Entonces puedo empezar de nuevo y mañana saltar de otra manera»
¡Din, don! ¡Aviso a la azafata de que la necesito!
¡Din, don! ¡Mi bolsa para el mareo está a punto de explotar!
¡Din, don! ¡La estela química que deja este avión es un puto escándalo!
¡Din, don! ¡La azafata ha saltado del avión!«