A la mierda con el misterio y, sobre todo, con la fascinación del lector: desde un buen principio, Wilder presenta la Cábala como algo anacrónico… Y, aun así, es incapaz de extirpar en el lector el deseo primitivo de saber más, de ser seducido de la misma forma en la que el protagonista es seducido por esta «organización» (entrecomillada) que le abraza como un miembro más y que empieza a exhibir en su presencia todo un conjunto de miserias que parecen llegadas de otros siglos. La estructura de «La Cábala» va clarificándose poco a poco: Thornton Wilder podría haber optado por bordar un relato de viaje a la forma de E.M. Forster, en la que el protagonista se ve inmerso en una trama narrativa en la que el principal peso recae sobre su condición de turista en una ciudad extranjera (en este caso, una Roma magnánima).
Pero la intención de Wilder nunca es establecer una trama narrativa única con una presentación, un nudo y un desenlace: por el contrario, «La Cábala» pronto se estructura de forma capitular, de tal forma que cada capítulo se corresponde a un miembro de la Cábala y a su cantar de gesta particular. Al principio, el protagonista cae en el epicentro de una extraña situación cuando uno de los pilares de la organización, una vieja dama preocupada por la preservación de una moral anticuada, le pide que aleccione a su hijo para que este deje de comportarse como un Casanova del montón que va saltando de mujer a mujer, de relación sexual a relación sexual. Una vez cerrado (dramáticamente) este episodio, el protagonista se verá envuelto en una historia de amor no correspondida en la que otra dama, no tan vieja en esta ocasión, verá cómo sus propias emociones le desgarran por dentro hasta hacerle perder la razón. Y, finalmente, el último tramo del libro se ve ocupado por la lucha de contrarios entre una beata integrista y un obispo que sabe que para ser virtuoso en la religión antes has de conocer el pecado de primera mano.
La lucha entre sexo y moral, entre amor y razón, entre la fe y sus múltiples claroscuros… «La Cábala» muestra todo un conjunto de luchas de contrarios que se circunscriben perfectamente al entorno greco-romano clásico en el que se desarrolla toda la acción. Y, precisamente cuando el lector haya abandonado cualquier atisbo de fascinación hacia la Cábala, cuando haya sucumbido ante la idea de que en esta organización hay poco misterio y mucho anquilosamiento intelectual, Thornton Wilder le da un magistral vuelco a su novela en un sublime retruécano a modo de conversación final que fulmina al lector gracias a una elocuencia fantástica que te obliga a pensar que, al fin y al cabo, Roma no sólo fue hogar de Dioses, sino que estos mismos Dioses siempre fueron una efectiva metáfora de la misma lucha de contrarios en la que la Cábala parece inmersa ad infinitum.