Se escuchan repiques de tambor a lo lejos… Vuelven a volar los cuchillos, a cruzarse opiniones dispares y a producirse disputas dialécticas en el campo de batalla de la escena alternativa española. No podía ser de otro modo, porque ya se sabe qué ocurre cuando alguno de sus nombres más representativos se sale por la tangente y da un paso adelante en pos de concretar su particular revolución. Pocos se atreven a ello, y muchos menos lo logran con éxito, obligados a enfrentarse (con más o menos voluntad) a la algarabía montada a su alrededor. Si alguien podía embarcarse en tal aventura sin pensar en las consecuencias después de haber sabido mantener su figura en un elevado y brillante pedestal desde que iniciara su carrera musical, esa era Ana Fernández-Villaverde, La Bien Querida (siempre con David Rodríguez a su lado, en la producción y en el diseño del sonido). Su espíritu rompedor ya había sorprendido a propios y extraños con su debut, “Romancero” (Elefant, 2009), fiel reflejo de cómo confrontar con sabiduría y mimo referencias clásicas y contemporáneas a través del pop, el folk y la electrónica; y, en su segundo álbum, “Fiesta” (Elefant, 2011), refinaba esa mezcla esquivando la vía fácil de la repetición y dilatando su vena tradicionalista. Por esta regla de tres, se suponía que en su tercera intentona llevaría a un nivel más elevado esa fórmula ganadora. Sin embargo, las conjeturas se quedaron en eso: en simples elucubraciones.
Encasillamiento (que no estancamiento) o cambio radical: he ahí el dilema. Cuando se descubrió al mundo por primera vez “Arenas Movedizas”, single de presentación de “Ceremonia” (Elefant, 2012), quedaba clarísimo cuál había sido la decisión de La Bien Querida: empezar a reventar prejuicios y esquemas, sumergiéndose de lleno en un krautrock dinámico y brioso, con las programaciones y los sintetizadores cabalgando en paralelo a una melodía vocal con reminiscencias e inflexiones flamencas. Más tarde,, “Los Picos de Europa”, segundo avance del LP, se pasaba al post-punk, concretamente al punto en que Joy Division iban a convertirse en una leyenda eterna: su percusión no engañaba, y remitía directamente al himno por antonomasia sobre los efectos devastadores del amor firmado por Ian Curtis; aunque, en este caso, la luminosidad de la voz de Ana evitaba que acabara desembocando en un pozo desolador. Y, poco antes de la publicación del disco, “A Veces ni Eso” mostraba un natural acercamiento a New Order, introduciendo sus patrones rítmicos, sus líneas de bajo y sus transparentes rasgueos de guitarra en un sublime homenaje a la banda mancuniana.
Ya no había vuelta atrás: “Ceremonia” iba a suponer una metamorfosis fundamental en la trayectoria de La Bien Querida. Eso sí, conservando la identidad del proyecto intacta, basada en las dulces maneras interpretativas de Ana, sus letras sinceras e inocentes a la par que belicosas y, por supuesto, su acostumbrada temática amorosa abordada desde diferentes perspectivas. En una primera escucha, todo parecía igual pero muy diferente. Dentro de esa dicotomía, a la transformación sonora había que sumar una variación interna de la alineación que sostenía al grupo desde 2009, además de una mutación externa que se refleja en la portada del largo: la ilustración de un antílope (un leopardo volteado en su versión en vinilo) que sustituye los retratos de la propia Ana en sus otras carátulas. Señales que se podían tomar como el principio del inicio de una excitante etapa, centrada en ahondar en los renovados postulados estilísticos comentados más arriba, como en “Hechicera” (hermana melliza en fondo y forma de “Arenas Movedizas”), “Carnaval” (que retoma el discurso franco y redentor típico de La Bien Querida y lo inserta en otro sugerente pasaje neworderiano) y “Pelea” (bombón tecnopop que convierte la agresividad de la palabra ‘pelea’ en una hermosa letanía y que se muestra como uno de los descubrimientos de “Ceremonia”).
El afán de exploración de Ana y David se extiende a los tramos más calmados del LP, donde resuenan los ecos sintético-románticos de OMD o Ultravox, que rebotan con parsimonia entre los versos sensibles de “Luna Nueva” y las rimas apesadumbradas de “Más Fuerte que Tú” y crecen envueltos en los ropajes flamencos (otra vez) de “Aurora”. La culminación de este proceso regenerador se alcanza en la final “Mil Veces”, que comienza sedosa, progresa con un sinte cósmico, se despereza mediante una base vibrante y explota entre una tormenta de ruido y confusión mientras Ana repite la frase “que no sé nada de ti” como un mantra que desaparece poco a poco en el infinito. Un epílogo que recoge la esencia transgresora de “Ceremonia”, una obra cuya principal baza es el contraste entre su superficie, derivada de unas influencias ochenteras manoseadas continuamente pero que hay que saber revestir de personalidad, y su núcleo, compuesto por la lírica made in La Bien Querida que hace que sus textos parezcan la traducción a viva voz de una mente afectada por el síndrome hipertiméstico (aplicado aquí a las cosas del querer), por culpa del cual le resulta imposible olvidar todo lo que vive, siente y padece.
Se siguen escuchando los tambores en el horizonte, los cuchillos se clavan, las opiniones se multiplican y las discusiones hacen hervir la sangre. Una avalancha de diferentes pensamientos y encontradas emociones que sólo provocan discos audaces como “Ceremonia”. ¿Quién dijo miedo?