“La Asesina” (Periférica) de Alexandros Papadiamantis es considerada un clásico de la literatura griega moderna de la que tan pocas obras nos llegan. Escrita en 1903, recuerda al naturalismo más tremendista de Émile Zola. La acción transcurre en un mundo rural empobrecido y violento en el que la religión, convertida casi en superstición, juega un papel importantísimo y en el que la tradición es ley inmutable. En este contexto, la vida es simplemente supervivencia y son las mujeres las que lo tienen más difícil: desde pequeñas tienen que servir a sus padres, luego a sus maridos, después a sus hijos y finalmente a sus nietos.
Fragoyanú, la protagonista, es plenamente consciente de esta realidad: nacer niña es una doble desgracia porque cuando seas mayor vas a engendrar más niñas, que a su vez tendrán más niñas, y si eres niña no sólo tendrás que pasarte toda la vida trabajando para otros, sino que encima cuando seas mayor tus padres se arruinarán para darte una dote que te permita encontrar un marido y a su vez tú también te arruinarás para dar una dote a tus hijas. Así, Fragoyanú llega a la conclusión de que para las niñas sería mejor no nacer, porque sólo vienen al mundo a sufrir y a causar sufrimiento. Estas reflexiones se convierten en obsesión, y pasar de la obsesión a la acción es sorprendentemente fácil. Luego, a partir de ahí, todo se precipita y ya no hay forma de echar marcha atrás.
“La Asesina” quizás se ve perjudicada por un planteamiento al que le cuesta arrancar y por un desenlace que se alarga demasiado, pero en medio encontramos momentos de gran intensidad literaria. Es una novela creada en un contexto muy particular y que recoge toda la grandeza de la literatura de una determinada época, pero su interés no es exclusivamente arqueológico. No es sólo un libro apto para ratones de biblioteca que disfrutamos con todo lo que tenga regusto decimonónico, porque el personaje de Fragoyanú alcanza dimensiones dostoyevskianas.
La profundidad psicológica hace de Fragoyanú un personaje universal que nos muestra las regiones más oscuras del alma, un Raskolnikov que hace el mal convencido que está haciendo el bien, una mujer fuerte y llena de contradicciones que decide pasar a la acción en un mundo de hombres, una protagonista que nos resulta extrañamente fascinante y que nos provoca empatía a pesar de los crímenes que comete. Se trata, pues, de una novela sorprendentemente moderna en algunos aspectos, pero quizás el más destacable sea la falta de moralismo, redención o condena final para la protagonista.
[Núria Casademunt]