En los ingenuos años años 90, antes de que los memes invadieran nuestras vidas, antes de los vídeos virales en YouTube, mucho antes del ola k ase, una pregunta vestida de aparente inocencia sacudía nuestras pantallas y ponía a volar nuestra imaginación colectiva: “¿A qué huelen las nubes?”, nos preguntaba una conocida marca de compresas. Estas peligrosas cinco palabras han pasado a la biblioteca subconsciente de nuestro país, y por eso no es extraño sorprenderse a uno mismo preguntándose: ¿A qué huele la felicidad? ¿A qué huele un abrazo? ¿A qué huele una pelea?
¿A qué huele la música de Kurt Vile? Pues “Wakin On A pretty Daze” (Matador, 2013) huele a nubes en un día ventoso y cristalino, por ejemplo, o a amanecer en la playa, o a batido de fresa, o a tarta de manzana horneándose al sol, o a gasolina de un Cadillac pasando a cámara lenta… Es fácil imaginarse a Kurt Vile, con su larga melena al viento y su cara de bonachón, tocando la guitarra en una solitaria esquina de Philadelphia, como sumido en trance, ajeno a todo lo que le rodea. Es fácil oler, imaginarse y sentir un montón de cosas cuando Kurt toca la guitarra porque, al igual que los más grandes músicos, a él le basta sólo con acariciar su instrumento para poner a todos nuestros sentidos a trabajar. La llegada de su último trabajo ha sido una bendición para nuestra recién comenzada primavera, porque no podría sonar más cercano a esta época a la vez bonita y confusa: “Despertándose en un bonito aturdimiento”, se llama el disco… y lo clava el tío.
Dice Kurt Vile que decidió grabar estas canciones al igual que sube una escalera: despacito, a su ritmo, saboreando cada paso. “Wakin On A Pretty Day”, maravilloso primer corte, tarda en desarrollarse y, con sus más de nueve minutos de duración, bien podría durar una eternidad. Ojala se alargara al menos hasta convertirse en la banda sonora del día entero, de nuestro desayuno, comida y cena, desde que despertamos hasta que cerramos los ojos para empezar a soñar. Sería un día mejor. También actúa de microcosmos que resume el estado de ánimo del disco: parece que se hubieran juntado Lou Reed, Neil Young y Mark Knopfler a pegarse un colocón a tilas. No tenemos la suerte de conocer personalmente a Kurt Vile, pero según cuenta él mismo, tiene la suerte de estar viviendo la etapa más feliz de su vida. Esta sensación se transmite en su música y, sin caer en buenrrollismo facilón, nos contagia su cálida y placentera serenidad.
Con la misma pachorra, pero el paso siempre firme, nos presenta su segundo tema. En plan setentero total, “Kv Crimes” recuerda, con ese cowbell haciendo tac-tac como un reloj, a Mott The Hoople o a los Free más rocosos. Avanzamos un poco en el tiempo para, subidos a lomos de “Was All Talk”, viajar a los años de la new wave, y a Gary Numan y a Jonathan Richman rollo sideral. Vile es un melómano empedernido y su gigantesca colección discográfica se hace evidente en una música que nos transporta a los mejores momentos de nuestras vidas y, sin embargo, siempre consigue sonar a algo que ha hecho Kurt Vile, y nadie más. En todos los temas del disco deja su impronta, su inconfundible manera de tocar la guitarra, su tímida voz dylaniana y su gusto por la sucesión hipnótica de patrones melódicos que van fundiéndose unos con otros. Son composiciones complejas, pero suenan a la vez tan sencillas, tan… me atrevería a decir, ¡zen! que la escucha de este disco, en el momento y lugar indicados, tiene el peligro de convertirse en una experiencia trascendental. Así que ojo con lo que hacemos.
“Making music is easy, watch me!” canta Kurt Vile con cándido entusiasmo. Para un hombre de 33 años que hace 20 ya grababa sus primeras canciones al banjo en casettes caseros, cuya carrera al frente de The War On Drugs o en solitario ha caminado siempre por la misma carretera recta y segura, esta afirmación podría resultar de una prepotencia insultante. Nada más lejos de la realidad, lo dice porque es cierto. Sobre todo cuando uno ha nacido con el talento descomunal para impregnar un trabajo tan largo como este (70 minutos dura) de magia desde que empieza hasta que acaba. Los últimos minutos de «Goldtone» son gloriosos, pero antes han pasado canciones tan sigilosamente memorables como las ya mencionadas, o “Girl Called Alex”, “Pure Pain”, “Snowflakes are Dancing”… En realidad, no hay ningún corte flojo en un álbum que ya es probablemente el mejor de su vida y uno de los más sólidos y bonitos que verá el 2013. A pesar de su longitud, al final nos quedamos con ganas de más. Cuando termina, sólo podemos decirle: «tócala otra vez, Kurt«.