No vamos a negar la realidad: «Kong: La Isla Calavera» es puro cine «mierder»… pero también es una película mucho más divertida que la media.
Uno de los mayores placeres culpables del que escribe es, como mínimo una vez por semana, ver algún producto que podría ser calificado directamente como cine “mierder”. Y si hablamos de este -por decirlo de alguna manera- género, hay que mencionar sin duda a los reyes de tal asunto: la ínclita productora The Asylum, pergeñadora constante de productos a cada cuál más infumable, empezando por intragables mockbusters como «Transmorphers» o «Soy Omega» por citar un par. The Asylum, sin embargo, también se ha distinguido por su proliferación de mash-ups de monstruos a cada cual más imposible (por no decir directamente aberrante). Que si tiburones en tormentas, que si crocosaurus contra tiburones alados… En fin, cualquier variedad es aceptable siempre que parezca cuanto más grande mejor.
«Kong: La Isla Calavera» parte del mismo principio: monstruos por doquier cuya capacidad de destrucción ha de ser forzosamente masiva. Si puede ser, además, que los monstruos se den gran variedad de tortas entre ellos para ensalzar la gloria del CGI. ¿Y el factor humano? Pues estar está, pero siempre como mera excusa, como receptores de la primera andanada de hostias que se sucederán en sucesivas oleadas y así luego desarrollar un arco dramático escasamente relevante pero que sirva como respiro ante tanto gruñido, pisotón y demás bestialidades gigantescas.
Es evidente que en el film de Jordan Vogt-Roberts hay otra cosa igualmente enorme: las paletadas de millones de dólares que se han gastado en el asunto. Los mejores efectos digitales posibles y un reparto nada desdeñable se ponen al servicio de una historia cuyo guión es, siendo generosos, escasito en originalidad y absolutamente nulo en profundidad y desarrollo. Pero, en el fondo, todo esto importa muy poco si tenemos en cuenta el resultado final de lo visto.
Efectivamente, «Kong: La Isla Calavera» resulta ser un producto totalmente honesto a la par que profundamente divertido. No hay trampa ni cartón, ni ínfulas de subtexto ecológico. Aquí de lo que se trata es de exhibir músculo y entretener a la audiencia a base de encefalogramitis plana, algo en lo que, desde luego, la película resulta tremendo exitosa. Por si fuera poco, y no acertamos a adivinar si voluntariamente, Vogt-Roberts consigue dar un aire de film de aventuras clásico, casi nostálgico, sin caer en revisionismos pretenciosos. Cierto es que hay momentos que bordean la fina línea entre comedia involuntaria y vergüenza ajena absoluta, pero también es cierto que el film rescata el espíritu del «King Kong» original con homenajes tan pequeños como acertados.
En definitiva, nos encontramos ante un espectáculo colorido, abrupto y, en cierto modo, exhibicionista. Un modelo que podría ser equivalente a «Pacific Rim» si cambiamos los robots por criaturas gigantescas. «Kong: La Isla Calavera» es un film que invita y traslada al espectador a esa época dorada infantil donde cualquier película acompañada de un Tigretón y un Cola-Cao se convertía en el summum del arte cinematográfico. ¿Y en modo adulto? Pues tres cuartos de lo mismo: placer palomitero para los sentidos, dos horas de metraje que piden a gritos que sean más y una sonrisa perenne en la cara. El sueño húmedo de los fans de The Asylum hecho realidad… Y, qué narices, también el sueño hecho realidad de todos aquellos a los que les gusten las aventuras sin pretensiones. [Más información en el Facebook de «Kong: La Isla Calavera»]