La mejor baza de «Knockemstiff» (editado en nuestro país por Libros del Silencio) es que, sin lugar a dudas, es una especie de revulsivo que obliga al lector a posicionarse… tanto al respecto de la vida como de la idea de literatura. Mucho se ha hablado de la capacida de Donald Ray Pollock de extraer lo más podrido de la cultura norteamericana dejando en pañales al Chuck Palahniuk más provocador y acercándose a una versión rural de Dennis Cooper pero con más prosa que poesía. Será porque, al fin y al cabo, quien se acerca a «Knockemstiff» puede estar seguro de que el material (altamente inflamable) que aquí se maneja es la pura y dura realidad: los relatos de Ray Pollock están extraídos de la memorias sembradas en los campos del Knockemstiff del título, un pueblo parcialmente enterrado en medio de la nada y con el mayor porcentaje de paletos incultos y violentos por metro cuadrado de los Estados Unidos. Un agujero negro repleto repleto de trampas (drogas, alcohol, sexo, abulia) en el que el escritor se vio atrapado durante décadas hasta que decidió salir del círculo vicioso y plantar sobre la mesa un excelente tomo que, así a bote pronto, le pone en la senda de Fante y Bukowski.
Es inevitable sorprenderse ante la pericia del debutante Donald Ray Pollock a la hora de abordar un ejercicio de altura que queda fuera del alcance de otros autores más «experimentados»: lejos de pretender irrumpir en el mercado editorial con un compendio de relatos cortos, el autor concibe «Knockemstiff» como una red de la que es imposible escapar. Las cuentos (si es que puede llamársele «cuento» a una pieza literaria tan asfixiante y con tan poco espacio para la magia) se entretejen en forma de telaraña de tal forma que los personajes de unos visitan a los de otros como fantasmagorías de otro tiempo que no han conseguido escapar del pueblo. Una forma realmente brillante de trascender un formato (el compendio de relatos cortos) demasiado trillado y de conferirle al conjunto un plus de genial oscuridad emocional… Como si, por otra parte, «Knockemstiff» necesitara más oscuridad emocional de la que sale a borbotones de la pluma de Ray Pollock, como una vena aorta explotando de forma escandalosa y dejando escapar litros y litros de sangre corrupta. Ese es el otro sorprendente acierto de este libro: la prosa translúcida y cristalina con la que el autor expone sus historias ante el lector como quien mira una escena de violencia en el zoo con la única separación de un vidrio de escaso grosor.
Ahora bien, estos aciertos pueden tener sus matices dependiendo, como se ha dicho al principio de esta reseña, de la posición final que tome el lector. Respecto a la vida. Y respecto a la literatura. Porque dejarse fascinar por «Knockemstiff» es fácil: la podredumbre de Ray Pollock es mucho más verosímil (por verídica y porque huye de su espectacularización) que la de Palahniuk. Pero eso no significa que, al fin y al cabo, la acumulación de truculencias de este libro te oblige a cuestionar si hay o no espacio para la luz en las letras actuales y en el mundo de hoy en día. Pese a lo coherente de la propuesta, y por inmensa que sea la pericia del escritor en el campo de las sombras, ¿no es demasiado «fácil» y maniqueo dejar el cuerpo del lector echo polvo a base de machacar un único lado, el del negro, en la paleta de colores? Donald Ray Pollock ya ha demostrado que es un maestro del pesimismo. Ahora estaría bien que equilibrara la balanza y, sin necesidad de ir al lado extremo, enriqueciera la experiencia de lo negativo insuflándole pequeñas inyecciones de positivismo, de luz, de vitalismo. Porque el mundo es una mierda y ya lo sabemos… Pero los minúsculos fogonazos de luz blanca son como las meigas, que haberlas haylas, y como Teruel, que también existe. Por raro que parezca.
[Raül De Tena]