Lo primero que sorprende de «Karoo» es su historia. No la historia dentro del libro (el argumento), que también, sino su propia historia como libro. Esta novela fue publicada de forma póstuma después de que Steve Tesich muriera en 1996 de un ataque al corazón a la edad de 53 años, después de dos décadas en las que sus escritos cosecharon notables éxitos tanto en el campo del teatro como en el del cine. «Karoo» estaba destinada a ser la gran novela de Tesich, quien sólo había publicado anteriormente otro libro, «Summer Crossing«, en el lejano año 1982; y, de hecho, «Karoo» fue elegida por el New York Times como uno de los libros más notables de 1998, lo que tristemente no consiguió impedir que la novela desfayeciera adormilada injustamente en el olvido colectivo… Hasta que en el año 2004, una edición de bolsillo con nueva introducción de E.L. Doctorow sacó a «Karoo» del olvido, a lo que ayudó que se publicara por primera vez en Alemania y en Francia, donde se convirtió en un best seller inmediato. De ahí sólo va un paso a empezar a hablar de una obra de culto que atrapa a la perfección la conjura de los necios que otros grandes autores se dedicaron a retratar en el siglo XX. Y otro paso hasta que Seix Barral toma la feliz decisión de publicar el libro de Steve Tesich en nuestro país.
Lo segundo que sorprende de «Karoo» es su historia. Y esta vez, claro está, ya estoy hablando de la historia dentro del libro. Como ya he dejado caer más arriba, es imposible no pensar en otros grandes sátiros de la literatura del último siglo como Ignatius J. Reilly («La Conjura de los Necios«, de John Kennedy Toole) o Wilt («Wilt» de Tom Sharpe) en cuanto te topas con el personaje de Saul Karoo: la novela se abre con una fiesta donde alternan la élite económica y la élite cultural y donde todo el mundo se está familiarizando con la pronunciación correcta de los diversos cargos del gobierno de Ceaucescu. Corre el año 1991. Es esta una fiesta en la que corre el alcohol y en la que Saul está bebiendo como si no hubiera un mañana, como suele hacer en este tipo de eventos sociales. El problema es que, de un tiempo a esta parte, a Karoo no le afecta el alcohol: puede beber todo lo que quiera y ni un simple mareo se le sube a la cabeza. Ya ha perdido la esperanza de que la gente le crea: cuanto más dice que no está borracho, más se lo toman sus conocidos como «ya está Karoo borracho otro vez diciendo que no está borracho«.
El pez que se muerde la cola, sí, pero también una sublime introducción por parte de Tesich en el maravilloso y laberíntico mundo de la mentira, que viene a ser uno de los dos grandes rasgos característicos del protagonista de «Karoo«: el mismo Saul reconoce en todo momento que la mentira es su caldo de cultivo, que es su código de lenguaje como en otro momento histórico lo fueron para muchos otros los mitos o las leyendas. En otro momento del libro, Karoo se encuentra ante uno de esos momentos que todos hemos vivido: saber que alguien te está mintiendo deliberadamente (en este caso, es un taxista que le dice que no fume en su vehículo porque tiene asma, cuando salta a la vista que la enfermedad crónica es una excusa para no tener que aguantar el humo ajeno). Saul, en vez de reaccionar con enfado, simple y llanamente reconoce a un compañero mentiroso, lo disfruta, lo goza, y entra en el juego por completo, preguntándole por su enfermedad, inventándose datos de su propia biografía para mostrarse cordial y cercano al conductor. Al fin y al cabo, el oficio del protagonista consiste en «maquillar» los guiones cinematográficos que le pasan desde diferentes productoras para ser «arreglados» (es decir, para ser «convertidos en algo más comercial y más al gusto de todos los espectadores«). ¿Existe mayor mentira que el maquillaje? ¿Existe una forma más sólida de tapar la verdad? Porque, al fin y al cabo, la mentira es mentira en relación a su contraste con la verdad, su concepto antitético que, tal y como confirma Saul, no suscita ningún tipo de confianza: «Me vuelve a a dar la impresión de que la verdad ha perdido su poder, o el poder que tuvo alguna vez, para describir la condición humana. Lo único capaz de revelar lo que somos son las mentiras que contamos«.
El segundo rasgo de personalidad que define a Saul Karoo (y, con él, a sus congéneres urbanitas, modernos, cultos) es una necesidad obscena de vivir en público. El protagonista es incapaz de interactuar con su ex-mujer y su hijo a no ser que lo haga con todo un conjunto de personas a su alrededor, con un público para el que actuar, ante el que ejecutar sus dramas y miserias y sin los que tales dramas y miserias no existirían. Y no es que Tesich esté hablándonos aquí de la necesidad de la existencia de «el otro» para definirnos a nosotros, sino que más bien pone en juego un pánico a la intimidad, a las cargas de realidad que puede conllevar la verdadera intimidad y que añaden demasiada complejidad a una existencia moderna ya demasiado compleja en su exacerbación de la individualidad. Pero aquí está también lo sublime de «Karoo«: tras superar el corazón del libro, apuntalado sobre unos trágicos sucesos que cambian por completo la orografía del relato, esta necesidad de vivir en público que hasta el momento había sido motivo de chascarrillo se convierte en algo real, hiriente y demasiado patético como para no resultar trágico. Tras la muerte de ciertos seres queridos, un perturbado Saul se lanza a las cabinas de teléfono públicas para hacer ver que está hablando con esos difuntos: como si el público que antes le servía de coartada para huir de la intimidad ahora, en un marco emocional totalmente contrario, le sirva más bien para mantener una ilusión de intimidad inexistente. El pez ha dejado de morderse la cola.
Esa es la belleza magistral y deslumbrante de «Karoo«: que no se queda en la ironía, sino que opta por convulsionarse, mutar, romperse a sí mismo los huesos para poder circular por aros de circo hacia espectáculos mucho mayores que la literatura como sátira de la modernidad. Justo después del mencionado corazón de la novela, hay otro cambio igual de impactante: si, hasta ese momento, la historia de Karoo la leíamos en primera persona, a partir de la amnesia transitoria causada por el accidente accederemos al argumento en tercera persona. Este tramo coincide con una disertación subyugante en la que Tesich habla de cómo, al nacer, el amor a nuestro alrededor nos hace creer que somos héroes que merecemos narrar nuestra propia vida en primera persona hasta que la realidad se impone, la rutina pone trabas a las ruedas de nuestro avanzar y acabamos sucumbiendo a la evidencia de que nuestra vida es como la de los que nos rodean, tan gris como una tercera persona nada heroica. La identidad de Karoo ha empezado a resquebrajarse, y ya no será capaz de volver a recomponer las piezas de su propia personalidad. Tampoco es que el personaje lo pretenda: una vez la realidad se filtra en su existencia por la vía de la tragedia, Karoo vislumbra el patetismo de su propia vida narrada en tercera persona.
Y, cuando el lector crea que Tesich ha alcanzado el grado máximo de magnanimidad literaria con este cambio de paradigma, las últimas páginas subliman la lectura hasta un nivel pocas veces vislumbrado en las letras de las últimas décadas. En las últimas escenas, un productor despiadado le propone a Saul escribir su propia historia: la mencionada tragedia, el mentado accidente, son pura carne de telenovela, y si alguien debe escribir ese guión es el propio Karoo. La idea abochorna silenciosamente a este nuevo hombre que, sin embargo, opta por un punto y final triste pero verdaderamente heroico: justo antes del grand finale, justo cuando Saul podría escribir su propia historia, decide hacer lo que no ha hecho en el resto del libro. Decide crear. Decide dejar de mentir sobre la verdad ajena y se predispone a crear su propia verdad, aunque sea tan efímera como la memoria de alguien a punto de morir. Una verdad efímera y bellísima como una historia de ficción que, partiendo del mito de Ulises y de la búsqueda de Dios, acaba haciendo lo que todos los buenos practicantes de ficción literaria han hecho en la historia de este medio: trenzar su propia biografía con una historia de pura fantasía hasta el nivel de que ambas queden completamente irreconocibles. De esta forma, Saul Karoo escribe su propia obra maestra. De esta forma, Steve Tesich escribe su propia obra maestra.