Ya era hora de que existiera una biografía como este «Julio Cortázar» de Miguel Dalmau, dispuesto a aclarar malentendidos sobre la vida del célebre autor.
Apenas 30 años de la muerte de Cortázar en París y ya hemos olvidado que, en sus libros y en su vida, el autor argentino, nacido en Bruselas en 1914, no solo logró dejar atrás al siglo XX, limpiamente y con decisión, sino que nos preparó para los siglos venideros, un regalo para las generaciones futuras de una riqueza material e invaluable. De ahí la pertinencia de su más reciente biografía, «Julio Cortázar» (editada por Edhasa), que consigue lo que se propone: establecer las conexiones entre los textos y los incidentes en la vida del artista que los inspiraron. Incluso a costa de incluir detalles poco favorecedores.
Su autor, Miguel Dalmau (Barcelona, 1957), sin plegarse a las prohibiciones inherentes a cualquier estudio biográfico políticamente correcto, es decir, revelando intimidades familiares cuando es necesario, ha escrito un libro riguroso y entretenido, cuyo respeto por la grandeza de los textos del argentino nunca perece; sin embargo, es lo bastante astuto como para incluir una cantidad generosa de juicios de valor. Aunque extenso, el análisis de Dalmau sugiere mucho más de lo que dice. Su exégesis no se ocupa de un escritor ejemplar, sino de un hombre imperfecto que redime sus demonios gracias a su devoción por la política y por su obra.
Al parecer, tuvieron que pasar casi 40 años para que el autor de «Rayuela» (1963) se diera cuenta de que una cierta forma de escribir el mundo estaba en bancarrota. Todas las biografías anteriores han aceptado que Cortázar abandonó el remanso cultural de Buenos Aires en 1951 aturdido por la opresión peronista y la censura. La verdad, como siempre, es más mundana pero tristemente más profética del destino de miles de intelectuales argentinos en las décadas posteriores: no poder encontrar un puesto en el país acorde a sus calificaciones, habilidades y ambiciones. Sin aspavientos, el estudio de Dalmau fija detalles erróneos como este, que se han ido repitiendo una biografía tras otra.
La narrativa del barcelonés evoca no solo las técnicas cortazarianas (el silencio, el humor, la inteligencia) sino su volubilidad impredecible y su nomadismo renuente.
Por otra parte, se nos ofrece una explicación matizada de lo que los años de Cortázar en Francia influyeron en su formación como escritor. Se sugiere, por ejemplo, que las largas caminatas por París, atrapado por sus fantasmas interiores, prefiguran la línea narrativa errante que serpentea a través de la mayor parte de su ficción. La narrativa del barcelonés evoca no solo las técnicas cortazarianas (el silencio, el humor, la inteligencia) sino su volubilidad impredecible y su nomadismo renuente. Se acoplan, en definitiva, vida y obra en una prosa erudita y amena, pero también consciente de la extraña mezcla de hechos, experiencias, ideas y accidentes que confluyen en la creación de obras como «Historias de Cronopios» (1962) o «El libro de Manuel» (1973).
Dalmau es una mezcla de historiador, crítico y estilista, que logra capturar características recurrentes del arte del argentino: su pasión por la política, su infancia como portal de descubrimientos y su tendencia a asignar su propia narrativa familiar a la novela del mundo. Su biografía no solo muestra lo injusto que un autor puede llegar a ser, incluso con los que más quiere; también evoca el heroísmo de un hombre que, confrontado por la pobreza, la mala salud y los desarraigos interminables, encuentra en sí mismo el valor para escribir una obra que exalta a la gente común y las complejidades de sus mentes. «Cortázar» es la crónica de esa aventura, de ese ejemplo a seguir. [José de María Romero Barea]