Siendo probablemente el juego indie más esperado del año junto a “Fez” y “The Witness” (si es que Jonathan Blow decide acabarlo algún día), había ganas ya de comprobar si «Journey» lograba estar a la altura de todas las expectativas que ha ido generando desde su anuncio, un par de años atrás en el E3 de Los Angeles, cuando su llamativo estilo visual y su atrevido planteamiento situaron a thatgamecompany bajo los focos de la prensa internacional.
La propuesta de «Journey» es tan directa como sincera. Acompañamos a un ser desconocido, del que nada sabemos, cubierto por una túnica roja y una bufanda en su travesía por el desierto rumbo a una montaña que se alza poderosa en el horizonte. No sabemos cuál es el propósito de esta peregrinación, pero alcanzar la cima de la inmensa mole rocosa, omnipresente en nuestro campo de visión, se convierte en nuestra meta vital desde el momento en el que, al sortear una duna, la observamos erguirse a lo lejos. Pocas veces un planteamiento tan sencillo ha estado trufado de tanto poso y sustancia. «Journey» está concebido como si de un cuento se tratase; pensado para consumirse en apenas dos horas y de una sentada. Poe ya abogaba por este género como medio más eficaz para transmitir sensaciones al lector: el mensaje llega directo y de una sola vez, sin interludios que modifican nuestra inmersión entre una sesión y otra.
Por el camino no estaremos completamente solos, pues iremos encontrando a otros jugadores que recorren nuestro mismo camino con idéntico propósito. Nuestra posibilidad de comunicación con ellos será prácticamente nula, ya que no podremos mediar palabra ni saber su nombre: seremos tan solo desconocidos ayudándose el uno al otro con el fin de llegar a un destino común. Esta decisión de diseño determina de forma especial la interacción que tendremos con el mundo, pues enfatiza la soledad del jugador frente a este a la vez que crea un vínculo especial con esa otra persona desconocida con la que vivimos nuestra peregrinación.
Es este un juego de contemplación y exploración por igual. Pese a no ser como una montaña rusa, sino una experiencia de ritmo moderado, «Journey» es todo un torrente de emociones. Uno pasa de estar vagando por un solitario desierto a surfear las arenas colina abajo acompañado de un viajero desconocido con el que ha coincidido fortuitamente; de esconderse y huir de un amenazante monstruo mecánico a sufrir las inclemencias de una subida tortuosa a la montaña de nuestro destino. Porque «Journey», sin mediar una sola palabra, nos habla de lo maravilloso que es el mundo que nos rodea, de lo especial que hay en todos nosotros y, al tiempo, de lo insignificantes que somos, como granos de arena de ese vasto desierto que estamos destinados a transitar.
De forma superficial, podríamos atribuirle a su historia semejanzas con “El Alquimista” de Paulo Coelho; pero, en cuanto al fondo, supone una fusión imposible del monomito de Joseph Campbell y el eterno retorno de Nietzsche: un viaje iniciático, crepuscular y cíclico en el que el héroe es aquel individuo que asume su propia disolución de manera gozosa. «Journey» expone, o mejor dicho, implica una metáfora absoluta y sublimada de la vida a través de su condensada experiencia. Es por esto que los videojuegos están más en sintonía con la literatura que con el cine: por su capacidad intrínseca de dar forma a los símbolos con suma eficacia. Es un medio liberado de las ataduras de la reproducción fiel de la realidad, tanto en la forma como en el fondo.
Acabar «Journey» supone una mezcla de fuertes emociones encontradas, con todos sus engranajes perfectamente engrasados a fin de remover nuestro interior e inducirnos el síndrome de Stendhal a golpe de belleza visual, virtuosismo musical y un poderoso trasfondo. Cada plano es un cuadro en sí mismo, la planificación de encuadres está perfectamente cuidada para potenciar al máximo la plasticidad del mundo creado por thatgamecompany. «Journey» es un viaje que todos haremos. Planta un espejo delante nuestro y nos reta a enfrentarnos a esa experiencia vital con la misma entereza que nuestro avatar. Es una viaje en el que una vez acabado no volveremos a ser los mismos. Como todos los que merecen la pena iniciar.
[Luis S. Martínez]