Entrevistamos a Jose Luís Correa, que acaba de publicar la décima entrega de su saga de novela negra protagonizada por el icónico detective Ricardo Blanco.
Vivimos en un mundo en el que las series de televisión están familiarizando a un buen puñado de nuevas generaciones con el concepto de ficción seriada. Lo que, si te lo paras a pensar, no deja de tener bastante gracia al considerar que la ficción seriada realmente lleva mucho tiempo entre nosotros. Todos esos que dicen que las series triunfan porque dejan espacio para tramas y personajes más profundos, parecen olvidar que la literatura siempre ha sido el campo de cultivo predilecto de todos aquellos que producían y consumían ficción seriada.
Sea como sea, en este mundo de la ficción seriada televisiva es prácticamente un milagro que una serie de libros llegue a su entrega número diez. Y, sin embargo, esa es la proeza de la que puede alardear José Luis Correa, que acaba de publicar la décima novela de una saga que empezó hace más de quince años con el celebrado «Quince Días De Noviembre«. Allá conocimos a Ricardo Blanco, un detective que llevaba y sigue llevando trenzado en su ADN el paisaje y, sobre todo, el talente de los canarios. Su ciudad es Las Palmas, y eso es algo que siempre se ha dejado notar en todas las novelas de Correa hasta «La Noche En Que Se Odiaron Dos Colores«.
Esta es la décima entrega, y en ella el escritor no se achanta a la hora de enfrentarse a grandes temas como las desapariciones de personas o los ataques terroristas. Ambas cuestiones de rabiosa actualidad que corren por el subsuelo de «La Noche En Que Se Odiaron Dos Colores«, mientras en la superficie vuelve a encontrarse una novela negra detectivesca a su máxima potencia, con una trama vibrante y entretenida de esas que te impiden cerrar el libro hasta haber llegado al (sorprendente) punto y final.
De todo ello y más hablo con José Luis Correa en una entrevista cuya primera pregunta tenía clarísima desde el momento en el que me enteré de que por ahí corre la leyenda de que la novena novela de una saga puede ser una especie de maldición a la altura de la novena sinfonía musical… ¿Será verdad? Porque, si es verdad, a Correa no parece haberle afectado demasiado.
¿Es verdad que existe una maldición de la novena novela? En realidad esta maldición afecta a los compositores. Al parecer, la historia de la música está plagada de décimas sinfonías inacabadas, desde Beethoven a Mahler, pasando por Bruckner, Dvorak o Schubert. Cuando me hicieron caer en la cuenta de esto ya estaba a mitad de «La Noche En Que Se Odiaron Dos Colores» y me pareció que abandonarla daría peor suerte que acabarla. No. En verdad lo tomé siempre como una broma. Llegar a diez novelas de una misma saga es motivo de orgullo.
¿En qué se diferencia el Ricardo Blanco que conocimos en la primera novela del que encontramos en “La Noche En Que Se Odiaron Dos Colores? Tengo la sensación de que son dos personajes diferentes. Tanto como pueda serlo mi yo de ahora del que era en 1999. La vida da tantas vueltas que nos convertimos en diferentes seres. Cuando ideé a Ricardo, él tenía 40 años y andaba en una vida atrabiliaria y caótica. Ahora tiene 60 y se ha convertido en un señor más organizado y estable, signifique lo que signifique eso de organizado y estable.
¿Y en qué se diferencia el José Luis Correa que leímos en la primera novela y el que escribe esta décima entrega? Cuando tuve noción de que Ricardo era un personaje que había nacido para acompañarme algunos años (eso fue en «Muerte de un Violinista«, la tercera entrega), tenía que decidir entre Maigret y Wallander, salvando las evidentes distancias. Esto es, entre un personaje estático en una edad determinada y otro que evolucionara, envejeciera, madurara conmigo. Elegí, claro, este último. Porque, por un lado me daba rabia que yo me hiciera mayor y él no. Y, por otro, sentía que me iba a ir alejando poco a poco de él y no me gustó la idea. Preferí que Ricardo se viniera conmigo con todas las consecuencias. Eso me da una perspectiva muy interesante, la de crear el universo Blanco.
Tengo entendido que Ricardo Blanco nació con la voluntad de darle la vuelta al cliché del detective yanqui… ¿Sigue vigente esa voluntad o has ido realizando otras exploraciones con el personaje? Al principio nació como homenaje al detective yanqui. Yo quería hacer una novela al estilo de las que había leído de pibe, con un personaje canario. No pensé jamás que pasara de aquella boutade que supuso «Quince Días de Noviembre«. Más tarde, cuando me di cuenta de las posibilidades que me ofrecían personaje y estilo, decidí que Ricardo Blanco tenía que ser original, distinto. Y creo con sinceridad que lo hemos conseguido.
¿Cómo te planteas cada nueva entrega para que evolucione para los lectores habituales pero también para que admita a recién llegados? Ese es el gran reto. En más de una ocasión me han achacado la facilidad o la simplicidad de las novelas de Ricardo. Me dicen: ¿hasta cuándo vas a seguir con él? Pero ahí sigue, igual y diferente. Necesito ofrecer un universo reconocible para el lector de mis novelas y, al tiempo, la necesaria progresión del personaje y sus historias. Me siento orgulloso porque cada año vamos añadiendo adeptos al universo Blanco.
¿Por qué crees que los tiempos de la crisis han coincidido con un nuevo auge de la novela negra? Yo creo que van unidas la crisis y la novela negra. En cierto modo este género refleja como pocos ese momento de conflicto y compromiso. Necesitamos denunciarlo, analizarlo, darle vueltas. Y las novelas de Ricardo me dan la posibilidad de hacerlo. Siempre he dicho que en mis novelas lo de menos es el crimen y la investigación. Lo que importa es el mundo que se describe alrededor de ambos.
¿Crees que el éxito de las novelas negras seriadas tiene algo en común con el éxito de las series de televisión? Es decir: un mayor espacio temporal para profundizar en tramas y personajes… Creo que el éxito se debe al nuevo lector. El lector de ahora es más lector de imágenes que de palabras. Los jóvenes son adictos a las series como nosotros lo éramos a las novelas. Es su manera de viajar, de descubrir mundos, de aprender. Obviamente son dos lenguajes distintos, que requieren de herramientas intelectuales diferentes. Pero las series te permiten seguir a los personajes y sus tramas en el tiempo. Encima ahora no necesitas esperar a la semana que viene a que transmitan el siguiente capítulo, sino que puedes pasarte un fin de semana viendo una temporada entera. A mí me han confesado lectores y lectoras que, una vez descubrieron a Ricardo, se leyeron la saga entera de un tirón. Y aquí he de mencionar la gran labor de mi editorial, Alba, que no ha dejado de editar ni uno de los títulos. En las presentaciones sigo firmando ejemplares de «Quince Días de Noviembre» o «Muerte en Abril«, novelas que ya tienen más de quince años.
Sea como sea, yo creo que el éxito de tu saga en concreto reside en que no va solo al entretenimiento y al espectáculo, sino que se nota la intención de hacer que el lector reflexione… ¿Es así? En algún lado, y como profesor de Didáctica de la Lengua y la Literatura, afirmé que la literatura debe partir del entretenimiento. En un mundo de ruido y furia (los Guasap, el Instagram, el Facebook, la Play…) si no logramos atrapar a los lectores en las primeras tres páginas los perdemos para siempre. No obstante, el entretenimiento por sí mismo no sirve de nada si debajo no somos capaces de hacer pensar a nuestro lector. En verdad le planteamos preguntas, que son las que nosotros nos hacemos. Yo busco que mi lector se divierta pero también que reflexione sobre cuestiones que a mí me preocupan sobremanera.
Los lugares canarios, también el talante de la gente, convierte esta saga en algo único, ya que hace correr en paralelo una trama detectivesca con un retrato costumbrista y naturalista. ¿Es esa tu intención? Veamos. Yo entiendo la literatura como un encuentro. Es tan simple como algo que alguien escribe en la soledad de su hogar para que lo lea otra persona en la soledad de la suya. Y uno debe ser coherente con lo que plantea. Mi detective es canario, habla y se desenvuelve como tal. De lo contrario, si mis novelas transcurrieran en Nueva York, Tokio o París, no sería más que una mala copia de otros autores. Las Palmas de Gran Canaria es otro personaje más de mis historias. No se entiende Ricardo Blanco sin Las Palmas. ¿Es costumbrista o naturalista? No lo sé. Pero no sabría narrar de otra manera.
Otro rasgo interesante en “La Noche En Que Se odiaron Dos Colores” es que usa la edad de Ricardo Blanco para introducir la tecnología, pero siempre desde el punto de vista de alguien que se resiste. ¿Es una forma de modernizar el género pero sin tener que recurrir a revoluciones hiper-tecnificadas y complejas? Más bien es una manera de narrar mi propio desconcierto, como padre de un adolescente y como profesor. A Ricardo le ocurre lo que a mí, que nos hallamos desubicados en un mundo en exceso virtual.
En el caso de esta décima entrega, también hay dos factores que resultan particularmente interesantes. El primero de ellos es la forma en la que abordas la desaparición de un ser querido y cómo impacta eso entre los que quedan atrás. ¿Fue complejo documentarte para este tema? La novela, en sí, tiene dos partes. En la primera, se reflexiona sobre las desapariciones. Me preocupaba sobre todo cómo afecta una desaparición a las familias, cómo alguien vive ese horror, la angustia de no saber qué ha sido de tu padre, de tu hijo, de tu hermano. En Canarias tenemos múltiples casos de desparecidos sin resolver y eso me impresionaba. La segunda parte es la investigación y, como siempre, la historia se desboca. Pero es cierto que, como he dicho, la verdadera historia está al principio.
El otro rasgo interesante es la presencia del terrorismo como temida e insidiosa sombra. ¿No te daba miedo meterte en lo que otros podrían entender como un berenjenal del que mejor huir? Si te fijas, el fenómeno del terrorismo está presente en el mundo que vivimos. Yo he novelado la corrupción, la crisis, la trata de blancas, la violencia de género… el tema del terrorismo es otro de los grandes conflictos que padecemos. No me planteé estar metiéndome en un berenjenal porque, además, las reflexiones que se hacen intentan huir de los maniquesmos. El que asesina es el individuo, no la religión.
¿Habrá decimoprimera entrega? ¿Ya sabes por dónde irán los tiros? Ya está en marcha. Y va precisamente sobre redes sociales, uno de los temas que más me preocupan, insisto, como padre y como profesor.
¿Qué tendría que ocurrir para que retiraras a Ricardo? No lo sé. Llevo años oyendo la matraquilla de cuándo voy a matar a Ricardo Blanco. Pero ocurre que el personaje y su universo me dan juego para narrar lo que quiero narrar. Mientras mis editoras sigan creyendo en mí yo seguiré creyendo en él.
Y, por último, ¿te imaginas cómo sería una vigésima entrega? Largo me lo fías. De momento me doy por satisfecho con la undécima. Luego ya se verá. El mundo está cambiando de un modo tan atropellado que uno no sabe bien qué nos moverá dentro de diez años. [Más información en la web de la editorial Alba]