«Johnny, ¿Me Querrías Si La Tuviera Más Grande?» de Brontez Purnell es el libro que está aquí para derribar todos los clichés post-modernos sobre el mundo gay.
A día de hoy, parece ser que solo existen dos representaciones (más bien tipificaciones) del hombre gay en la cultura general… Por un lado, está su visión glorificada e idealizada, aquella que retrata Dionisos modernos con cuerpos perfectos, clase social alta, vida despreocupada y todo un conjunto de valores ultra-positivos que parecen intentar compensar décadas y décadas en las que el homosexual era, por defecto, el malo de la película. Por mucho que, por otra parte, esta visión del gay no sea más que ese cliché reduccionista de «amigo gay cool» que probablemente nació con el personaje de Rupert Everett en «La Boda de mi Mejor Amigo» y que se ha llevado hasta un extremo a todas luces irreal.
Por otro lado, tenemos la visión tremendista de todas esas ficciones que se han dedicado a escarbar en el dolor y el vacío existencial gay. La mayoría de ellas lo hacen en pasado, eso sí, en referencia a toda aquella época en la que el sida casi se lleva por delante a toda una comunidad. Pero luego está el chem sex y la fiesta y las relaciones superficiales y el sida en el siglo 21… Y todo eso que no es tan guay, pero que también hace pensar que ser gay en pleno año 2019 no es un cliché, no es ni una ni otra cosa, ni hedonismo ni tremendismo, sino algo que más bien está en un punto intermedio.
Algo que, por otra parte, Brontez Purnell representa de forma pluscuamperfecta en su libro (¿autobiográfico? ¿autoficcionado?) «Johnny, ¿Me Querrías Si La Tuviera Más Grande?» (publicado en nuestro país por la editorial Temas de Hoy). Y es que Purnell consigue abordar muchas de las complejidades de ser gay en el siglo 21 a través de un estilo totalmente refrescante: su escritura se basa en pildorazos cortos, a veces de apenas un párrafo, que se estructuran de forma caótica en capítulos que a veces tienen un sentido global y otras no (ni lo necesitan).
Más que un diario personal, este es una especie de diario mental que, como plasmación de las múltiples aristas de la mente humana (y más todavía de una mente humana tan tendente a la neurosis como es la homosexual, avocada a esta alteridad de pensamiento desde que es tachada de «diferente» en su infancia), solo puede funcionar a nivel fraccionado y fragmentado. Como una especie de pelea a base de puñetazos ciegos en la oscuridad. Pero, sorprendentemente, Brontez Purnell es capaz de hilar todos estos pensamientos con un hilo de plata sublime: el tono de su voz narrativa, que digo yo que no será otra cosa que el tono inherente a su visión del mundo, que implica bastante cachondeo a la hora de enfrentar incluso las mayores desgracias.
Porque esa es otra: no hay que confundir «Johnny, ¿Me Querrías Si La Tuviera Más Grande?» con el relato de auto-aceptación del diagnóstico de VIH de su autor. Eso es solo una de las mil caras que muestra Purnell… Y lo cierto es que todas las que muestra se dedican no solo a quitarle hierro a la visión tremendista del gay del siglo 21, sino también a quitarle lustre a la estatua de bronce que muchos se empeñan en ensalzar.
En eso está la principal valía de este libro: en que es capaz de mostrar realidades sin caer en ningún tipo de cliché, acercándolas a la realidad pura y dura. Tomemos, por ejemplo, el sexo homosexual, ese que en la gran pantalla siempre muestra cuerpos bellos copulando acompasada y armoniosamente. ¿Qué tiene que decir al respecto Brontez Purnell? “Supongo que es un poco hipócrita sentir fobia por la mierda cuando lo que haces es meterle la polla por el culo a la gente, pero ¿por qué me pareció tan mal? Supe que no podríamos estar juntos nunca más porque se sentía demasiado cómodo con mi mierda”. Pues eso.
Lo mismo con las saunas, espacios que en la ficción suelen mostrarse preñados de misterios y tensión sensual. Algo que no casa con la visión de Purnell: “En algunas raras ocasiones vi a esos hombres en público, y me resultó o bien chocante o bien terrible ver cómo vestían. En serio. A veces era como: «Agh, he follado con un tío que lleva sandalias y bermudas de explorador en público». El mismo tío que al verme debió pensar: «Agh, me he follado a un tío que lleva pantaloncitos supercortos en público». En fin. Empecé a respetar el hecho de que en los restringidos límites de la sauna, llevar solo una toalla te igualaba a los demás (es decir, en ese sentido). Aunque, obviamente, había problemas. A veces podías follarte a tres tíos seguidos. Esa era una buena tarde. Pero a veces era como si todos los tíos solitarios y feos se juntasen allí a la vez. Como si agarrases a todos los tíos que compran en Target en un día cualquiera, solo con una toalla encima, y los metieses en un laberinto sexual”.
Y luego está su tema favorito, que es el tamaño del pene. Teniendo en cuenta que la cultura gay es absolutamente falocéntrica y que, además, como varón negrón, a Brontez Purnell se le habría de presuponer un rabo considerable, resulta chocante, divertido y particularmente sano el hecho de que el autor deje al descubierto desde el minuto cero que el tamaño de su pene es normal. Tirando a pequeño. Y, a partir de ahí, todo «Johnny, ¿Me Querrías Si La Tuviera Más Grande?» está trufado de reflexiones maravillosas al respecto. Como esta: “Me contó que la gente de allí, acostumbrada a esas cosas, tiene un dicho: «¿Para qué quieres un plátano grande si puedes tener chile picante?». Chile. Picante. ¡Así es como se siente una polla pequeña! ¡Puras sensaciones!”. O esta otra: “Una vez me dijo (suponed el acento): «Yo creo que todos los tíos tendrían que tener tatuado en la frente el tamaño de su polla». Mi respuesta instintiva fue: «Joder, sí», pero después mi sentido humanitario me dijo: «Espera un segundo, ¡esa mierda parece de la Alemania nazi!». No podía dejar de imaginar a un tío caminando por ahí con un menos dos en la frente, diciendo: «Al menos soy guapo». Vaya mierda”.
¿O quién no se ha topado alguna vez con la maldición del pollón? Es decir: ese tío que piensa que por tener un buen rabo ya lo tiene todo hecho pero que resulta que es aburrido hasta la saciedad en la cama porque no sabe lo que es el esfuerzo. Purnell también tiene dardos envenenados para ellos: “En pocas palabras: me estaba follando a un tío francés que era muy bruto. Tenía un buen pollón e insistía en que eso le daba derecho a ciertos privilegios en nuestra relación. Al parecer, eso le otorgaba ciertos privilegios en la vida. Mi principal problema con su «filosofía de la polla grande» era que no incluía ningún aspecto amable. Siempre era «la mía es más grande, soy mejor» o «la mía es más grande, soy intrínsecamente más feliz que tú». Nunca era «la mía es más grande, vamos a liarnos un porro» o «la mía es más grande, te querré siempre». Todo ese parloteo sobre «los privilegios de su polla grande» generó en mí un complejo de extrema necesidad respecto al tamaño de mi polla”.
Todo conduce, eso sí, al choque continuo que Purnell sufre contra los muros de lo que el resto del mundo espera de él, ya sea como varón negro o como homosexual. Así, en general en abstracto. Homosexual que tiene que ser gracioso, pero respetando los límites de esa corrección política gay que, en pleno año 2019, resulta igual de «intensita», voluble y presta a sentirse herida que el resto de correcciones políticas habidas y por haber. Aquí un ejemplo: “Mis compañeros de clase tenían tan poco sentido del humor como aquellos que han sufrido abusos. O bien no eran capaces de captar el humor o yo era un gilipollas. Escribí un cuento corto, por ejemplo, sobre un padre gay frustrado del distrito de castro que decidía hacerse amo de casa. Le deprimía que su vida se hubiese convertido en toda una serie de rutinas, le sacaba de quicio, y vendía a todos los chicos de diferentes etnias que había adoptado para comprarse metanfetamina. Uno de mis compañeros me echó la bronca: «La paternidad gay es sagrada, abrón. ¡YO SOY UN PADRE GAY!»; él también se llevó una ovación”.
Al fin y al cabo, todo «Johnny, ¿Me Querrías Si La Tuviera Más Grande?» podría resumirse en una apreciación del propio Brontez Purnell: “El humor es una herramienta muy peligrosa. Es difícil hacer entender a los demás que el humor no niega la seriedad de aquello de lo que habla”. Una apreciación que debería ser la coordenada principal a partir de la que explorar la identidad gay para este nuevo siglo. Por lo menos, si lo que pretendemos es ofrecer un retrato fidedigno, real, coherente y honesto. Si no, pues nada, vuelve a ponerte «La Boda de Mi Mejor Amigo» y échate unas risas mientras el mundo se desmorona a tu alrededor. [Más información en el Instagram de Brontez Purnell y en la web de la editorial Temas de Hoy]