La cena de Thanksgiving pluscuamperfecta tiene que ser muy parecida a la que celebramos anoche en compañía de Jim Beam y la revista Fuet.
Voy a ser totalmente sincero: no había celebrado Acción de Gracias en mi puta bida, tete. El por qué es muy fácil de explicar: cada vez me hago más viejo y, por lo tanto, cada vez mi mirada es más cascarrabias a la hora de contemplar la posibilidad de introducir cosas nuevas en mi plácida existencia. Cosas de viejos. Bueno, también tengo que reconocer que nunca había celebrado Thanksgiving porque nadie se había tomado la molestia de invitarme y abrirme los ojos… hasta ayer mismo.
Fecha: 23 de noviembre (es decir: la noche antes del verdadero día de Acción de Gracias). Lugar: Picnic, ese restaurante del Born que hace tiempo que es visita obligada tanto por su comida de escándalo como por el hecho de que entre su clientela abunda la gente guapa e interesante (que sí, que lo sé, que no puedo ni quiero esconder que es de mis lugares favoritos de la ciudad, ¿vale?). Excusa: celebrar Thanksgiving de la manita de Jim Beam y la revista Fuet, que se habían propuesto introducirnos no sólo en la maravillosa celebración de esta fecha tan señalada para los americanos, sino también meternos de cabeza en el estimulante mundo del bourbon.
Porque, al fin y al cabo, y esto es algo que pensé en cuanto me senté a la mesa y me plantaron delante un cóctel que tenía la pinta que me suele a convencer en materia de cócteles, es decir, robusto y masculino, con pinta de ser la bebida perfecta para un leñador haciendo el vermut en medio del bosque… Pero, un segundo, que desvarío. Lo que decía. Que lo primero que me pregunté fue, básicamente, ¿por qué no bebo más bourbon con lo jodidamente rico que está y con lo tremendamente macho que me hace sentir? Aplicaros esta pregunta en la medida que podáis aplicárosla, que sé que no todo el mundo aspira a tener carnet de lumberjack como yo.
Pero todo el mundo debería aspirar a pegarse un banquete como el que ayer nos metimos nosotros entre pecho y espalda cortesía de Jim Beam y de la siempre sorprendente cocina del Picnic. El protagonista absoluta sólo podía ser uno: un pavo de siete kilos que fue servido dentro de una campana de cristal que, al levantarse, liberó el humo con el que había sido aromatizado para darle el toque final. Y, claro, todo pavo de Acción de Gracias hay que servirlo con su stuffing (tremendo) y con su acompañamiento de puré y verduritas (si no sabéis qué carajo son las zanahorias rainbow, os van a cambiar la vida). Teniendo esto sobre la mesa, ¿con qué cara miro lo que me sirva mi madre en Navidad? (Por favor, que nadie le diga a mi madre que he dicho esto en público.)
Y, claro, buena comida siempre tiene que ir acompañada de buena bebida. A este respecto, nada más elocuente que las preparaciones del coctelero Mauri Jiménez, embajador de Jim Beam, para ser maridadas con cada uno de los platos que nos iban poniendo delante. El cóctel de bienvenida (a base de Jim Beam Double Oak, que es un Jim Beam White Label que ha sido envejecido en una segunda barrica) ya he dicho que no podía ser más especial. Pero es que lo que vino después no tiene nombre: otro cóctel usando Jim Beam Apple que era como beberte el zumo de manzana que deben servirle a los dioses en el puñetero Holmes Palace del Olimpo; una revisión del mojito usando Jim Beam que me recordó por qué no suelen gustarme los mojitos pero por qué podría aficionarme perfectamente a esta nueva versión; y un trago largo final que acabó por demostrar lo que habíamos intuido durante toda la velada: que lo del Jim Beam es como la Santísima Trinidad. Es decir: es uno y a la vez es múltiple. Todo depende de cómo lo uses (o de cómo lo use un puto genio como Mauri).
Para acabar, permitid que me ponga un poco ñoño. Incluso los leñadores en potencia tienen un corazón y se ponen sensibles de vez en cuando… La cuestión es que ya he dicho que todo fue perfecto: el lugar, el anfitrión, la cena, la bebida. Pero me dejo lo más importante. Al fin y al cabo, ¿de qué va Acción de Gracias? De juntarte con gente a la quieres y dar las gracias por las cosas buenas que te han ocurrido en el último año. Pues, bien, en la cena éramos quince, pero bien avenidos. Éramos los que solemos ser, y no voy a dar nombres. Por mucho que nos esforcemos en hacer ver que somos periodistas que están por encima de todo y que nuestros medios son lo puto más, al final nos hemos acabado cogiendo cariño. ¿Cómo no darle las gracias a Jim Beam por darnos la oportunidad de juntarnos de nuevo en este petit comité tan tremendo y que tanto nos gusta y celebrarlo alrededor de un buen pavo con unos buenos cócteles en las manos? [Más información en la web de Jim Beam]