Que vaya por delante que la confirmación de la salida del quinto LP de Jeremy Jay, “Abandoned Apartments” (Grand Palais / Modulor, 2013), ha estado rodeada de una gran confusión, ya que en primera instancia se había fijado para el pasado mes de septiembre; después, se pospuso a octubre; y, no hace demasiado, se retrasó hasta a finales de enero del próximo año. Pero, curiosamente, quizá como consecuencia de todo ese baile de fechas, el disco ya está disponible en plataformas virtuales tanto de streaming como de compra de música. Por lo tanto, que este asunto quede claro por si la NSA o el CNI están registrando estas líneas y nos acusan de no tener el derecho legal para reseñarlo en condiciones. Un saludo, señores espías…
Ahora, vayamos al grano. Siempre es una buena noticia conocer el regreso a la escena de músicos del carácter de Jeremy C. Shaules, alias Jeremy Jay, por su especial forma de elaborar y ofrecer sus piezas sonoras y de reverenciar a sus referentes éticos y estéticos. Como decía nuestra reseña dedicada a su álbum “Splash” (K Records, 2010), Jeremy es unos de los pocos crooners contemporáneos que pueden ser considerados como tal, sin colorantes, conservantes ni caretas. Su aspecto y sus movimientos como compositor lo convierten en un auténtico galán y soñador, adjetivos tan necesarios hoy en día dada la mediocridad reinante en el mundo del pop en particular y en el mundo en que vivimos en general. No hay duda: Jeremy es un dandy de muchos quilates, elegante, sofisticado, sensible y con un buen puñado de brillantes canciones bajo el brazo que se deben paladear con la misma delicadeza que una copa de vino Chardonnay.
Además, Jeremy añadió a ese savoir-faire una incontinencia creativa que le permitió entregar puntualmente un disco anual desde su debut en largo, “A Place Where We Could Go” (K Records, 2008), hasta su anterior trabajo, “Dream Diary” (K Records, 2011). Una fecunda trayectoria en la que desplegó su atractivo y revisionista abanico estilístico, que iba desde el clasicismo de los 50 -con Buddy Holly a la cabeza- y 60 hasta el power-pop y el lo-fi de raigambre noventera. De ahí que resultara relativamente extraño su dilatado silencio y la ausencia de información sobre su siguiente paso en forma de logrado homenaje a sus influencias clásicas. “Abandoned Apartments” fulmina, de este modo, el misterio en torno a las andanzas artísticas de Jeremy y descubre el género que ha seguido el norteamericano para modelarlo: el romanticismo ochentero, interpretado como un todo destilado del pop-rock (más lo primero que lo segundo) vestido con traje de satén y aderezado con unas gotas del synth-pop de la época dramático pero contenido.
Junto a ese gusto distintivo aparece en este álbum el tono ensoñador y evocador que ha sobrevolado continuamente las composiciones de Jeremy Jay. Su repertorio discurre con extrema suavidad desde el segundo inicial de “Sentimental Expressway”, un corte que plasma el leitmotiv argumental del conjunto desde su mismo título y su formalismo sonoro, tendente al minimalismo basado en leves notas de piano, teclados entre etéreos y azucarados y con el bajo y la voz como elementos protagónicos. Jeremy no necesita más ingredientes para reforzar sus relatos emocionales. Si acaso, unos impecables acordes de guitarra envueltos en celofán para seguir el estiloso rastro de Roxy Music / Bryan Ferry en “Covered In Ivy”, “Red Primary Afternoon” y “Far & Near” con nocturnidad y sentimiento. Aunque, en último término, lo que busca es ofrecer una versión de sí mismo desnuda y espiritual, pasando del pop pulcro y épico (“Graveyard Shift”) al tintado en blanco y negro (“The View From The Train Window”) o, directamente, cantado con cierta resignación (“Abandoned Apartments”).
“Abandoned Apartments” vendría a ser un disco en el que Jeremy Jay purga pensamientos negativos y exorciza frustraciones, con lo que no debería sorprender que repita esquemas y estructuras para manifestarlo; aquí lo que importa, realmente, es mostrar sinceridad y credibilidad, sin caer en la impostación ni la empalagosidad derivadas del uso de los tempos lentos y reposados propios de los new romantics de los 80. En ese agujero podrían haber caído “When I Met You” y “You Said It Was Forever”, pero Jeremy las resuelve con habilidad al conservar su magnetismo y fragilidad sin servirse de recursos almibarados. Para el final deja el único tema que rompe la tónica formal del LP, volviendo su mirada hacia los 50 en “I Was Waiting”, balada solitaria en la que sale a relucir en todo su esplendor su aura de cantautor dolido y, no lo olvidemos, de crooner derrotado. Esa condición que ha elevado a Jeremy Jay a la categoría de artista casi anacrónico pero indispensable para escuchar con otros oídos los sonidos de las décadas musicales que revisa y honra en cada uno de sus trabajos.