Jean-Michel Jarre lanza el segundo volumen de su proyecto «Electronica»… Pero aquí hay tres indicios que demuestran que de electrónica no anda muy bien.
Hace algunas semanas, desde la organización del Sónar 2016 (que se celebrará del 16 al 18 de junio en Barcelona) montaban una jornada de presentación y escucha del último disco de Jean-Michel Jarre en un lugar tan especial como el auditorio del CCCB, un espacio óptimo con un equipo de sonido enloquecedor en el que, para rizar el rizo, el mismo artista francés, cabeza de cartel del festival, estaría presente para hablarnos de su última creación. Hasta aquí, fetén… Pero hay que reconocer que cierta sombra de sospecha se cirnió sobre la jornada cuando, obviando la penumbra de la sala, Jarre salió al ruedo con las gafas de sol puestas.
Nunca te fíes de un artista que lleva las gafas de sol. Eso es un truco barato que, a día de hoy, sólo les permitimos a las folclóricas. Y chao. Así que hay que reconocerlo: la primera impresión fue nefasta. Puede que, en la carrera por la recuperación de viejas glorias de la electrónica, el primer impulso sea pensar que con Jean-Michel Jarre puede ocurrir como con Giorgio Moroder hacer un par de temporadas… Pero, ojo, porque Moroder es algo así como ese abuelo cebolleta que todos deseamos tener: un tío que fue jodidamente molón en su momento y que ahora no necesita demostrar nada a nadie y por eso va por la vida como un payés en sus condominios.
Pero lo de Jean-Michel Jarre es algo diferente: lo suyo es como ese otro abuelo que todavía se esfuerza por ser molón y lo que causa es cierta vergüenza en sus nietos. Que, oye, a lo mejor queremos por igual a los dos abuelos y los respetamos hasta la indecible porque sabemos que, sin sus polvos, no tendríamos ninguno de los lodos en los que nos encantan rebozarnos a día de hoy. Pero, si tenemos que presentar sólo a uno de los dos abueletes a nuestros amigos, está claro que optaremos por el que menos nos avergüenza.
Sea como sea, y hablando de abuelos, se imponía entonces aplicar otra máxima de la filosofía abuelil: no juzgues un libro por su portada. O lo que es lo mismo: no juzgues a Jarre por sus pintas de predador sexual trasnochado y venido arriba, sino por lo que contiene su último álbum, «Electronica, Vol. 2: The Heart of Noise» (Columbia, 2016)… Y aquí viene cuando se tuercen las cosas. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos a por los hechos puros y duros: esta es la segunda parte de un proyecto en el que Jean-Michel Jarre lleva cinco años metido y con el que pretende ofrecer un abanico musical de ese género que tanto le fascina a él -y a nosotros- y que da título a sus dos últimos trabajos.
La idea es aventurera y de ánimo enciclopédico: dice Jarre que este lustro lo ha consagrada a reunirse con gente que, según él, representan diferentes zonas del espectro musical de la electrónica actual. Eso justificaría -presuntamente- la presencia en su anterior «Electronica, Vol. 1: The Time Machine» (Sony, 2015) de nombres de relumbrón como Air, Massive Attack, Laurie Anderson, M83, Moby, Little Boots, Boys Noize o Tangerine Dream, además de sorpresas como Gesaffelstein o extravaganzas como Lang Lang. Y eso justificaría también las colaboraciones de alto copete del volumen 2 de esta «Electronica» que nos ocupa.
Hasta aquí los datos objetivos. Quédense ustedes con dos que nos interesan particularmente aquí y ahora: que la intención de Jean-Michel Jarre es atrapar el mojo de la electrónica actual a modo de enciclopedia avant-garde y que para ello se ha ido a la cama a pegarse unos meneos rejuvenecedores con todo un conjunto de artistas que debían proporcionarle diferentes puntos de vista a cada cual más aperturista. Y, ahora, permitid que resuma en tres puntos por qué la visión de Jarre de la «Electronica» actual no podría ser más jodidamente desastrosa (lo que viene a significar que digan ustedes bye bye a la objetividad y permitan que les dé la bienvenido al reino de mi subjetividad pura y dura).
PORQUE TODO LA «ELECTRONICA» LE SUENA IGUAL A ESTE HOMBRE. Esto es lo primero que sorprende cuando te adentras en los terrenos de cualquiera de las dos entregas de la «Electronica» de Jean-Michel Jarre: lo que debería ser un amplio abanico, una cola de pavo real con exuberantes y variadísimos colores, acaba siendo más bien un sota, caballo y rey.
De hecho, realmente aquí sólo hay tres sonidos… La sota sería la de Daft Punk, que le gustan a Jean-Michel las voces robóticas así como para dar la sensación de que no es una momia y sabe de qué va el futuro aunque a él le suena todo como la banda sonora de «Tron» (¿Se puede ser más antigua, guapa? Pero si es que ni Daft Punk juegan ya al futurismo, sino a la nostalgia del retrofuturismo). El caballo, un caballo de batalla que se lleva todo por delante, sería Tiësto, y que conste que digo Tiësto como encarnación de «todos esos djs asquerosos que confunden el drop con el subidón» pero que parece que al amigo J.M. le ponen bastante palote. Y el rey sería, evidentemente, el mismo Jarre y sus rollitos místicos y atmosféricos.
¿Dónde está la variedad? ¿Para qué recurrir a todo un conjunto de colaboraciones si al final vas a pasar por encima la apisonadora de tu concepción de un presente perfecto musical que suena a baratija? Ni idea. Sólo puedo decir que es que esto no sería ni un buen disco de Tiësto: sería más bien el disco de Tiësto en el que los fans de Tiësto empezarían a pensar que su ídolo se ha hecho VIEJO. En mayúsculas.
PORQUE LAS COLABORACIONES NO HAY POR DÓNDE COGERLAS. Repito: la intención de Jean-Michel Jarre es conseguir que algunos de los pater familias de las diferentes ramas del árbol genealógico de la electrónica actual dejen constancia de su género particular. No es de entender, entonces, que el disco incluya colaboraciones tan rancias y viejunas de gente que poco tiene que decir a día de hoy como Primal Scream, Gary Numan, The Orb, Peaches o Cyndi Lauper (que, por cierto, acaba sonando a una distorsión aburrida de Robyn producida por Röyksopp).
Ojito: no digo que esta gente no sea importante, ni mucho menos. Sólo que su discurso a día de hoy parece mucho menos relevante que el de otros tipos que sí que tienen cogidos los huevos de la electrónica futura. Por soñar: ¿qué hubiera pasado si Jarre se hubiera metido en un estudio junto a Arca (además de acabar vistiendo una falda de vinilo y pintarrejeado como una puerta)? ¿Qué hubiera ocurrido si se hubiera atrevido a meter la puntita del dedo gordo del pie en las aguas oscuras del sello Raster-Noton? ¿Qué locurón si, de repente, se hubiera dejado llevar por la esquizofrenia de Oneohtrix Point Never?
Pues nada, son preguntas que nunca tendrán respuestas porque, al final, lo que aquí tenemos no es un hombre haciendo lo que había prometido (elegir las colaboraciones para ofrecer un abanico de géneros), sino a un tipo incurriendo en la misma falta que incurren todas las viejas glorias en la última década: pensar que si duermen en el mismo sillón de cuantas más colaboraciones mejor, van a volver a estar en el candelero. Pues, oye, no. Resulta que no.
PORQUE NO SÓLO FALLA EN LAS COLABORACIONES, SINO TAMBIÉN EN LOS GÉNEROS. ¿Pero qué mierda es esta de que un disco se subtitule «The Heart of Noise» y no haya ni una puñetera canción de noise? Pues eso. Falta de valentía, evidentemente. Pero es lo que se debe esperar cuando las colaboraciones tienen tan poquito que aportar y, a su vez, el propio J.M. parece más preocupado en ser la apisonadora que pase por encima de todas las canciones para dejar su sello en ellas.
Una pena. Y es que, lejos del mencionado trinomio Daft Punk / Tiësto / Jean-Michel Jarre, hubiera molado muchísimo escuchar (por seguir con los nombres del punto anterior) la fractalidad mental de Arca, la oscuridad opaca de cualquier artista de Raster-Noton o el buzz piscótico de Oneohtrix Point Never. Lo que tenemos en cambio es a Pet Shop Boys haciendo de Pet Shop Boys (en una de las canciones más salvables del disco), a Julia Holter convertida en una Enya de la vida, a Primal Scream sobrepasando los límites del ridículo, a Peaches incapaz de salir de las cárceles de su propio sonido, a Sébastien Tellier sonando a banda sonora barata de los 80, a Siriusmo sonrojándonos con su visión del circo… y a Jean-Michel Jarre, ahí, en medio de todo.
¿Cómo está Jean-Michel Jarre? Pues Jean-Michel Jarre está como el perrete del gif que cierra este artículo. Lo jodido es que, como lleva las putas gafas de sol puestas, parece que controla. Pero no. J.M., chiqui, no controlas nada. Admítelo. Y, por favor, que esto de la «Electronica» se quede en dos volúmenes, plis.