Nuestra crónica del concierto de Javiera Mena en Barcelona lo dice bien claro: lo que primó por encima de todo fue una diversión inexplicable para los esnobistas.
La cosa (y con «la cosa» me refiero al concierto de Javiera Mena en el City Hall de Barcelona el pasado miércoles 15 de abril… y que conste que «la cosa» está dicho desde un cariño sincero, rendido e infinito) fue tal que así: se apagaron las luces y al escenario salió una procesión de Semana Santa. Que estamos en época, ¿no? Bueno, más o menos. Sea como sea, esto no era el Paso de la Virgen Cantora, la Procesión de San Sebastián (nótese la referencia homosexual, por favor) ni nada parecido, sino que eran simple y llanamente Javiera Mena -en túnica encapuchada negra- y las cuatro bailarinas de Les Filles Föllen -en túnica encapuchada blanca-. Javiera, sin dejar que el público viera su cara, empezó a cantar «Los Olores de tu Alma» y, poco a poco, fue desvelándose el misterio en una performance a medio camino entre Enigma y el Ballet Zoom (dicho de nuevo desde el mayor de los cariños… Y, por favor, no me hagáis ir repitiendo esta justificación a cada afirmación medio ambigua que vaya diciendo).
Este arranque dejaría bien claro cuál iba a ser el tono que imperaría durante el resto de la actuación… La cuestión es que, ya hacia la mitad del concierto, yo ya tenía claro lo que estaba ocurriendo allá: desde mi humilde punto de vista, aquello fue el peor concierto que he visto en mi vida en el que mejor me lo he pasado nunca. Y que conste que lo de «el peor concierto» vendría justificado únicamente por dos chorradas de nada: el sonido (algo que tampoco puedo criticar al cien por cien, puesto que me encontraba algo alejado del escenario y, por el contrario, hubo quien comentó que en las primeras filas el sonido era fetén) y, sobre todo, el concepto habitual de «concierto» que llevo en mi mochila por culpa de haber sido un hijo malcriado de la generación del «indie», de esos que nos pensamos siempre en la posesión de la verdad. Evidentemente, lo de Javiera Mena no fue un concierto de Portishead ni de Sufjan Stevens, no llevaba una banda de súper-estrellas de la música ni una orquesta de quince músicos y once niñas esquimales cantoras, pero es que tampoco pretendía nada de eso: lo que pretendía era divertir, sorprender en lo estético, hacer bailar y, sobre todo, dejarte en el cuerpo una sensación de buen rollo que, te lo digo yo aquí y ahora, nunca te va a proporcionar Tom Waits.
Ponderado bajo este rasero, hay que reconocer que lo que acaba pesando más en el concierto de Javiera Mena es la segunda parte de mi juicio: es el concierto en el que mejor me lo he pasado nunca. Por un lado, en lo musical: momentazos como los de «Espada«, «Otra Era«, «La Carretera» (junto a un El Último Vecino que no nos hizo echar de menos a El Guincho para nada), «Sincronía, Pegaso» o «Esa Fuerza» (abriendo el bis y obligando a que me preguntara por qué carajo este no es EL TEMAZO definitivo de la Mena) están ya en el Olimpo personal de todos aquellos que sabemos que en un concierto también podemos divertirnos por mucho que sea más performance que «actuación» musical. ¿No hemos aprendido nada de los últimos The Knife? Se echó en falta, eso sí, un poco más de atención hacia temas fuera de su último disco, como la inexplicablemente ausente «Sufrir«… Aun así, hay que reconocer que fue un acierto el hecho de que Javiera presentara ante el público sus temas con un flow similar al de una sesión de dj, con las canciones encabalgándose las unas sobre las otras utilizando el bombo de base como cemento de cola para dar continuidad. De esta forma, ¿quién era capaz de dejar de bailar?
Pero lo musical sólo fue una parte del concierto de Javiera Mena, una parte que no se hubiera acabado de sublimar sin la propuesta estética de la artista junto a Les Filles Föllen: un conjunto de coreografías que, de nuevo, causarían urticaria en todo aquel que llegara allá esperando referencias esnobistas a Pina Bausch, pero que conseguían algo mucho más tremendo, tan tremendo como engrandecer el espíritu de la música a la que acompaña. Un espíritu que respiraba pop por todos sus poros, desde las camisetas con neones hasta el duelo de espadas láser a los «Star Wars» durante «Espada«. En resumidas cuentas: lo de Javiera Mena no es un concierto que puedas criticar utilizando los parámetros habituales… La belleza de esta propuesta es más bien que crea sus propios parámetros. Y, oye, parte de su belleza también que se la pela un poco lo que piensen los esnobistas. [FOTO: Clara Orozco para Música Crónica]