Puede que te acerques a «Buen Pop. Mal Pop. Un Inventario» esperando una autobiografía de Jarvis Cocker… Pero lo que vas a encontrar en su interior es algo mucho mejor que eso.
Jarvis Cocker no es una persona normal. Ahí está, más que probablemente, el secreto del magnetismo que desprende. Solo hay que recordar cómo y cuándo alcanzó su banda la máxima popularidad: en unos años 90 en los que la prensa británica se sacó de la manga el término brit-pop y forzó en su interior a formaciones como Blur y Oasis, pero también a Pulp. Extrañamente, a Pulp. Mientras sus (presuntos) compañeros generacionales disparaban canciones de urgencia post-adolescente, él practicaba la letra como narrativa elevada.
Los front-men de las bandas de brit-pop eran insolentemente jóvenes y recalcitrántemente británicos, con esa energía tan beligerante y enérgica. Pero Jarvis Cocker nunca tuvo nada que ver con Damon Albarn ni con los hermanos Gallagher. Lo suyo fue un dandismo bohemio, taciturno y oscuro pero a la vez infinitamente socarró e irónico que no es que encajara mal con sus compañeros de generación, es que no pretendía ni encajar.
Además, a diferencia de otros que después tuvieron que admitir que lo del afeminamiento era puro postureo (es decir, Brett Anderson y Brian Molko, vergüenza infinita para vosotros), lo de Cocker se acabó revelando con el tiempo más como afectación que como amaneramiento. Dicho de otra forma: Jarvis Cocker triunfó al frente de Pulp en un momento en el que lo que se llevaba era otra cosa, otro modelo de masculinidad, otro modelo de musicalidad.
Y, aun así, consiguió dejar su marca en la historia de la música porque, como ya he dicho más arriba, no es una persona normal. Algo que también prueban las dos últimas décadas de su carrera y ese parón de Pulp (por problemas internos y por problemas de salud de uno de sus miembros) que marcó un hito que no muchos artistas se atreven a marcar: dejarlo en todo lo alto y no afear el recuerdo con una larga etapa final de fracasos musicales.
Hubo un retorno glorioso, un documental icónico y, desde entonces, Jarvis Cocker ha hecho lo que le ha salido del toto: lanzar discos bajo su propio nombre que tarda siglos en componer, tener un programa de radio propio… Y, en general, disfrutar de una madurez en la que ya no tiene que probar nada a nadie porque ya lo probó en su momento. En ese marco, y teniendo en cuenta que no nos encontramos ante una persona normal, está claro que su autobiografía tampoco podía ser normal.
Lo confirmo: «Buen Pop. Mal Pop. Un Inventario«, publicada recientemente en nuestro país por la editorial Blackie Books, no es una autobiografía normal. De hecho, me parece incluso un pelín arriesgado afirmar que es una autobiografía. Su punto de partida no podría ser más estimulante: Jarvis Cocker posee un trastero en el que ha ido acumulando objetos y recuerdos durante años, y el libro nace precisamente cuando decide escribir sobre el proceso de vaciar este espacio. El artista va seleccionando objetos y, con la excusa de decidir si se los queda o los tira a la basura, acaba por desgranar sus recuerdos.
Lo que ocurre es que, en manos de Cocker, lo que podría ser una empanada mental de puro caos y entropía (lo que sería, fundamentalmente, si fuera yo quien hiciera este proceso) se convierte en un ordenado paseo biográfico que va desde su tierna infancia hasta los años previos al funcionamiento comercial de Pulp. El libro se abre, por ejemplo, con un paquete de chicles del jurásico y un parche de la movida Northern Soul (que el artista vivió en sus últimos coletazos), pero pronto llega a un cuaderno cuadriculado en el que, curiosamente, perfiló a la perfección cómo quería que fuera y cómo fue finalmente su banda.
Desde el principio sorprende la claridad con la que Jarvis Cocker dio forma a Pulp con una serie de afiladísimos apuntes adolescentes que ya acotaban la estética del grupo con abrigos de lana, camisetas sin estampado, pantalones pitillo, botas puntiagudas y botines deportivos blancos. ¿Mágico misterio de Oráculo o determinado tesón de un cabeza cuadrada? No seas obstinado, porque nunca encontrarás la respuesta en estas páginas.
Los objetos del trastero van circulando por las páginas de «Buen Pop. Mal Pop. Un Inventario» en lo que Cocker performa como lo que siempre ha performado mejor: un juego de seducción en el que está continuamente acercándose y alejándose de ti, mostrándose accesible un momento pero inalcanzable el siguiente, haciéndote creer que te está dando las respuestas a tus preguntas cuando lo que en verdad está haciendo es abrir más preguntas. Porque, como afirma al principio del libro, «las cosas más importantes de la vida no siempre son evidentes de inmediato«, y alguien que solo te dé respuestas está destinado a aburrirte de forma supina.
Jarvis Cocker habla de cómo la libertad extrema propuesta por el punk influyó en la forma final de Pulp de forma tan decisiva como la música pop comercial. Y, a continuación, utiliza algún otro objeto como palanca para explicar aquella vez que buscó el término «masturbación» en el diccionario: «Se me informó de que significaba «abusar de uno mismo». Así que por un tiempo pensé que la masturbación significaba insultarte a ti mismo. Caminar por ahí gritándote «¡gilipollas!» o «¡imbécil!» o algo por el estilo«. Es decir, tan pronto habla de su arte como de su vida porque, al final, todo está entrelazado.
Afirma sin ningún tipo de pudor que todos los artistas odian hablar de su proceso creativo por temor a que eso pueda matarlo: «Muchos artistas son supersticiosos en cuanto a discutir su proceso creativo. Piensan que al hacerlo podrían ahuyentar a la musa. Tienen miedo de volverse creativamente impotentes«. Pero eso no impide que hable de conceptos que siempre le han acompañado como su mítico Hormigueo: «Algunos la llaman «escalofríos» (eso me hace pensar en «Grease«). Otra gente dice «carne de gallina» (eso yo lo asocio más con estar cagado de miedo). Pero todo significa lo mismo: experimentamos una reacción física ante la música. Para mí, es una sensación de hormigueo en la parte superior de los hombros y en la parte posterior del cuello«.
Jarvis Cocker pendula continuamente desde la intrascendencia del objeto cotidiano a la inevitabilidad de sentar cátedra con su visión de la música («El pop no tenía nada que ver con lo real, sino que confeccionaba una realidad mejorada«). Y, por el camino, arroja luz sobre unos años que, para muchos fans de Pulp, siempre han estado preñados de oscuridad: su éxito primerizo mientras estaba en el instituto (¡con John Peel como padrino!), su estancamiento posterior durante más de una década, su vida bohemia en espacios inhabitables, sus tácticas de autosabotaje (con caída de una ventana incluida)… Pero, sobre todo, la forma en la que, poquito a poco, como una araña tejiendo su red, va articulando a su alrededor la que será la formación definitiva de su banda.
Y una última cosa: Cocker hace todo lo aquí explicado poniendo especial mimo en una de las ediciones más preciosas que han caído nunca en mis manos. Tal cual. Imágenes a color, maquetaciones en homenaje a las publicaciones de los 80 y los 90, fotografías de promoción y fotografías del día a día… Una verdadera gozada de pop art (sí, pop art) que él mismo explica en la sección de agradecimientos: «Julian House fue el diseñador perfecto para este libro. Compartimos el amor por los experimentos editoriales de cierta época. Julian consiguió guiarse con esos puntos de referencia y producir un libro que es tanto placentero para la lectura como hermoso visualmente«.
Todo suma para seguir probando que, como he dicho al abrir esta reseña, Jarvis Cocker no es una persona normal. Y que, por lo tanto, su «Buen Pop. Mal Pop. Un Inventario» tampoco es una autobiografía normal… Porque, por si todavía no te has dado cuenta a estas alturas del texto, cuando digo que no es normal lo que estoy queriendo decir es que es, simple y llanamente, excepcional. [Más información en la web de Blackie Books y en el Instagram de Jarvis Cocker]