Esta Boiler Room de James Blake no solo es (casi) mejor que su nuevo disco, sino que ta cambia la percepción de «Playin Robots Into Heaven».
Recuerdo que, cuando empezaron a escucharse los primeros temas de «Playing Robots Into Heaven» (Republic, 2023), James Blake salió al paso ante la extrañeza de los fans avanzando que el álbum pretendía ser un regreso a sus orígenes. La extrañeza, por cierto, venía porque los primeros singles no fueron baladones nu-r&b rompecorazones, sino experimentos sonoros que apostaban por el ritmo («Big Hammer«) o por la atmósfera (la titular «Playing Robots Into Heaven«).
Y lo que no parecían (querer) recordar los fans es que, realmente, los inicios de James Blake fueron precisamente eso: un experimento que estrujó la música de baile tradicional y lo puso en contacto con la renovación del r&b. Pero el corazón, fundamentalmente, era la música de baile. Lo que ocurre es que «Playing Robots Into Heaven» tampoco ha acabado siendo un disco de baile, sino más bien una mesa de experimentación en la que, en una primera escucha, parece que Blake se ha puesto a jugar con más cabeza que corazón.
Eso no es malo per sé. Ni mucho menos. Pero aquí llega mi primera confesión: no he conectado a la primera con el nuevo disco de James Blake como, por ejemplo, sí que conecté con otros trabajos suyos como «Overgrown» (Polydor, 2013) o «Friends That Break Your Heart» (Republic, 2021). Y, vale, poco a poco voy entrando en él… Y, aunque a estas alturas ya sabrás que este lugar común es al que solemos recurrir todos cuando queremos que nos guste un disco más de lo que nos gusta en realidad, resulta que esta vez puede que sea una verdad como un templo.
Porque en los últimos días se ha publicado la Boiler Room que James Blake se marcó en Londres el pasado 16 de septiembre y esto (aquí va otro lugar común) lo cambia todo. Real. Porque resulta que, durante poco más de una hora, el artista se dedica a mezclar las canciones de «Playing Robots Into Heaven» con las de otros artistas que van desde Sizzla, Overmono & Joy Orbison, Mala y Zomby a pildorazos de diversión bailbale como el «Bills Bills Bills» de las Destiny’s Child. Y que, trenzadas en este nuevo contexto enfocado a la pista de baile, la cerebralidad del álbum de repente se hinche de emoción, corazón e incluso entrepierna.
Así que aquí va otra confesión a modo de cierre: a día de hoy, es probable que esté escuchando esta Boiler Room más que «Playing Robots Into Heaven«. Pero, de repente, cada vez que recalo en el nuevo disco de James Blake, lo entiendo y lo siento de forma diferente. Es como si el contacto con la sesión de dj haya enriquecido la percepción del trabajo del artista de estudio. Pero lo interesante, al final de todo, es que ese trabajo siempre estuvo ahí, latente, esperando a ser descubierto. ¿No resulta delicioso cuando la música se revela como una experiencia tan compleja y versátil? [Más información en la web de Boiler Room]