Esto no lo vamos a negar: el nuevo «It» ya se ha convertido en un clásico del cine… Pero ¿cómo ha ocurrido si la película no da miedo?
Ya hace un par de semanas que «It» está en cartelera y, mira, aunque no la hayas visto, resulta que sí que la has visto. Es el signo de los tiempos: es como intentar sortear los spoilers de «Juego de Tronos» más allá del día después del estreno de cada capítulo… ¡Imposible! No sé vosotros, pero yo cada día me pateo (virtualmente) todo un conjunto de redes sociales en las que no hay piedad con el spoiler: hay que comentar ciertas cosas, y hay que comentarlas ya. Entre esas redes sociales, por cierto, y a modo de apunte, incluyo 9gag porque, al final, mi mayor fuente de spoilers involuntarios a día de hoy son los memes y los gifs animados de ese adictivo lugar.
Pero a lo que iba: puede que estas redes sociales tengan su «contra», este que os digo de ser poco piadosos con aquel que no puede o no quiere ver las cosas inmerso en la vorágine de velocidades intergalácticas en la que vivimos inmersos… Pero también tiene un «pro» muy tremendo, y es que resulta francamente fácil detectar qué películas o series (o libros o videojuegos 0 discos) van a pasar la historia. Es como cuando eras pequeños y sabías que, si hacía dos semanas que no se hablaba de otra cosa en el recreo de tu colegio, te encontrabas ante algo importante, algo que no podías obviar.
Y queda claro que lo de «It» está siendo un fenómeno como hacía mucho tiempo que no veíamos. Con tan solo dos semanas en cartelera, el film de Andy Muschietti tuvo el honor de pasar por delante de «El Exorcista» para erigirse como el estreno de terror no apto para todos los públicos más taquillero de la historia de EEUU con un monto de casi 240 millones de dólares. Y eso solo en EEUU, porque en el resto del mundo «It» sigue acumulando taquillas que son cosa seria… Por si eso no te ha impresionado, resulta que a escasas semanas de su estreno, ya está aseguradísimo que habrá una secuela. Y eso, amigos, no es algo que ocurra todos los días.
Pero repito: lo más impactante no está siendo ni la taquilla ni la secuela… Sino el fenómeno que está causando a nivel generalizado. Más allá de las redes sociales virtuales y sus toneladas de tuits y gifs y memes y vídeos ingeniosos, «¿has visto «It«?» se ha convertido probablemente en una de las preguntas más en boga entre círculos de amigos en las últimas semanas. Y eso es bien. Ya se echaba de menos, la verdad. Porque en televisión tenemos «Juego de Tronos» como serie de la que resulta obligado hablar entre colegas sí o sí, pero ¿cuánto hacía que no ocurría algo parecido con una película?
Mi gran cuestión a este respecto, sin embargo, es bastante simple: ¿cómo puede ser que «It» se haya convertido en un clásico inmediato… cuando resulta que no da miedo ni nada de eso? Es una pregunta, perdonadme, bastante efectista. Lo reconozco: me han podido mis ansias a la hora de buscar el titular / anzuelo pluscuamperfecto. Pero quedaos conmigo, en serio, porque de esa pregunta pueden salir reflexiones interesantes. Al fin y al cabo, partamos de la base de que el terror es algo que se experimenta de forma íntima y personal. Y yo, a ese respecto, soy un verdadero tarado. Será que sobre los 8 años viví una alta fiebre por el cine de terror que me dejó totalmente roto por dentro, pero desde entonces nunca he sentido miedo de verdad en una sala de cine.
Pero ese es mi caso. Lo reconozco. Seguro que no es el tuyo. Segurísimo que no es el de toda esa legión de fans que ya arrastra la película… Por algo será. Y ese «algo» resulta sencillo y a la ve escurridizo a la hora de intentar localizarlo y definirlo. Para empezar, «It» supone algo así como la revancha del celuloide al respecto de que la televisión, o más bien dicho «Stranger Things» en específico (serie que, por cierto, comparte un protagonista con la cinta que nos ocupa: el aquí francamente tronchante Finn Wolfhard), le haya robado al cine la herencia de aquellas películas ochenteras protagonizadas por un grupo de niños que se meten en aventuras fantasiosas con un toque de intriga, a veces de horror.
Resulta cansino (pero voy a hacerlo) repetir que «Stranger Things» bebe como si no hubiera un mañana de «E.T.«, «Cuenta Conmigo» y «Los Goonies«… Pero, un momento, ¿por qué no advertimos los enormes parecidos de la serie de los hermanos Duffer con el «It» original de Stephen King? A ver, en ambas historias tenemos a un grupo de chicos que descubren que en su pueblo hay una especie de ser malvado que habita las alcantarillas en este caso, una dimensión paralela en «Stranger Things«. En ambas ficciones, la acción arranca con la desaparición de un niño. Y en ambas ficciones los críos asumen la responsabilidad de acabar con ese monstruo porque los adultos parecen incapaces de hacerlo.
Vale, permitidme otra ida de olla que trence cine y televisión a este respecto: ¿voy a ser lapidado si interconecto «It» con «Twin Peaks«? ¿Hola? ¿No estamos hablando de un pueblo en el que anida un mal (ancestral en el caso de «It«, creado por la bomba atómica en «Twin Peaks«) que toma diferentes formas (Pennywise y muchos otros aquí, Bob y muchos otros allá) para «alimentarse» de los habitantes del lugar? Vale, en la ficción televisiva de David Lynch y Mark Frost no hay grupo de niños salvadores… Pero, bueno, ya me entendéis.
Lo que estaba diciendo es que «It» supone una revancha, un devolverle al cine lo que es del cine: la herencia de aquellas feel good movies ochenteras que, ojo, el mismo J.J. Abrams ya empezó a recuperar con su «Super 8» en el lejano año 2011. El film de Muschietti consigue formalizar esa revancha por la vía más poderosa: la revisión de un mito para ponerlo en el aquí y ahora manteniendo su estatus de icono. Me refiero, evidentemente, a Pennywise. Y mira que el nuevo payaso interpretado por Bill Skarsgård lo tenía difícil para escapar de la alargadísima sombra del Pennywise interpretado por Tim Curry en la mítica mini serie de los años 90.
Pero lo consigue: ya desde su primera escena, la reinterpretación de la archiconocida secuencia de la alcantarilla, queda claro que estamos ante el mismo Pennywise pero en una versión adaptada al espíritu hardcore de los nuevos tiempos. En este caso hay sangre y un brazo amputado, una declaración de intenciones muy interesante por parte de Muschietti a la hora de marcar el imaginario de su película en general y de su Pennywise en concreto. El de Curry era un payaso de verdad con un toque psycho y sobrenatural. El de Skarsgård es un ser sobrenatural y malrollero que no tiene un toque psycho, sino que es un jodido psycho al completo.
La cuestión es que, por suerte para «It«, la película no se sustenta exclusivamente en Pennywise: se sustenta más bien en la fascinante y mágica dinámica entre los niños protagonistas, en el hecho de que el mundo adulto es incluso más perturbador que las alcantarillas de este pueblo maldito, en lo fácil que resulta identificarse con el Club de los Perdedores… Y, sobre todo, en un ritmo vertiginoso que no te deja respirar y en el que Muschietti se permite servir escenas con alma puramente icónica una detrás de otra. Un homenaje a los clásicos del cine de terror ochentero en su variante «niños que se meten en un fregao que acaba en baño de sangre» a la vez que un empujar los límites de la tolerancia al horror por parte del espectador mediante escenas bellas pero escalofriantes.
Mi preferida es la imagen de Pennywise saludando a los niños usando un brazo sangrante que sostiene y agita en su mano. Pero cada uno tendrá la suya. Al fin y al cabo, por eso se ha convertido «It» en un clásico inmediato: porque a una película no el hace falta ser terrorífica para triunfar… cuando ya es puramente icónica. [Más información en el Facebook de «It»]