«Mil Mamíferos Ciegos» es un libro que te engancha como un anzuelo a un pez: por las agallas… Por eso mismo entrevistamos a su autora Isabel González.
«Mil Mamíferos Ciegos» no es un libro que se lea… es un libro que se vive, que se experimenta, que incluso se sufre porque, al fin y al cabo, sus personajes están marcados por diferentes tipos de sufrimiento. En el seno del libro de Isabel González hay tres personajes, pero no son un triángulo amoroso. O, por lo menos, no son un triángulo amoroso al uso. Son un triángulo amoroso a destiempo. Todos callan más que hablan, pero la escritora sabe cómo abrir en canal el pecho de sus personajes y lanzar contra el lector toda una maraña de vísceras en las que es imposible ocultar nada.
Habrá lectores que saldrán corriendo. Habrá lectores que se quedarán y que incluso abrazarán las vísceras. ¿Qué tipo de lector eres tú? No me malinterpretes: no estoy diciendo que «Mil Mamíferos Ciegos» sea un libro gore, ni mucho menos. Podríamos decir que es un libro «emocionalmente gore», porque rara vez vas a leer una novela con unas emociones tan explosivas como las aquí contenidas. Con un lenguaje que no quiere ser descriptivo ni quiere hacer avanzar la rueda de la narración: quiere engancharte como un anzuelo engancha a un pez, por las entrañas. Y a fe que lo consigue.
La única forma de saber si «Mil Mamíferos Ciegos» te enganchará o hará que huyas despavorido es poniéndote en manos de Isabel González… Por suerte, puedes hacerlo con el precioso tomo del libro que acaba de publicar Dos Bigotes. Yo, por mi parte, hacia mitad de la novela ya sabía que quería ponerme en las manos de su autora. Pero, mira, beneficios de ser periodista: lo único que tuve que hacer es pedírselo a la editorial, y a continuación puedes leer el resultado de nuestra conversación.
Tu biografía incluida en la solapa de “Mil Mamíferos Ciegos” se abre con la frase “Creció en una gasolinera”. Y, mira, esto me parece demasiado interesante como para reducirlo a una frase… Así que, oye, ¿cómo crece una en una gasolinera exactamente? Se crece sin saberlo. Ni te lo planteas. Tu casa es tu casa sea una gasolinera, un palacio, una caja de cerillas o lo que sea. Es al cabo del tiempo cuando te das cuenta y piensas: mi casa era un poco rara, ¿no? En mi casa había surtidores y bidones de gasolina y señores que entraban y salían con un cigarro en la boca y revistas porno bajo las cajas de refrescos y muchos gatos y muchos tractores y un sol muy rojo y redondo que bajaba en verano mientras saltábamos a la comba. Estábamos a medio camino entre el pueblo y el campo. En esa frontera. Entre lo civilizado y lo salvaje.
Tu biografía también indica que eres una escritora autodidacta… ¿Cómo fue tu proceso de aprendizaje? Más que autodidacta, quizá hay que decir desconfiada y curiosa. Que aprender a escribir solo sirve si corres por el camino hasta el final donde vuelve a no haber camino. No hay más recorrido que el deseo y la libertad y buscar a tu gente. A la gente que sufre y disfruta como tú en sus obras. No en su vida. La vida de los autores da igual. Y encontrar a tu gente ya es una tarea bastante difícil. Cuando des con alguien que te apasiona, cómetelo e intégralo así en lo que haces. De una forma casi inconsciente. No necesariamente han de ser escritores. También quiero decir que al final de los caminos, suelo encontrarme a menudo con mujeres. Es normal. Las mujeres creativas estuvieron siempre por los márgenes o al final, por ahí andaban. Se aprende de lo conocido, pero más de lo desconocido.
¿Cuesta mucho acceder al mundo editorial cuando eres autodidacta? Lo único que merece la pena del mundo editorial es acceder a él de forma sincera y honesta. Haciendo lo que quieres y sin trampas. Solo entonces puedes intuir que lo que haces tiene algún valor. Pero claro que es más difícil.
¿Cómo fue tu entrada en ese mismo mundo editorial? Presenté mi primer libro de cuentos, «Casi Tan Salvaje«, a varias editoriales y Páginas de Espuma me dijo que sí bastante rápido.
Ya centrándonos en “Mil Mamíferos Ciegos”… Para empezar: la superficie. Tu libro asume ciertos riesgos formales: páginas en negro con el texto en blanco, pasajes del texto en color azul… ¿Cuál es tu intención con estas decisiones estéticas? O, dicho de otro modo, ¿cómo te gustaría que fuera el impacto en el lector al toparse con estas maravillas fuera de la norma literaria? En el mundo real hay colores y formas. Y en el mundo virtual lo mismo y, además, en dos dimensiones, como en las hojas de papel. Estamos muy acostumbradas a procesar colores, imágenes y texto. Es normal esta integración, esta relación que no se suele tener en cuenta en los libros y que crea un entorno particular de lectura. Estructuras dentro de estructuras que obligan al lector a detenerse y por lo tanto a reflexionar y por lo tanto a lograr una experiencia de lectura dentro de la lectura. Me gusta el acceso plástico además del intelectual. Una máxima del escritor y artista Ulises Carrión que proclamó la obsolescencia de los libros es: “Querido lector, no lea”. Sí, es una boutade, pero tiene su aquel. Yo diría: “Querido lector, no solo lea. Viva una experiencia”. Parece el anuncio de una montaña rusa.
Por curiosidad: ¿te costó mucho convencer a la buena gente de Dos Bigotes para que te permitieran llevar a cabo estas virguerías visuales? Me costó cero. Gonzalo y Alberto son dos editores con los que he tenido una sintonía brutal desde el comienzo. Además, consideran el libro en su contenido y en su continente. Que el café sea el mejor café y que la taza sea la mejor taza. Lo que llamas ‘virguerías’ visuales son en realidad la taza exacta que ese café exigía. Y eso les ha supuesto más trabajo y más dedicación, claro. Lo cual se lo agradezco. También hay que nombrar a Raúl Lázaro, el autor de la delicada e hipnótica portada. Un libro, lo queramos o no, es un objeto. El mejor objeto del mundo. Capaz de contener y de hacernos accesible la sabiduría de siglos. La escrita, claro. No hay que renderizarlo ni actualizarlo ni enchufarlo. Cuidémoslo.
Si más arriba te he preguntado por el impacto que quieres generar en el lector es precisamente porque creo que así opera “Mil Mamíferos Ciegos”: a un nivel poderosamente emocional, casi de shock. Tu forma de abordar la historia concede una importancia extrema a las emociones no solo de los personajes, sino sobre todo a las emociones que siente quien lee mientras lee. ¿Estoy cagándola estrepitosamente con esta apreciación? Ja, ja, ja. Si la estás cagando te lo agradezco porque supone que has interiorizado la historia, que la has digerido y que la has hecho tuya. Me halagaría que la cagues. Ahora en serio. Has dado en el clavo. Ese es el flujo. Un ir y venir constante entre lo que se cuenta y la emoción del lector. Poner en entredicho sus asideros, disolverle el suelo, decir lo que no se dice, la palabra herida.
De hecho, ese impacto en lo gráfico y en lo emocional también tiene una traducción al estilo de “Mil Mamíferos Ciegos”: tu forma de narrar no es muy habitual, está repleta de dulces meandros lingüísticos que apartan la atención de lo que ocurre para centrar esa misma atención, de nuevo, en las emociones. Tu voz narrativa me parece muy valiente… Por eso tengo que preguntarte: ¿cuándo y cómo decidiste que tu voz narrativa no se parecería para nada a la de, pongamos, los best sellers al uso? Dulces y menos dulces. Es una voz que tiende a lo lírico. Al inconsciente. ¿De verdad que pensamos de forma lineal? ¿No se trata más bien de una marabunta de emociones, razonamientos, deseos y frustraciones de la que vamos extrayendo primeros planos? ¿No tenemos todavía la memoria de la prehistoria? ¿No se trata menudo de engañarnos para poder seguir en pie? Tenemos que crearnos una fantasía, buen remedio. Pero en los libros no quiero engañarme. No quiero engañar. No es un código de comportamiento. Es la parte oculta, el abismo sobre el que construimos nuestros puentes tan frágiles. La voz pone en contacto estos dos mundos. El oculto y el expuesto.
¿No te da miedo que esa voz narrativa única sea considerada “difícil” por determinados lectores? No. Los lectores no son tontos. Las personas no son tontas. Todos sabemos con qué nos las estamos jugando a cada rato. La fragilidad de estar vivo. Y unos quieren o pueden verlo más y otros no. Quizá somos más o menos valientes o nos encontramos en determinadas circunstancias. Quien quiera verlo se acercará y sabrá bien de qué va la cosa.
De hecho, incluso a la hora de abordar el argumento sigues tomando decisiones arriesgadas que pueden parecer poco verosímiles (el beso de los cazadores o la maestría de los pies de Eva a la hora de darle placer a Santi, por ejemplo), pero que sirven a un propósito mayor. ¿Crees que habrá lectores que se pierdan ese propósito y se queden con lo inverosímil? Este libro está basado en hechos reales y perturbado por hechos aún más reales todavía. Si hasta dejé cosas fuera porque pensé: esto va a parecer demasiado. La realidad siempre, siempre, siempre supera a la ficción. Solo que la ficción nos permite exponernos y andar libres por ella porque ahí no tienes que protegerte, no puedes morir, el arte nos permite asistir desnudos y puros al espectáculo real de nuestra vida. La verdad pragmática es solo una parte de la verdad y por lo tanto una mentira. Venga, en serio, nadie se cree que un fragmento tan pequeño se instaure como categoría de la verdad. Qué ridículo. ¡Y qué necesario para no volvernos locos! Solo lo exagerado, lo excéntrico, lo inverosímil se acerca a la verdad.
“Mil Mamíferos Ciegos” me parece súper pertinente en la actualidad con todo el neoruralismo que estamos viviendo e incluso con la recuperación de figuras claves como Thoreau. ¿Hay cierta reivindicación neoruralista en tu libro? Me temo que no. No hay reivindicación de nada rural sino más bien de antes de lo rural, de antes del pueblo, de algo nómada quizá. De hecho, Yago viaja a través del bosque durante toda la novela. Somos barro y dioses o algo así. Pertenecemos a lo primitivo, a lo místico, a la naturaleza. Si hasta la religión dice que somos polvo y que Dios vive dentro de cada uno de nosotros. Cómo no vamos a ser barro si estamos en este planeta. Y somos jabalíes y montañas y fuego y suciedad y prados cursis con amapolas. Pero también soñamos y también inventamos. Pertenecemos a la Tierra y también nos sentimos extraños en la Tierra.
También me parece un libro que aborda de forma muy natural el hecho de que las parafilias sexuales están a la orden del día. ¿Te parecía arriesgado incluir una parafilia como la que tiene Santi con los pies de Eva? La sexualidad siempre escandaliza más que la muerte. Pero, ojo, tengo mis dudas a la hora de despojar al sexo de su misterio para convertirlo casi en un servicio sanitario. Follar es bueno para la salud, es bueno para el riego sanguíneo, es bueno para que no se te caiga el pelo. No sé. Me da que pierde parte de su encanto. Mejor que siga pareciendo arriesgado, misterioso ¿no?
Vale, hasta aquí yo me he hecho mis pajas pensando en el impacto que “Mil Mamíferos Ciegos” pretende infligir sobre el lector… Pero tengo que preguntártelo: ¿cuál es la huella que te encantaría dejar sobre el lector una vez cierre el libro después de su punto y final? Me gustaría imprimir la huella de la fragilidad y la fuerza. De esa paradoja. De esa combinación que necesitamos para sentirnos vivos y para seguir vivos. A menudo son términos opuestos. La gente dice: buceo con tiburones para sentirme vivo. Ya ves. Arriesga su vida para sentirse vivo. Me hace gracia que uses el verbo infligir que es hacer daño. Me ha recordado a Jack Nicholson contestando a Tom Cruise en «Algunos Hombres Buenos«.
—¡Quiero la verdad! —grita Tom Cruise.
—¡Tú no puedes encajar la verdad! —contesta Jack Nicholson.
Y, para acabar, la pregunta de siempre sin ningún tipo de originalidad: ¿qué es lo próximo en la carrera de Isabel González? Uf. El preguntón. Ando con varias cosas. Una novela de ciencia ficción y cuentos y libretas. Pero ahora lo que me tiene más ocupada es una exposición de ensamblajes que saldrá a principios del año que viene. A veces escribo y a veces recojo basura. [Más información en la web de la editorial Dos Bigotes]