«Irma Vep» ha sido señalada como una de las grandes series del año… Y este análisis ofrece tres claves para entender por qué es una ficción revolucionaria.
Irma Vep es el nombre de la protagonista de «Les Vampires«, el mítico folletín de Louis Feuillade sobre las andanzas de una banda de delincuentes llamados precisamente así, Les Vampires. A su vez, Irma Vep es un anagrama de Vampire, algo que juega un papel importante en la trama de una de las primeras ficciones seriadas audiovisuales de la historia.
Mira Harberg es el nombre de la protagonista de «Irma Vep«, la serie que Olivier Assayas ha dirigido para HBO Max en la que retrata el proceso de rodaje de un remake de «Les Vampires» en formato serie de televisión. A su vez, Mira es un anagrama de Irma… Y esto resulta para nada casual en una ficción que explora precisamente eso: cómo la materia se reordena y se transforma pero nunca se destruye en el seno de arte audiovisual.
¿Es esta una forma arriesgada de abordar una ficción que para muchos era nada más (y nada menos) que «la serie en la que Assayas vuelve a repetir lo que ya hizo en una película titulada exactamente igual» y para muchos otros «la serie en la que Alicia Vikander explora una relación lésbica«? Algunos pensarán que sí. Pero lo cierto es que esta «película en 8 episodios«, como se define a sí misma en algún punto, es tantas cosas a la vez que puede abrumar en su visionado.
El mero hecho de tratarse de una serie que no es un remake ni un reset ni un re-nada, sino que dialoga directamente tanto con la serie de Feuillade como con la propia película del mismo Assayas, la convierte en un artefacto desafiante, excitante y, por qué no, incluso peligroso. Un artefacto que este artículo va a tratar de desmontar a través de tres claves que ayuden a entender todo lo que «Irma Vep» ofrece. Que es mucho. Y complejo.
Películas y series
Empecemos por el principio: «Les Vampires«, realizada entre los años 1915 y 1916, fue una de las primeras ficciones seriadas de la historia, pero no la primera. Previamente, el mismo Feuillade había dirigido con gran éxito «Fantômas» (1914) en Francia mientras en Estados Unidos se estrenaba «The Perils of Pauline» (1914), producida por el mismísimo William Randolph Hearst y protagonizada por la que se consideró la primera heroína de los seriales yankis: Pearl White.
Bien es sabido que, antes que cineasta, Olivier Assayas fue crítico en la que revista que definió la teoría de los autores en el cine moderno: Cahiers du Cinema. Esto ha implicado que, más que comúnmente, muchas de las ficciones de Assayas se analicen en una clave intelectual elevadísima, siempre rastreando la teoría cinematográfica en los pliegues de sus películas (y, ahora, series).
Pero eso no es todo: la tesis doctoral de Assayas versaba directamente sobre el folletín o ficción seriada, por lo que hay que intuir que este es un concepto que le obsesiona desde hace décadas. Esta fijación explicaría, por lo tanto, que en el año 1996 dirigiera su primera «Irma Vep«, una película en la que un director excéntrico llamado René Vidal (interpretado por el icónico Jean-Pierre Léaud), un autor en horas bajas, dirige un remake cinematográfico de «Les Vampires» en el que Irma Vep está interpretada por Maggie Cheung, actriz que en aquellos años se había convertido en tótem absoluto de la obsesión cahierista de la mirada de occidente hacia el estimulante cine oriental.
Así llegamos a «Irma Vep«, la serie. Lo interesante aquí es que la ficción seriada de Assayas opta por no obviar la existencia ni del folletín de Feuillade ni de la película interpretada por Cheung. Por el contrario, dialoga abiertamente con ambas y las introduce en la misma trama para que formen parte activa de la construcción del nuevo relato. Esto, en el mundo hollywoodiense de los remakes y los resets, resulta totalmente impensable, ya que todos estos nuevos formatos implican un doble movimiento: pisar la ficción anterior y borrar su recuerdo para empezar a escribir desde cero. Un verdadero palimpsesto audiovisual.
Desde el primer episodio de «Irma Vep«, sin embargo, «Les Vampires» está mucho más que presente. Recién llegada al rodaje (y a París), Mira presta atención a todas las personas que, a su alrededor, le explican por qué fue tan importante el folletín de Feuillade. Ya sea René Vidal (aquí interpretado por Vincent Macaigne en una composición que parece más cercana a la voluntad autobiográfica de Assayas que el desbarre actoral de Léaud), la jefa de vestuario (una inmensa Jeanne Balibar que recoge el testigo de la Zoe de la película precedente) o cualquier otro miembro de la crew, todos quieren conseguir que Mira entre en contacto con «Les Vampires«.
En verdad, Assayas quiere que tú, el espectador, entre en contacto con «Les Vampires». De esta forma, el director y la crew no solo están explicándole el folletín a Mira, sino que te lo están explicando a ti para que vayas entrando paulatinamente en la acción… Un ejercicio inteligentísimo y sublime por parte de Assayas que, a su vez, sienta las bases para el debate (o, mejor dicho, los múltiples debates) que va a levantar en su serie: ¿qué es una película? ¿Qué es una serie? ¿Qué es un folletín? ¿Qué es un remake? ¿Qué es cine?
En la película de 1996 ya abundaban los diálogos entre el director, la actriz y la crew sobre esto mismo. Y es normal: finales del siglo XX fue el momento en el que empezó a despuntar la técnica (¿o más bien la práctica comercial?) del remake, así que es normal que el Vidal de entonces se preguntará cuál era el sentido de rehacer algo que ya se había hecho con anterioridad a la perfección. Obviamente, no llegaba a ninguna conclusión, porque Assayas sabe perfectamente que el mejor cine nunca ofrece respuestas, sino que planta las preguntas en la cabeza del espectador.
1996 también era el momento en el que un nuevo cine de autor estaba sacudiendo el mundo del cine mundial gracias a la ruptura con el imperialismo industrial hollywoodiense, cada vez puesto en duda con mayor intensidad; y también gracias a la apertura de la mirada cinéfila hacia nuevos horizontes de Oriente y Oriente Medio. Todo ello estaba presente en aquella «Irma Vep» que tomaba las formas del cine indie del momento (cámara al hombro, largos planos secuencia, caos aparente, imagen granulada…) y lo emparejaba con la libertad creativa de Feuillade.
«Irma Vep«, la serie, es totalmente deudora del año 2022 en el que se ha estrenado. Aquí y ahora, vivimos en primera persona varios debates que llegan hasta la ficción de Assayas. La pertinencia de rehacer lo que ya se hizo perfectamente sigue poblando muchos de los diálogos, pero con una resignificación que ahora ya no solo aborda el remake como síntoma de agotamiento creativo en el audiovisual del siglo 21, sino que retrata frontalmente el hecho de que las series le han ganado la partida al cine por mucho que es un producto que demanda mucha menos atención por parte del espectador y que es conducido totalmente por despachos y (aquí viene la novedad) algoritmos.
La gran novedad en este debate viene, ¡sorpresa!, del cine de superhéroes. Mira se resiste a participar en una peli de superhéroes y, a su vez, el director que substituirá a René viene precisamente de este tipo de producción cinematográfica de grandes presupuestos que se van en efectos especiales. Parece que el mismo Assayas recoja el guante de todos aquellos que se han preguntado en los últimos tiempos si el Universo Cinematográfico de Marvel es un nuevo tipo de ficción seriada en la que diferentes unidades (películas y series) conforman una narración superior.
Las preguntas se repiten: ¿qué es una película? ¿Qué es una serie? ¿Qué es un folletín? ¿Qué es un remake? ¿Qué es cine? Y yo me repito: Olivier Assayas sabe que la mejor ficción es la que plantea preguntas y no la que ofrece respuestas. Y así es precisamente «Irma Vep«.
Directores y actrices
El primer impulso pasa directamente por considerar a Mira Harberg como protagonista absoluta de «Irma Vep«. Y, al fin y al cabo, es normal: el hecho de que, en el primer capítulo, ella sea la recién llegada a la que todo el mundo le explica lo que está pasando hace que, inmediatamente, el espectador se identifique con ella y, por lo tanto, la distinga como la protagonista absoluta.
A la vez, la experiencia de Mira es lo que da sentido a «Irma Vep«. Asistimos a un verdadero viaje interior en el que una actriz aclamada mundialmente (la quieren para el cine de superhéroes y su participación en esta serie es una forma de tenerla contenta para que haga un super campañón de publicidad para un perfume, que es donde verdaderamente está el dinero) retoma el contacto con el arte de la actuación gracias al espíritu de Musidora, la Irma Vep original.
Esto ya pasaba en la «Irma Vep» de 1996 cuando, tras una conversación con René Vidal, Maggie Cheung se enfundaba su traje de Irma Vep (entonces, una versión hooker del uniforme leather de la Catwoman de Michelle Pfeiffer) y conectaba con el personaje deambulando por los pasillos y habitaciones de su hotel. La «Irma Vep» de 2022 va un poco más allá: Alicia Vikander vive el mismo proceso, pero lo hace de forma totalmente mágica. En los últimos capítulos de la serie, enfundada en su traje en homenaje al original de Paul Poiret (una fantasía aterciopelada con tacones plateados), incluso atraviesa paredes en un conjunto de escenas de una belleza realmente descomunal.
Es una forma de metaforizar la magia del cine en general y del oficio de actriz en concreto. Al final de todo, René le recuerda a Mira que Irma Vep no es un personaje, sino un espectro que se apodera de los espíritus creativos que la necesitan para inspirarles, empoderarles y recordarles su amor por el cine como luz, nunca como oscuridad. Irma Vep empodera a una Mira que empieza la serie a la deriva, tocada y hundida por una relación amorosa tóxica, pero que acaba el último capítulo volando libre tanto como persona como actriz.
Ahora bien, por mucho que Mira sea la protagonista incontestable, hay que reconocer que el personaje de René Vidal resulta igulmente fascinante. Estamos hablando de un juego de espejos realmente complejo: este René Vidal es el mismo que interpretaba Jean-Pierre Léaud, por mucho que Vincent Macaigne sea mucho más joven que aquel. Y, a su vez, obviamente es Olivier Assayas, por lo que se infiere en todas las reflexiones en torno al concepto de folletín, a la práctica del remake, a la lucha contra el formato serie (algo que el director arrastra desde la excepcional «Carlos«, que fue una serie por mucho que él la concibiera como una película en tres partes) y al amor por el cine como un hechizo creativo siempre misterioso, siempre irresoluble, siempre ineludible.
El juego de espejos entre René Vidal y Olivier Assayas se evidencia de forma directa cuando aparece en escena el fantasma de Jade Lee. O lo que es lo mismo: el fantasma de una Maggie Cheung totalmente retirada del cine y que también ha desaparecido por completo de la vida de Assayas después de un divorcio que se intuye doloroso y traumático (por mucho que nunca se plantee frontalmente). Jade / Maggie aparece en forma de espectro para hablar primero con René (y convencerle de que siga rodando la serie) y luego con Mira (y convencerle de que convenza a René de que siga rondando la serie).
De esta forma, «Irma Vep» se transforma en una serie sobre fantasmagorías de la misma forma en la que la historia del cine es una historia de fantasmas. Desde el nacimiento de esta forma de arte, los fantasmas han ido ligados a un arte que la ciencia ha conseguido explicar pero que muchos siguen concibiendo como algo puramente mágico. «El cine es un portal a una especie de mundo espiritual. Es una especie de mundo espiritual al que ya no tenemos acceso«, conversan René y Mira en el capítulo final. Y añaden (lo dejo en inglés porque me parece que tiene más fuerza): «Movies detach us from the material world«. Amén.
«Irma Vep» y los espejos
Los espejos han sido, son y serán una de las grandes obsesiones del arte audiovisual. Y no es casual que estén presentes desde el minuto uno en «Irma Vep» como una forma de enseñar en plano lo que está fuera de plano (sobre todo en la «Irma Vep» que está rodando René Vidal), sino más bien como una forma de subrayar el hecho de que, más que una ficción, nos encontramos ante un juego de espejos.
Ya hemos visto varios. «Irma Vep» (2022) se espeja sobre «Irma Vep» (1996) que a su vez se espeja sobre «Les Vampires» (1914). Mira Harberg se espeja sobre Maggie Cheung que se espeja sobre Irma Vep de la misma forma que Alicia Vikander se espeja sobre Maggie que se espeja sobre Musidora. René Vidal (2022) se espeja sobre René Vidal (1996) que se espeja sobre Louis Feuillade, mientras Olivier Assayas se espeja sobre todos ellos. La Zoe de Jeanne Balibar se espeja sobre la Zoe de Nathalie Richard. El diálogo es infinito y el director se asegura de dejarlo abierto, de dejar claro que no ha acabado ni acabará nunca.
Este sería el diálogo entre directores y actrices. Pero, a su vez, el diálogo sobre el formato (¿peli? ¿serie? ¿remake?) toma forma en el juego de espejos que se establece entre la serie que tú estás viendo (lejos del cine indie de los 90 y con factura de gran producción televisiva, a la altura de la productora A24 y avalada por grandes nombres como Thurston Moore en la banda sonora o Nicolas Ghesquière en el vestuario), la serie que está rodando Vidal (que ya no es muda como la de 1996, pero que, en vez de ocupar toda la pantalla, opta por un formato 16:9 más propio del cine y por un viraje de color que envejece la imagen) y las imágenes de «Les Vampires» (mostradas directamente). Hay un momento en el que todo esto incluso dialoga con imágenes de Kenneth Anger, ya que la directora suplente (también asistente de Mira) añade esta referencia a la pócima que se está cocinando.
Todo se complica más todavía cuando, en un delicioso retruécano formal, Assayas empieza a inyectar en la narración todo un conjunto de recreaciones históricas del rodaje del folletín original en las que los actores de la serie encarnan a las personas reales de 1914. Macaigne interpreta a Feuillade aunque en verdad lo percibimos como que Vidal interpreta a Feuillade; de la misma manera en la que Vikander interpreta a Musidora aunque en verdad lo percibimos como que Mira interpreta a Musidora.
Si algo tiene una herramienta tan deliciosa como el mise en abyme es precisamente que su juego de espejos puede no acabar nunca. Y eso ocurre en esta «Irma Vep» que contiene tantas capas de significado como para multiplicar su espejismo fantasmagórico hasta el infinito. Pero, ojo, porque esta es solo una posible lectura de la serie… La más compleja, eso sí. Pero hay que reconocer que la serie de Assayas es igualmente disfrutable si se lee como un meta-relato sobre el arte del audiovisual, con todos los intríngulis divertidísimos de las entrañas de un rodaje.
Y, sobre todo, si se lee como el tratado de paz que el mismo director dirige hacia Maggie Cheung y hacia sí mismo. Como una forma de cerrar una historia de amor y desamor que se sublima con el pensamiento final de Vidal hacia un personaje que ha aparecido siempre en off: su mujer. «Las películas siempre me llevan lejos… pero el amor siempre me lleva a ti«, piensa Vidal al final de «Irma Vep«. Y, aunque entonces René vuelve con su esposa y el espectro de Irma Vep vuela libre por los tejados de París con la Torre Eiffel en el fondo, el espectador sabe que esto no es un punto y final. Porque el diálogo sigue y seguirá por siempre jamás. Al fin y al cabo, los fantasmas nunca mueren. [Más información en la web de HBO Max]