«Intrusos», el nuevo libro de relatos gráficos de Adrian Tomine, vuelve a estar plagado de personajes marcados por la derrota y la mediocridad.
Supongo que habrá quien critique a Adrian Tomine por ser precisamente algo así como el perfecto punto intermedio entre Daniel Clowes y Chris Ware. Al fin y al cabo, estar justo en el centro de dos imaginarios tan poderosos significa, a su vez, estar entre dos tierras, entre dos aguas, sin acabar de caer del lado de la genialidad de ninguna de las dos. No se puede negar que Tomine es una especie de Ware sin la voluntad de hiper-complejizar la forma externa e interna del relato gráfico, de la misma forma que se podría afirmar que también es algo así como un Clowes sin su capacidad finísima para llevar hasta la epidermis ese punto weird que todos solemos esconder muchas capas más abajo en nuestra piel.
A su vez, incluso el formato de Adrian Tomine se aleja de los grandes gestos de Ware y Clowes: el autor suele huir de las novelas-río tipo «Jimmy Corrigan«, en las que se aborda la totalidad de una vida; pero tampoco es muy amigo de las novelas gráficas de duración moderada con una historia cerrada que se circunscriba al modelo grecorromano de narratividad (ya sabes: presentación, nudo y desenlace). Por el contrario, Tomine es un orfebre del formato historieta corta… Y eso, al fin y al cabo, habla alto y claro de cómo concibe este autor su propio arte.
Lejos de árboles genealógicos del dolor emocional o de rarezas sentimentales, las historias de Tomine lo único que pretenden captar es la grandeza del fracaso en la vida cotidiana moderna. Y hacer tal cosa recurriendo a grandes cantares de gesta envueltos en pompa y artificio sería, cuando menos, algo incohorente. Al fin y al cabo, cuando más duele sentir nuestra propia mediocridad es cuando la vemos reflejada en ficciones como las de «Intrusos«, el nuevo compendio de relatos cortos de Adrian Tomine publicado en nuestro país por la editorial Sapristi.
No conozco a absolutamente nadie que haya sido capaz de leer a este autor sin ver cómo, al final, su corazón acababa roto por alguno de sus relatos.
Constan en el tomo un total de seis historias que nunca levantan el vuelo por encima del nivel del suelo… Ni lo pretenden. Lo que pretenden es más bien ser pildorazos de una realidad que duele por lo que tiene de reconocible derrota y mediocridad. Los personajes de Tomine pueden luchar para conseguir su sueño hasta sucumbir no sólo ante sus propias limitaciones, sino también asumir el ridículo bochornoso que han hecho y el desperdicio de tiempo vital en el que han incurrido. Pueden creer que su vida ha fracasado porque se parecen a una actriz porno… hasta que tienen que aceptar que ese parecido no es algo más que anecdótico e intrascendente. Pueden espiar los fantasmas de su vida pasada convirtiéndose en stalkers de una casa en la que fueron más felices pero que ahora es habitada por otras personas. Los personajes de Tomine pueden hacer cosas que harías tú mismo.
Pero, si hay dos relatos en «Intrusos» que sinteticen el espíritu ajado con el que Tomine aborda sus historias, esas son «Vamos, Búhos» y «Triunfo y Tragedia«. En la primera, dos almas en pena tocadas por el alcoholismo se encuentran en lo que ambos saben «la mejor vida posible», muy lejos de la perfección, con sus brotes de violencia y malestar surgiendo a la superficie como el monstruo de un lago bien negro. Y en «Triunfo y Tragedia«, por su parte, un padre y una hija con problemas de comunicación verán cómo, de repente, el puente entre ambos, esposa y madre, les deja con un vacío insalvable (o no) entre ellos. ¿Quién no se ha visto atrapado (sin dramas, ¿eh?) en una relación que sabía que no pasaba de ser correcta? ¿Quién no ha visto como los canales de comunicación con algún miembro de su familia más directa se veían embozados por la pura mierda mental que produce todo ser humano?
Pero, ojo, que estemos hablando en todos estos casos de mediocridad y de derrota no significa para nada que estemos hablando también de tristeza y de pesimismo opaco. Ni mucho menos. Lo interesante en Tomine es que la asunción de estas emociones ambiguas hacen que la felicidad, que aparece siempre a ráfagas fugaces, como en la vida real, sea más realista y coherente, aunque nunca con una intensidad añadida. Todo ello en blanco y negro, con colorines, con estampas de postal sin humanos que la habiten: el autor adapta la forma al fondo de la historia, a su alma, en vez de forzar armazones estructurales hiper-intelectualizados.
Al fin y al cabo, he abierto esta reseña de «Intrusos» afirmando que «supongo» que habrá quien critique a Adrian Tomine por todo lo dicho… Y si entrecomillo el «supongo» es porque, al fin y al cabo, hablo en el terreno de la pura especulación. Mi realidad es más bien que no conozco a absolutamente nadie que haya sido capaz de leer a este autor sin ver cómo, al final, su corazón acababa roto por alguno de sus relatos. [Más información en la web de Sapristi y en la de Adrian Tomine]