¿Cuáles son los puntos a favor y en contra de «Indiana Jones y el Dial del Destino»? Y, sobre todo, ¿por qué parece una nueva entrega de la saga «Fast & Furious»?
Entre «Indiana Jones y La Última Cruzada» (1989) e «Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal» (2008) transcurrieron 19 años, lo que sigue siendo un período de tiempo mayor que el transcurrido entre la cuarta entrega de la saga y la nueva «Indiana Jones y El Dial del Destino» (2023). En ambos casos, la promoción previa al estreno estuvo repleta de esos lugares comunes en los que sus responsables se dedican a afirmar cosas como «no hubiéramos vuelto si no fuera por buenos motivos» o «fue la buena historia lo que nos hizo regresar«. Spoiler alert: mintieron en ambos casos.
Lo que ocurre es que, con la nueva entrega, deberíamos haberlo visto venir. Al fin y al cabo, podría decirse que la saga «Indiana Jones» se sostiene sobre una Sagrada Trinidad formada por George Lucas en la producción (a través de LucasFilms), Steven Spielberg en la dirección y Harrison Ford encarnando al mítico arqueólogo eternamente pegado a un fedora y un látigo. Y que, en «El Dial del Destino«, la Trinidad se rompió dejando a Ford solo ante el peligro.
Steven no ha querido asumir la dirección porque está a otras cosas lejanas a la nostalgia gratuita (oye, olé por él), y a saber hasta qué grado se ha implicado George en la producción ahora que LucasFilms es un minúsculo engranaje dentro de la maquinaria de ese Cronos que devora a sus hijos en el que se ha convertido Disney. El único aliciente para ver «Indiana Jones y El Dial del Destino» reside, entonces, en el festín de melancolía que supone reencontrarse con un personaje que ha acompañado la vida de varias generaciones… ¿Es eso suficiente para justificar el paso por taquilla?

Vayamos por partes. Lo primero es lo primero, y lo primero es el argumento: «El Dial del Destino» traslada la acción de la saga hasta un desaprovechado año 1969 que, en vez de dejarse permear por la lisergia de la generación hippy, sigue colgado en la lucha contra los nazis y tal. De hecho, el film se abre con un prólogo en el que, rejuvenecimiento digital mediante, Indy sale de una batalla contra los nazis con la mitad del Dial del Destino que Arquímedes construyó para predecir el tiempo y que bien podría tener otras (mágicas) funciones ocultas.
25 años después, sin embargo, Indiana Jones ya no es lo que era: sobre él pesa la muerte de su hijo después de alistarse en el ejército (una sutil y elegante forma de deshacerse de un personaje que en «El Reino de la Calavera de Cristal» interpretaba un actor hoy tan incómodo como Shia LaBeouf) y el abandono de su esposa Marion. Una vista inesperada por parte de su ahijada Helena Shaw, interpretada aquí por Phoebe Waller-Bridge, le impulsará a una búsqueda del Dial del Destino al completo antes de que los renacidos nazis se hagan de nuevo con él.
Hasta aquí, bien. La saga «Indiana Jones» nunca se distinguió precisamente por la continuidad entre sus diferentes entregas y mucho menos por la voluntad de construir una narración río que interconecte de forma profunda y elocuente sus diferentes partes. Esta saga va de otra cosa: va de revival de aquel folletín clásico de cazatesoros y aventureros que tenía sentido en diferentes entregas pero que tenía más sentido todavía como episodio único con sus propios introducción, nudo y desenlace. Feuillade en el cine. Y el pulp y el cómic en papel.
A ese respecto, nada que objetar. Pero sí que es necesario recuperar la pregunta de más arriba: ¿es esto suficiente para justificar el paso por taquilla? Para responder, nada mejor que analizar los puntos a favor y en contra de «Indiana Jones y El Dial del Destino«.
A favor de «Indiana Jones y El Dial del Destino»

A favor de «Indiana Jones y El Dial del Destino» hay que decir, fundamentalmente, que no es una mala película. Tampoco es una buena película… Como máximo, puede decirse que es una película sin sorpresas y que forma parte del pelotón interminable de pelis de acción que se estrenan cada año. Y aquí va mi primera opinión impopular: realmente, no hay ninguna película de la saga que sea realmente buena si las ponderamos estrictamente por su calidad cinematográfica.
Otra cosa es ponderarla en base a su carga nostálgica (entonces, no solo son buenas, sino que se hacen mejores conforme va pasando el tiempo y su significancia es reinterpretada por cada nueva generación) o en base a su capacidad de entretenimiento sin pretensiones (donde sí que son más que solventes). Pero buenas, buenas, lo que se dicen buenas, las películas de la saga «Indiana Jones» no son buenas… y «El Dial del Destino» no es una excepción a esa regla.
Hay que admitir que tiene un ritmo trepidante (demasiado, pero eso va directo al siguiente apartado de «en contra»), que luce largas secuencias de acción que se han convertido en marca de la casa, que recupera a personajes claves de la franquicia para hacerles más o menos justicia (te quedas con más ganas de Marion y Sallah) y que sabe jugar con elocuencia la mejor carta que tiene: el personaje de Indiana Jones siempre impecablemente interpretado por Harrison Ford.
De hecho, esto último sería uno de los grandes aciertos del film: convertirse en la coda pluscuamperfecta para un personaje al que le pesa no solo la vejez, sino la pérdida de seres queridos. Lo que en otra saga podría haberse convertido en un carrusel de bromas cuñadistas y chascarrillos fáciles en torno a los achaques de la edad, aquí se aborda con una sanísima intención de alejarse de los lugares comunes y, por el contrario, encontrar el humor en detalles más sutiles. Dicho de otra forma: no hay comentarios sobre rodillas que duelen ni espaldas que crujen. Y eso se agradece.

A esto hay que sumar lo que es realmente el verdadero punto a favor de «Indiana Jones y El Dial del Destino«: la presencia de Helena Shaw como personaje y de Phoebe Waller-Bridge como actriz y guionista. De hecho, Helena triunfa donde fracasaba Mutt, el hijo de Indy. El personaje interpretado por Shia LaBoeuf era un refrito infumable de clichés cinematográficos (el motero sesentero con bien de brillantina) que no encontraba su lugar en una saga como esta, pero Helena es tan Indiana Jones que bien podría ser la nueva Indiana Jones. (Algo que, según dicen por ahí, y por desgracia, no va a pasar.)
Como buena ahijada de su padrino, Helena tiene mucho de Indy: la capacidad para verse arrastrada a aventuras inverosímiles, la atracción de sidekicks que son Tapón sin ser Tapón, la tendencia a destrozar todos los outfits con que se visten y, por mucho que ella sea incapaz de admitirlo, también un inquebrantable sentido moral en pos de los dictámenes de la arqueología… Pero también tiene le distinguen otras características que la hacen más contemporánea sin traicionar la esencia vintage de la saga: un sentido del humor con muchas más capas que la de su padrino y, sobre todo, un morro infinito para imponerse en un mundo masculino que a Indiana siempre se lo puso más fácil.
Probablemente, este logro habrá que achacarlo a la impronta de Waller-Bridge sobre el guion de «Indiana Jones y El Dial del Destino«, pero hay que reconocer que la película de James Mangold se quedaría en la absoluta nada sin este toque de inteligencia post-moderna. Ahí está, además, cómo Phoebe subvierte el significado del mismísimo Indy por una doble vía: despojándole de su heroísmo (ahora, Helena es la que va por delante y soluciona los entuertos) y de su masculinidad seductora (ahora, es Marion la que le dice dónde tiene que besarle).
Explorar e indagar en estos aciertos podría haber hecho volar bien alto a esta película. Pero, ¿qué ocurre? Pues que la intención de «El Dial del Destino» es otra… Y aquí es cuando entramos en el terreno del «en contra».
En contra de «Indiana Jones y El Dial del Destino»

No voy a centrarme aquí en los deslices menores del film de Mangold… Al fin y al cabo, tampoco es necesario detenerse en detalles como el desgaste de los motivos musicales de la banda sonora (esta vez, John Williams recurre a su icónica tonadilla con sobreabundancia y, en consecuencia, acaba por perder su capacidad icónica) o algún que otro desbarre CGI (vale, el rejuvenecimiento de Harrison Ford en el prólog está bien, pero ¿no da un poco de cringe esa cara joven con una voz tan cascada?).
Porque lo que realmente importa al considerar los puntos negativos de «Indiana Jones y El Dial del Destino» son dos grandes agujeros negros que succionan el film hacia una insidiosa zona de peligro. El primero de ellos es una cierta tendencia hacia la tristeza y la seriedad que no le sienta nada bien a este personaje. Ya lo he dicho más arriba: a Indy le pesan demasiado los años y las pérdidas de los seres queridos… Pero, a veces, ese peso es excesivo y lastra tanto la verosimilitud del personaje como el mismo ritmo narrativo.
Tómese como ejemplo la forma en la que «Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal» abordaba la muerte del padre de Indiana, interpretado en «La Última Cruzada» por Sean Connery: todo se reducía a un comentario entre amigos que no detenía la acción y, sobre todo, que no interfería en el retrato psicológico del protagonista. Y, vale, lo entiendo: perder a un padre es ley de vida, mientras que perder a un hijo es la mayor desgracia que puede ocurrirle a una persona humana. Pero a esta saga no se llega buscando desgracias, sino aventuras.

Es por eso por lo que el empeño de Harrison Ford a la hora de añadir capas de oscuridad a su personaje no acaba de convencer y, sobre todo, contrasta con la chispeante visión de un personaje multicapas que aporta la Helena Shaw de Phoebe Waller-Bridge. A Indy pueden haberle ocurrido desgracias, eso es comprensible, pero hacer de esas desgracias el corazón de su personaje en esta entrega es algo que pesa demasiado y que desenfoca poderosamente su interpretación.
El segundo agujero negro de «El Dial del Destino» es, por su parte, el más destructor de los dos. Y es que, contra todo pronóstico, parece que James Mangold parece menos interesado en firmar un nuevo capítulo de «Indiana Jones» y más interesado en firmar un nuevo episodio de «Fast & Furious«. Vamos, que se equivoca de saga. Y basta un recuento rápido para entender a qué me estoy refiriendo.
A ver… ¿Cantidad de aventuras arqueológicas en la película? El descenso al barco hundido (que pasa volando) y la visita a la tumba de Arquímedes (a la que le falta ambientación que te deje con la boca abierta, algo que incluso «El Reino de la Calavera de Cristal» supo hacer en su tramo final). Total: dos. ¿Cantidad de persecuciones en la película? Una a caballo a través del metro, varias en coche, otra en tuk-tuk (real) y una en avión. Total: demasiadas. Suma a esto una especie de (inexplicable) visita fugaz a «300» y sus batallas greco-romanas y dime: ¿dónde está aquí el espíritu de la saga? Porque yo no lo veo por ningún lado.
Así que volvamos al principio para cerrar este artículo y preguntemos de nuevo: ¿está justificado el paso por taquilla para ver «Indiana Jones y El Dial del Destino«? Y, aunque si nos guiamos por lo dicho en este artículo vaya a parecer que diga que no, resulta que sí. De hecho, mucho me entristece pensar que, si no se goza en la espectacularidad de una pantalla grande y con un sonido atronador, el film de Mangold acabe cayendo más todavía en una nadería que es un triste epitafio para la saga. [Más información en la web de «Indiana Jones y El Dial del Destino»]