Nuestra última crónica del In-Edit 2019 aborda las últimas jornadas del festival marcadas por una noticia particularmente agridulce.
Justo antes del pase de «Ibiza – The Silent Movie«, el In-Edit 2019 que se ha estado celebrando en Barcelona desde el 24 de octubre hasta el 3 de noviembre encaraba su clausura de la forma habitual: reparto de premios del palmarés y presencia del director del film, en este caso Julien Temple. Suele ser un momento especialmente festivo para el certamen, porque si algo saben hacer en el In-Edit es convertir en una fiesta el acto de asistir al cine. Y, precisamente por eso, la noticia bomba que la organización soltó en aquel momento fue tan impactante.
Cristian Pascual deja la dirección del In-Edit después de más de una década al frente. Cualquier habitual del festival conoce la historia: Cristian heredaba la dirección del In-Edit de manos de su hermano Alberto Pascual tras el fallecimiento de este en un accidente. Un momento trágico que el nuevo director quiso convertir en un verdadero homenaje celebrando una única edición en honor a su hermano. Pero aquel homenaje se convirtió en una pasión, y lo cierto es que Cristian Pascual acabó revelándose como una mente maestra capaz de levantar uno de los eventos más fundamentales de la escena cultural de la Ciudad Condal.
Lo hizo basándose más en su corazón que en su cabeza: contra el plan de negocios, una contagiosa pasión por el cine documental musical. El mejor cemento de base posible para que el festival haya ido creciendo año tras año en las 13 ediciones en las que Pascual ha estado a los mandos. Un crecimiento que este año se volvía a sentir en sesiones llenas hasta la bandera y en esa sensación de punto de encuentro entre amigos que es precisamente lo que le falta a otros eventos que han intentado gestas similares.
Afirmaba Cristian Pascual, sin embargo, que seguiría en la empresa y que, de hecho, el festival seguirá teniendo continuidad, a partir de ahora bajo la batuta de Uri Altell. Pero ya era totalmente inevitable que lo que quedaba de In-Edit 2019 se viviera con un ardor agridulce en el fondo del estómago. ¿El palmarés? Bueno, venga, intentemos consolarnos con un reparto de premios que no podría haber sido más ecuánime y elocuente, ya que se distinguieron películas de vital importancia ya fueran por su empoderamiento femenino («Les Resilients» como Mejor Corto), por la búsqueda de nuevos panoramas dentro de la música nacional («Niños Somos Todos» como Premio Nacional) o por su necesaria visión de la masculinidad en tiempos del #metoo («The Men’s Room» como Premio Internacional).
El sabor agridulce se alargó con algunos altibajos en una programación artística que hasta el momento se había mostrado fascinantemente sólida. «The Rise of the Synths» puede justificarse como demostración de músculo nacional, pero resulta del todo imposible perdonar su falta de enfoque temático y su tendencia a perderse en la concatenación de testimonios prescindibles en lugares fascinantes alrededor del mundo. E «Ibiza: The Silent Movie» era necesario que estuviera en el In-Edit 2019 porque venía firmada por Julien Temple, pero es que ni eso es capaz de quitarte de encima la sensación de que estás viendo un documental de relleno en History Channel.
Así que centrémonos en lo dulce y olvidemos lo agrio. Porque dulce fue topar con una joya tan inesperada y dura como «Our Most Brilliant Friends«, un documental en el que Piers Dennis se mete en el infierno gélido de la separación de la banda Slow Club. Hay que tener muchos cojones para atreverse a algo así, igual que hay que tener muchos cojones para ser Charles Watson y Rebecca Taylor y permitir que alguien meta la cámara en ese momento tan bajo en el que, después de tantos años de amistad, ya no te queda ni un motivo para seguir adelante con alguien a quien hubo una vez que quisiste sinceramente. Dennis muestra un tacto exquisito al destripar la intimidad de Watson y Taylor sin caer en sensacionalismos baratos. Su aproximación es delicada, fascinante y cariñosa, igual que sus melancólicas imágenes en blanco y negro. Y, al final de todo, al final del camino, es inevitable adorar a estos ex-amigos que han intentado mantener el tipo delante de la cámara pero que, inevitablemente, no han podido evitar que la lente capte los fragmentos de su alma rota.
También fue dulce el pase de «Keith Haring 1989 Barcelona» el domingo por la noche, la que muchos percibimos como la clausura real. Como una celebración de la música y de la cultura de la Ciudad Condal canalizada a través de la visita del artista en el año 1989 para pintar un mural en el corazón del Raval, que es donde más dolían las epidemias de las drogas y el sida. El documental de Lulu Martorell, Roger La Puente y César de Melero es conciso (poco más de 40 minutos) y, en ocasiones, demasiado deudor del peor audiovisual televisivo catalán (las locuciones extremadamente serias y clásicas chocan continuamente con el frescor de lo retratado). Pero, por encima de esos pequeños puntos negativos, queda lo vibrante de aquello que está explicando: cómo el arte se revela a modo de catalizador y agente de cambio de social en una ciudad que lo necesita urgentemente. ¿Podría existir mensaje más oportuno aquí y ahora para Barcelona? [Más información en la web del In-Edit 2019]