Encaramos la recta final del In-Edit 2016 con una crónica que aborda la parte más educativa del festival… sin sacrificar la fiesta, claro.
Miércoles 2 de octubre. 10 de la noche. Multicines Aribau en Barcelona… Más de mil personas sentadas en sus butacas, llenazo absoluto, gente incluso en las primeras filas, todas extáticas en la expectación los segundos antes de una de las películas más esperadas del Beefeater In-Edit 2016: «Raving Iran«. Os prometo que ahora voy a por el film, pero permitidme una pequeña acotación: este llenazo un miércoles de otoño no es algo que suela verse demasiado en la Ciudad Condal, lugar en el que nos encanta fardar de los millones de actos culturales entre los que podemos escoger pero en el que rara vez nos preocupamos de mimarlos (y abarrotarlos) debidamente.
No ha sido el único indicativo de éxito y crecimiento en esta edición de In-Edit. Permitidme que os ponga otro caso esclarecedor: llegué ligeramente tarde a la sesión de «I Called Him Mogan» pensando «bueno, seguro que hay tiempo de sobra porque ¿cómo se va a llenar la sala con una peli sobre jazz en un jueves ya de noche?«. Craso error. Encontré asiento, sí, pero en primera fila en una sala hasta los topes. No sólo eso: una vez acabada la sesión, la gente no salió corriendo (como he visto ocurrir otros años y en otros eventos), sino que se mantuvieron en sus butacas para disfrutar de un concierto de jazz en directo que fue una de las muchas actividades paralelas con las que el In-Edit está enriqueciendo sus pases.
¿Éxito merecido? Claro que sí. Pero también éxito trabajado a conciencia. El In-Edit es un festival que ya lleva muchas pero que muchas ediciones trabajándose a su público, educándolo, construyendo laboriosamente un ambiente inclusivo en el que cualquier aficionado a la música y al cine documental musical no sólo es bienvenido, sino que es acogido con calidez. Así lo prueba también el hecho de que La Cantina del In-Edit, el nuevo bar del festival (sólo abierto hasta que este acabe), se haya convertido en punto de encuentro ineludible en el que acabar muchas noches comentando todo lo que has visto con colegas con los que te encuentras de forma fortuita.
Ese es el componente hedonista de un festival que nunca ha ocultado sus ganas de fiesta y de que sus asistentes lo pasen bacán. Pero ya lo he dicho más arriba: el In-Edit también tiene un gran componente educativo y lúdico: las películas seleccionadas por el festival son la mayor colleja posible a un sistema educativo que parece identificar aprendizaje con aburrimiento. Pero aquí, en este espacio privilegiado del In-Edit, otros mundos son posibles y aprender puede ser divertido. Divertidísimo. Jodidamente divertidísimo.
Me remito a la película con la que ha arrancado este texto: «Raving Iran«. Toda aquella masa congregada el miércoles a las 10 de la noche para ver el documental de Susanne Regina Meures tenía ganas, básicamente, de fiesta. Tenía ganas de ver a raveros iranís, que para eso el film se titula como se titula. Y, de hecho, si todo el mundo salió de la sala con una sonrisa de oreja a oreja fue precisamente porque eso es lo que «Raving Iran» ofrece (la rave que montan en el desierto es espectacular de la misma forma que la resaca en el mismo páramo a la mañana siguiente es monumentalmente cachonda)… Ahora bien, eso no es lo único que»Raving Iran» ofrece. Ni mucho menos.
Camuflado entre el jolgorio hay un discurso de denuncia más que supurante. Si llegas hasta el film sin conocer la precaria situación de los artistas musicales modernos en Irán, llegarás a los títulos de crédito con un máster al respecto: las luchas contra la burocracia para intentar registrar música electrónica con una mujer como vocalista, la imposibilidad de imprimir la carátula del disco sin la aprobación del gobierno, las fiestas cortadas por violentas redadas… «Raving Iran» pinta un devastador retrato del Irán actual y lo hace, además, a través de una historia poderosamente humana: la de Blade & Beard, un dúo de djs y productores de música electrónica que, ante la imposibilidad de vivir bajo este régimen intransigente, acabarán contemplando la posibilidad del exilio (ilegal).
Si algo se le puede criticar a «Raving Iran» es que, probablemente, la historia de Blade & Beard es demasiado perfecta y, de hecho, muchas veces te preguntas la verosimilitud de todo lo representado. Puede que, al final, todo se reduzca a una reinterpretación guionizada de la historia real de los dos artistas… Pero no se puede negar que, sea como sea, Susanne Regina Meures consigue dejar al descubierto las despiadadas costuras del sistema gubernamental iraní a la vez que emociona e incluso rompe el corazón a través de la historia de su dueto protagonista.
Algo similar pero completamente diferente puede decirse de «I Called Him Morgan«. Al fin y al cabo, el documental de Kasper Collin también tiene mucho de reinterpretación… Pero digamos que es una forma mucho más sofisticada, abstracta y sublime de reinterpretación. La cinta se basa, como mandan los cánones del medio, en declaraciones de terceras personas que se encargan de reconstruir la (dramática) existencia de Lee Morgan, figura imprescindible para entender la época dorada del jazz norteamericano.
Ahora bien, el retruécano aquí es que una de las voces usadas proviene de ultratumba: la difunta esposa de Lee, que a su vez fue su asesina en un arrebato pasional en medio de un atiborrado club de jazz, es la que lleva el timón de mando en esta reconstrucción. Un mes antes de morir, la esposa otorgó una única entrevista (inacabada) que sirve de cimientos sobre los que se erige «I Called Him Morgan«. Imposible que tu alma no tiemble ante la dimensión fantasmática de su voz y, sobre todo, imposible no caer estrepitosamente bajo el insoportable peso del yugo de la reinterpretación del asesinato de Lee Morgan.
Tres herramientas: la declaración de Helen Morgan, la del amante del jazz-man y un buen puñado de imágenes de una fuerte nevada en Nueva York… No hace falta más para que sea el espectador quien deba formarse la escena en su propia cabeza. Y ya se sabe: no hay nada más impactante que lo que no te cuentan, sino que te imaginas. Sin lugar a dudas, la escena más memorable de este In-Edit 2016 está dentro de «I Called Him Morgan«. Y, curiosamente, es una escena que nunca se muestra. Impresionante.
Y si hablamos del carácter educativo que siempre ha tenido el In-Edit, resulta imposible no nombrar aquí «Imagine Waking Up Tomorrow and All Music Has Disappeared«. Es de suponer que muchos se acercarían hasta el documental de Stefan Schwietert esperando encontrar una esclarecedora historia de The KLF y su impactante enfoque de la industria musical. Esta fue la banda que quemó un millón de libras y lo grabó en video para enseñarselo a todo el mundo. Este fue el dúo que, al cesar actividades, destruyó todas las copias físicas que quedaban de su música y prohibieron su reproducción futura, extirpándose a ellos mismos de la historia. Esta fue la formación que salió al escenario en los MTV Music Awards y se cagó por igual en la industria y en los espectadores.
Algo de eso hay en «Imagine Waking Up Tomorrow and All Music Has Disappeared«… Pero no. El documental no va de eso. El documental va de lo que hizo y sigue haciendo Bill Drummond después de haber dado por zanjada la carrera de The KLF. Su labor se centra, básicamente, en desafiar a la era de Internet, a esta época de tener acceso a toda la música del mundo cuando nos dé la gana a través de nuestros smartphones. Drummond apuesta por lo efímero a través de su proyecto The 17 y de todo un conjunto de partituras que, de forma similar a algunos proyectos de John Cage (lo que, por cierto, hermana este documental con «Everybody’s Cage«, que pudo verse el año pasado en el In-Edit), pretenden reeducar a quien escucha.
Damos por supuesto qué es «música» y damos por supuesto qué es «una composición» de la misma forma que damos por supuesto que es algo ajeno, algo a lo que no podemos dedicarnos en esta época en la que o tienes la voz de Lady Gaga o mejor que te dediques a otra cosa. Pero tanto Drummond como el documental de Schwietert se esfuerzan para volver a convertir la música en algo participativo, en algo en lo que cualquiera puede inmiscuirse sin necesidad de sentir que ha de pasar a la posteridad: lo efímero también es arte. Y, si nos fiamos del cuerpo que te deja «Imagine Waking Up Tomorrow and All Music Has Disappeared«, el arte también puede ser tremendamente divertido.