iamamiwhoami no habría pasado de ser una modernidad cualquiera, un bluffete y un hype más de no haberse montado el chiringuito de una forma tan inteligente, calculada, medida y, sobre todo, original. Y es que vivimos tiempos en los que ya lo hemos visto todo (y perdón por el discurso de abuela, pero eso es así): en esta época de la sobreinformación, del enseñar por enseñar, el tanga y los pantalones de tiro bajo que poco o nada dejan a la imaginación, la sugerencia queda relegada a cosas tan retro como las que pasaban en el siglo pasado o peor… en épocas de nuestros padres. El misterio se ha perdido, ya ni siquiera chatear tiene aquella magia (no siempre buena, eso es verdad) de no saber qué careto tenía el tipo aquel con el nick de tu grupo favorito porque los ligues / amigos cibernéticos esperan pocos segundos hasta encender la webcam. Incluso el final de «Lost» fue totalmente decepcionante (para mí) por querer explicar más de lo que debía. Todos los finales que explican más de lo que deben son decepcionantes. Incluso los de la vida real.
Iamamiwhoami consiguió llamar la atención porque jugó a sugerir antes que a enseñar (recordemos que lleva desde 2009 ofreciendo un goteo constante de vídeos que acompañaban a cortes sonoros primero y canciones perfectamente producidas después en uno de los movimientos virales musicales más efectivos de los últimos tiempos) y, para cuando se decidió a enseñar del todo, ya nos había enredado en su oscura tela de araña y lo que menos importaba era saber si era un clon de Christina Aguilera, la hermana melliza de Lykke Li, la prima del pueblo de Fever Ray o la siamesa arty de Lady Gaga. Lo que prevalecía por encima de la identidad de su creadora (de momento se sabe que la cara visible es la sueca Jonna Lee) era que se presentaba con un proyecto musical y estético rotundo y único. ¿Recordáis lo de ser diferente para ser irremplazable que tanto defendió Coco Chanel? Pues eso. A día de hoy, poco o nada se sabe todavía de ella o de los peludos que la acompañan en algunos de sus vídeos (y, total, ¿para qué?), pero ese enigmático y metronímico proyecto que en los últimos diez meses ha vertido en la red un vídeo para una canción cada mes puntualmente es una de las realidades ficticias más apasionantes que nos hayamos podido echar a la cara.
Porque todo en iamamiwhoami es diferente a lo visto hasta ahora. Por ejemplo: diferencia de otras bandas que atesoran con avaricia los temas de sus álbumes hasta su estreno, las canciones de «Kin» (To Whom It May Concern, 2012) ya se han podido escuchar y disfrutar holgadamente gracias a esos vídeos que la artista ha ido colgando con precisión matemática cada mes y que en el tracklist están ordenadas según aparecieron cronológicamente. Osea, que para los que hayan seguido el enigmático discurrir de esta escurridiza rubia, pocas sorpresas habrá en lo musical. Quizá el mérito de poder escuchar las canciones del tirón abstrayéndose de la imagen inducida, lo cual quizá le quita un plus de autenticidad porque lo realmente curioso es ver las aventuras y desventuras de la rubia famélica y sus peludos amigos por capítulos. No hay que olvidar que, cuando un proyecto se concibe de forma audiovisual, no se puede disfrutar sesgando alguna de las partes (o, como mínimo, la experiencia no es tan completa). Pero, al margen de lo visual, «Kin» funciona como un perfecto engranaje de electrónica para salones. Tiene momentos de dulzura palpable y calma relativa, como «Sever» y «Idle Talk«; tiene momentos de épica rotunda -que apuntan a que sería una muy buena idea si se planteara hacer algo en común con el otro épico mayúsculo: Woodkid– como «Drops«; pero también tiene intermedios de electropop ligero y muy digerible que en cualquier otra artista menos ida del higo serían singles potenciales («Good Worker«, «Play«…)
Algunos sentirán cierta decepción al escuchar este disco de principio a fin y descubrir que, a diferencia de lo que se pensaba, no incluye temas nuevos. También se le puede acusar de «reciclar» todo el trabajo de meses atrás. E incluso habrá el que eche de menos su ración visual de iamamwhoami mensual y sienta cierto desconsuelo al saber que no es un proyecto vitalicio y eterno. Es cierto que «Kin» no tiene la fuerza y la concreción del estreno de Fever Ray (Karin, querida, a ver si vuelves) ni conseguirá miríadas de fans a base de triturar la concepción del pop como ha hecho Lady Gaga; permanece, sin embargo, en un curioso limbo entre una y otra, más dulce y comercial que la primera, más arty y con mejor construcción del concepto que la segunda, y se sostiene con esta pieza audiovisual que permanecerá para recordarnos que hubo un día en el que no sabíamos quién leches era iamamiwhoami y elucubrábamos en la máquina del café y hacíamos nuestras quinielas. Quizá por aquel entonces nos gustara y convenciera más. Quizá al disiparse el misterio sólo quedan las canciones. El tiempo y nuevas propuestas de la artista dirán si mereció la pena desentrañar el engima o no.
[Estela Cebrián]